Ecos de sabiduría resuenan en cada rincón del planeta a través de los susurros del aire, de la belleza de la naturaleza y de un corazón abierto.
Las
voces de sabios revolucionarios se oyen en la actualidad con mucha fuerza,
voces que se alzan para decirnos que paremos de matarnos a nosotros mismos, que
dejemos a un lado esas energías de dolor que llevamos enterrando en nuestra
tierra desde hace milenios. El mayor sufrimiento del ser viene del alejamiento
de nuestra alma al vivir en el olvido.
No
podemos vivir si ignoramos nuestra alma, si seguimos ignorándola sobreviviremos
bajo las raíces del dolor. Para salir de esa encrucijada demos saber quienes
somos y como decía Heráclito: “hay que estudiarse a uno mismo y todo aprender
por sí mismo”.
Estos
sabios siempre han hablado de la sabiduría de la naturaleza – si la observamos
vemos que el universo se encuentra en el rocío de una rosa en primavera como en
la escarcha de una hoja en invierno–; hablaban del orden del mundo –del
equilibrio individual y social–; hablaban de filosofía y del origen de lo
creado; hablaban de la importancia de saber que somos libres y dueños para
realizar nuestro propio destino porque cada uno es el creador de su camino; hablaban
de que los seres humanos debemos buscar nuestro bienestar mediante el respeto y
el conocimiento. Pero lo más importante era hablar de la naturaleza del alma,
esencia de vida. Ellos escuchaban la voz incitante de su destino, destino que
cada uno había creado. Nada ha cambiado en nuestros días, seguimos generando
nuestra propia senda con nuestras decisiones.
Estos
seres han cambiado el mundo al abrir las puertas a otras realidades y lo han
conseguido a través de su propia conexión, liberando su espíritu de la prisión
de piedras y dogmas. Se enfrentaron al poder político y religioso de su época,
volaron por encima de las ideas preconcebidas y estáticas y pagaron un alto
precio.
Sus
enseñanzas son rayos de luz que ni se compran ni se venden y siguen vigentes en
nuestros días al traspasar las murallas levantadas por la ignorancia, el
fanatismo, la crueldad. La tibieza no es tolerada pues trae desconfianza,
herramienta que cava surcos donde nace la maleza. Dependemos de nosotros mismos
y no de un ego amenazado que nos induce a agarrarnos al miedo.
¿De
qué sirve una vida si ignoramos el alma? El alma nos da alas para volar
–esperanza para crear una vida mejor y valores para evolucionar–. No se puede
delegar el poder del propio corazón en otras manos. La búsqueda de la sabiduría
no es un acto de voluntad, el que busca no lo puede evitar porque es su
destino, siempre va dando pasos, yendo hacia alguna parte sin llegar a ninguna.
Esa búsqueda nos conduce a nuestra alma una vez quitado los velos que nos
impiden ver la luz que atraviesa las fisuras invisibles de las murallas de la
ignorancia que no saben de libertad al no saber volar.
Ellos
aprendieron del rumor de las hojas, de la belleza de los lagos y montañas, del
vuelo de las aves, de la fuerza del rayo. Sus enseñanzas siguen viajando a
través del aire, y resuenan así: “ama a los demás como a ti mismo. Respeta tu
vida y trátate con delicadeza. Busca en el interior tu riqueza y compártela con
el exterior sin imponer nada. No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan.
Venera tu esencia cósmica como ser divino. Cada uno debe encontrar el camino
hacia su propio poderío interior”.
Sus
enseñanzas no son ideas o palabras huecas, son modos de vida.
Buda
decía: “No creas nada, no importa donde lo has leído o quien lo dijo, no
importa si lo he dicho yo, a no ser que esté de acuerdo con tu propia razón y
sentido común”. Los intermediarios no son necesarios, solo el amor incondicional
puede llegar a la esencia del Creador.
Nadie
elude impunemente las citas que le depara su vida según las decisiones tomadas.
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