El amanecer nos trae las luces y colores de la aurora que nos
auguran una nueva vida, así el amanecer del alma nos vaticina un renacer a través
de un nuevo y dulce aliento de esperanza para atravesar los áridos campos del
corazón humano.
En el nuevo renacer la
nueva personalidad debe crearse sobre las cenizas de su antigua existencia,
donde solo había esporádicas esperanzas y maltrechas relaciones. Sin deseo ni
acción, sin experiencia propia no hay resultados y no podremos comprender la
verdadera esencia del alma. Satisfacer la sed del alma no se consigue tan solo
leyendo acerca de la supuesta “verdad” o
de pertenecer a una u otra creencia. Nuestra alma amanece después de haber
vivido las sombras, de haber experimento la noche oscura, donde el dolor ha
golpeado la esencia del corazón. Hay que hacer el esfuerzo de alzar la vista
hacia la luna si queremos mirarla a la cara y no vivir cabizbajo para verla
reflejada en un charco.
Muchas personas se
identifican con su ego egoísta dando por sentado que son los dueños de sus
vidas, no aceptan ni quieren darse cuenta de que en realidad son marionetas de
su propio ego, lo que les convierte en
autómatas de sus pasadas y presentes acciones. Nuestros estados de ánimo,
sentimientos, reacciones, experiencias son los efectos y consecuencias de unas
causas anteriores que fueron provocadas mediante el ego mezquino, o bien,
realizadas sin consciencia, como robots. Esas personas no aceptan que su
orgullo es el que dirige sus vidas llegando su ceguera a hacerles creer que
ellos están libres de su arrogancia.
Estar en la posición del
deseo de actuar pero no hacerlo es estar en la pasividad del engaño y de la
ilusión lo que nos lleva a la soledad creando ansiedad y angustia. Para sentir el alma, tenemos que ser conscientes de nuestro
cuerpo -físico, emocional y mental- que contiene una sabiduría infinita y es, además,
el vehículo que nos permite transitar por el planeta. Muchas veces turbulencias
de pensamientos, tifones desgarradores nos azotan nuestros sentimientos y tsunamis
de dolor nos hacen caer en profundos pozos donde permanecemos perdidos,
desorientados y confusos con solo nuestra sombra por compañera. Incluso, en
esas situaciones, nos llegamos a acomodar porque el miedo a avanzar nos impide
ver más allá de lo que alcanza nuestra vista, volviendo a esa apatía de las
estériles arenas de la rutina. Para calmar el cuerpo –físico, emocional y
mental- disponemos de un útil vital y precioso que se llama meditación. El aire
es el motor de la vida y a través de la respiración el cuerpo se relaja y
empieza a desatar esos nudos entre la mente y el cuerpo, liberando la
comunicación entre los sentidos y el alma.
Desde el principio de nuestra
historia hemos comido de la fruta del árbol del bien y del mal, hemos pasado
por el infierno del egoísmo y del exilio de nuestra Alma. Hemos roto los lazos
de la amistad tejidos con las cuerdas de la armonía, rompiendo la delicadeza
poética y ultrajando sus versos porque nos hemos olvidado que somos almas
vivas. Rechazamos el dolor y la angustia pero no luchamos para salir fuera de
ese confort de la rutina que tanto nos aburre y nos encadena. La vida tiene
piernas, baila y está viva y no puede dormirse en los laureles porque es un
continuo movimiento.
Grandes pensadores de
nuestra civilización han proclamado a los cuatro vientos que el hombre tiene
por misión elevar su condición de mortal uniéndose a esa alma inmortal de
felicidad para experimentar el conocimiento directo que destruye la ignorancia
y nos lleva a la búsqueda de la verdad, desprendiéndonos de verdades temporales
y de libertades transitorias. Los seres humanos somos almas vivientes,
infinitas creaciones cuyas huellas podemos observar a través de la historia de
la humanidad.
El alma es una melodía con diferentes
tonos y notas que forman millones de canciones y poemas. Tenemos que descubrir
el sentido que queremos dar a nuestra vida y descubrir la causa de tomar una u
otra decisión porque de ello depende que nuestro camino sea sombrío o luminoso,
que oigamos la música de un triste violín o la alegría de un maravilloso
violinista. No hay que temer a la lluvia porque cada uno tiene su propio
aguacero interior. Poner en orden nuestro desorden, nuestras ideas y
sentimientos para avanzar en la dirección elegida utilizando nuestra voz, -instrumento
sagrado del alma sin olvidar que el murmullo dicho con sentimiento de amor es
oído por las estrellas-, usando canciones y poemas que enciendan una luz para
poder ver en la oscuridad y volver a tomar el camino, aprendiendo de cada caída
y de cada risa.
Vivimos bajo las leyes del
flujo y reflujo, nacimiento y muerte; el
amanecer del alma es descorrer el velo de la ilusión y descubrir el secreto de
la creación, escrito en el libro del universo cuya única página la llevamos
impresa en el alma.
(foto de la red)
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