¡Qué maravilloso sería vivir
en una convivencia ética fraternal entre múltiples credos y culturas, donde la
paz sea lo cotidiano!
El mundo físico es una parte
de la realidad. Hay otra parte oculta que es más importante porque es la
esencia de la Realidad. Somos materia y energía, todo es lo mismo, pero en dos
estados diferentes.
“Ojos cerrados.
Silencio.
Mente
abierta.
Silencio.
Abre
las puertas y entra”.
El lenguaje de los símbolos
pertenece a la imaginación (diálogo con el más allá) e intuición (saber
instantáneo). El símbolo exige esfuerzos intelectuales para sentir la vibración
del corazón a través de la introspección y necesita del discernimiento para
entender lo que la mente nos muestra. Los símbolos revelan otro plano de
conciencia y, a través de nuestra imaginación e intuición, podemos descodificar
su significado. Es en nuestro mundo interior donde la información y vibración
se entrelazan para nuestra comprensión.
Desde hace algunos siglos
vivimos en la era cartesiana que excluye lo material de lo trascendente.
Observando nuestro panorama actual y viendo los horrores que el ser humano
genera y ha generado, creo que ha llegado el momento de cambiar los parámetros
de exclusión (o) por el de la inclusión (y), es decir, volver al conocimiento
pluridisciplinar y no a la fragmentación de los saberes de lo Vivo, tanto en la
naturaleza como en el cosmos, pues todo se rige por leyes naturales de
cooperación, dar y recibir al igual que la ley espiritual.
En lugar de aprender de la
historia —esto requiere esfuerzo—, preferimos vivir en plena pereza, lo que
genera más conflictos y más corrupción, escenarios que se repiten una y otra
vez, lo que nos lleva al inframundo del caos.
Somos marionetas dirigidas por individuos ávidos de poder, y no solo en
países de régimen totalitario, sino también en los que se dicen democráticos
—no hay diálogo, sino insultos y gritos para que se oiga al que más alto grite.
No hay compromisos, pues ellos no saben del valor de la palabra. No hay ética
ni moral, compran títulos y saberes para aparentar algo que no son, pues viven
en la ignorancia; todo es un vacío existencial cuyas consecuencias todos
pagamos—. Parece que la vida humana no vale nada.
En los pueblos raíces de los
primeros tiempos, el Invisible tenía una dimensión real, formaba parte de la
manifestación de la vida. Los antiguos chamanes unían el mundo visible e
invisible mediante una pasarela de colaboración entre los dos mundos; ellos
buscaban lo mejor para su pueblo y para la naturaleza, pues sabían
perfectamente, al conocer las leyes naturales, que todo está entrelazado. Hoy,
con tanta tecnología, creemos, erróneamente, que la naturaleza no forma parte
de nosotros, la destruimos deforestando zonas esenciales para la naturaleza y
el ser vivo y, en su lugar, se construyen ciudades de hormigón que no nos
traerán oxígeno ni lluvia, elementos esenciales para la vida —no somos
conscientes de que el aire y el agua son vitales para lo Vivo—. Somos tan
egocéntricos que nos creemos únicos e inmortales, mucha tecnología, pero
desconocemos las leyes naturales, y si seguimos destruyendo lo Vivo, todos
pereceremos.
Desde los primeros tiempos,
los seres humanos se hicieron muchas preguntas ¿por qué las plantas son verdes,
por qué los árboles son ejes de energía vital, por qué los bosques son
fundamentales para la vida que entrelazan ríos y océanos para que los peces
puedan moverse en libertad y alimentar a otros animales en total equilibrio,
por qué el cielo se tachona de luces y por qué la luna desaparece para volver a
brillar, así como el sol cada día se pierde en el horizonte?, y descubrieron
sus respuestas al tener una visión global de cómo los elementos interactuaban
en la Naturaleza y en el ser vivo. Estos seres sabían, percibían, intuían que
para sentir y conocer el mundo invisible debían respetar y conocer la
Naturaleza y a los seres vivos que la habitaban para que sus genios y hadas les
ayudaran a través del chamán
—sacerdote, médico, consejero—.
Estos seres del alba de la
humanidad comprendieron que eran materia y energía, información y vibración,
visible e invisible; y para llegar a esa nueva dimensión aprendieron a ser
conscientes de sus actos. Todos ellos dejaron múltiples símbolos para la
posteridad y aligerar nuestro camino. No sé lo que nosotros dejaremos a las
generaciones futuras, seguramente, caos y destrucción.
La famosa frase: “Conócete a
ti mismo y conocerás el universo y los dioses” es para mí, la clave de toda sabiduría,
es el secreto de los secretos, pues contiene símbolos, enseñanzas, pasarelas,
ciencia (paso del mundo cuántico al mundo manifestado). Este conocimiento es
fundamental para llevar una vida sana y respetuosa en perfecta armonía y ética
fraternal.
Cuando accedemos a este
conocimiento profundo, empezamos a vivir el despertar de la conciencia, es
decir, ser conscientes de nuestra conciencia. — ¿Por qué hacemos esto o
aquello, por qué elijo esto y no aquello? — Este sexto sentido nos permite
acceder a nuestra alma a través del silencio, conectarnos y recordar de dónde
venimos, quienes somos.
Este diálogo profundo nos
permite desarrollar un mayor nivel de intuición e imaginación para comprender
lo que se esconde detrás de los símbolos ancestrales. Primero, hay que saber
mirar para observar. Una vez observados, los analizamos con la razón cristalina,
sin accesorios innecesarios. Para
captar, percibir y vibrar es imprescindible el esfuerzo continuo, así nos
transformamos y podemos conectar con la mente superior que se encuentra en
nuestro interior, el alma. En cambio, si vivimos en la pereza del confort, nos
enfocamos en lo visible, en las apariencias y pasamos nuestra existencia sin
observar la grandeza, la belleza y los frutos de la vida. Es nuestra decisión
la que nos lleva a nuestra dimensión.
Hay que ser valientes para
aventurarnos en el mundo de los misterios, la Ley de Maat, la diosa de la
armonía egipcia, es decir, vivir conforme a los principios universales
celestes: armonía, justicia, sabiduría, orden, belleza, amor. Así caminaremos
sobre los hombros de los gigantes que nos precedieron: Ptahhotep, Akenatón,
Pitágoras, Lao Tsé, Sócrates, Yeshua ben Joseph, Zenón, Plotino, Avicena, Ibn
Arabí, Rumi, Giordano Bruno y otros muchos que han dejado sus enseñanzas para
que pudiéramos conocer al Invisible y vivir mejor en una ética fraternal. Todos
tenían impresos en sus corazones estas palabras universales: “Conócete a ti
mismo y conocerás el universo y a los dioses”.
La diosa
Maat abre sus alas doradas para abrazar a todo aquel que se lo pida con sincero
fervor, pues es la ley universal de la armonía, matriz cósmica que genera todo
en el universo y se expresa a través del silencio:
“Con
los ojos abiertos
observa
la vida manifestada.
Con
los ojos cerrados
contempla
la esencia eterna”.
Sus alas
son el reflejo del viento cósmico en la tierra que abraza a todo ser vivo.
(Dibujo Lorena Ursell. Libro
“La Naturaleza Sagrada del Ser humano”)