La vida es un continuo
cambio y renovación, nunca se agota, vive y actúa según sus leyes y nunca como
nosotros pensamos o decidimos que sea. En
esa búsqueda por comprender lo que es la vida sobrevivimos imaginando que
galopamos sobre un caballo blanco al que no hemos domado; vamos construyendo
sueños que no existen pues solo son vanas ilusiones; vamos sobreviviendo, vamos
soñando y despertamos. En la travesía de nuestra vida, vemos estrellas que son flores de luz,
escuchamos entrecortada la voz del viento o el rugido del alma de la tierra,
navegamos sin rumbo, pero, muchas veces, sentimos una nostalgia de un paraíso
perdido y forzamos la imaginación para ir más allá. En momentos de sosiego, percibimos
recuerdos de un lugar sereno donde nos gustaría volver y vivir con nosotros
mismos sin sombra alguna. Recuerdos de Itaca, nuestro paraíso perdido, tan
lejano y tan cercano.
Itaca, patria de los dioses.
Nombre que evoca recuerdos y sensaciones de un pasado lleno de héroes y magia. Los
aventureros, cuya fuerza surge con la voluntad y se alimenta de ella, no temen
ir hacia el horizonte, embarcándose en barcos de madera cuyos remos rompen la
seda del aire y las olas los llevan en su cresta para que vean la estela que deja
los que van en pos de los tesoros del alma.
Con tanta lucha de
experiencias y acontecimientos amargos, el espíritu se siente saturado. Muchas
veces, nos perdemos en el vientre oscuro de la noche sintiendo angustias y
temores; la oscuridad es total pues ni siquiera hay luna ni estrellas para
iluminar el alma. En esos momentos sombríos cuando brotan de los ojos ríos
salados de amargura y cansancio, una fuerza interior nos proporciona coraje
para seguir luchando y buscando ese lugar al que pertenecemos y al que deseamos
volver para sentir la suave y sublime caricia de la paz y de la felicidad.
Detrás de la tormenta de
arena, el viento se relaja y vuelve a dibujarse los perfiles de la vida -cambio
y renovación-, haciéndonos comprender que la sabiduría puede aparecer en
cualquier momento del día y en cualquier
lugar, siempre y cuando busquemos nuestra verdad, ¿quiénes somos, hacia dónde
vamos y por qué vivimos?, aprendiendo lecciones y saboreando fracasos. La
sabiduría abre las puertas del cosmos y de la naturaleza y de vez en cuando su
luz violeta traspasa la piedra para que podamos verla. Y, así, en lugar de
lamentar nuestros errores aprendamos a no cometerlos, pues la vida nunca se
agota, vive y actúa según sus leyes y rara vez como nosotros decidimos.
Nosotros deseamos saber pero no queremos experimentar, preferimos seguir en
nuestra zona de confort, pensando que si leemos ya tendremos la experiencia
necesaria para vivir y dejar de sobrevivir. Nos olvidamos que toda raíz nace en
el seno de la oscuridad de la tierra para poder renacer, al igual que cuando
cae una hoja de color ocre, hay otra hoja de color verde que emerge.
Hay que dejar caer las
máscaras para descubrir la belleza por lo que es. La vida es como un rio, a
veces, hay rupturas de la tierra que genera saltos rompiendo el suave fluir del
agua y creando dolor y tristeza, donde la memoria de la carne da alaridos y
aúlla al viento. Hay dolores que rompen el alma, el cuerpo lo siente y aprende
que soltando ego y apegos el alma se regenera y se serena. Sabemos que el
cuerpo es una propiedad temporal y hemos comprendido que no hay mayor culto que
amar nuestra alma y nuestro ser porque el alma junto al ser crean jardines en
lugar de ruinas, pintan flores en lugar de sequía, plantan árboles en lugar de
masacres, crean parques de risas en lugar de trincheras, crean armonía y belleza,
pilares de nuestra patria, Itaca, gruta
dorada del alma.
(foto de Clément Falize,
Unsplash)
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