La Vida es movimiento, energía, vibración, información, inteligencia que circula a través de la materia para crear manifestación; la Vida no es inerte y nos habla con silencios musicales que provocan alegría, este silencio lleno de Vida es el idioma universal de todos los seres del cosmos y de Gaia. Toda nuestra realidad está interconectada.
Nuestra
catedral de cristal está en nuestro interior; cada uno posee la suya, pues, es
la sede de nuestro diamante de luz. Al interior de esta catedral diamantina, la
fuerza de la Vida va creando nuestra realidad de acuerdo con nuestras memorias,
decisiones, conciencia, etc.
En el ser
humano, el pensamiento y la palabra están imbricados y son inseparables. Cuando reflexionamos antes de
hablar, nuestro lenguaje es más conciso, claro y rico, lo que permite definir
mejor nuestras relaciones, a través de diálogos y sentimientos, aportando un
mayor bienestar a nuestra vida. Sin
embargo, cuando hablamos sin reflexionar, estamos en la opinión vacía que suele
traer confusión porque es ruidosa y sin sentido y esto lleva a múltiples
conflictos. Dependiendo si somos conscientes o no, al hablar, nuestro lenguaje
estará cargado de energía positiva o negativa, depositando dicha carga en la
interacción entre nosotros y el otro, entre nosotros y la naturaleza, entre
nosotros y nosotros mismos y entre nosotros y el cosmos.
Así, todo está
interconectado, todos los seres vivos se comunican, unos con palabras y otros
con vibración. La palabra transmite nuestros pensamientos, emociones,
sensaciones, ideas; es una fuerza muy poderosa y tiene una función afectiva
—dialogamos, escuchamos al otro, nos acercamos, es un momento íntimo, de
amistad, de cariño, contamos confidencias, vivencias profundas con sentimientos
y emociones— o fría —discutimos, nos alejamos y herimos produciendo violencia,
destrucción y dolor—. Todas estas palabras
se transforman en vibración y pueden ser oídas, sentidas no solos por los
humanos, sino por todos los seres de la naturaleza, dejando nuestra huella, de
alegría o sufrimiento.
Reflexionar es
un arte y es previo a empezar una conversación honesta y real. Debemos ser
capaces de debatir, de aceptar lo que el otro tiene que decir y admitir que no
sabemos todo, así se irá tejiendo una red de conocimiento libre entre los
dialogantes porque no se impone tener razón. No olvidemos que todos llevamos en
nuestro interior los útiles necesarios para construir nuestra catedral de
palabras cuya esencia imprescindible es el Amor que conlleva generosidad,
respeto, alegría…
Esta red de
conocimiento sutil e individual nos evita la confusión y, sobre todo, a no
vivir bajo una tutela que no deseamos, a no pertenecer a esa “masa” donde todos
caminan al paso del señor que la dirige, creando una falsa bandera de
bienestar. No olvidemos que cuando vivimos
en la “masa”, el que nos dirige también aprende a hablar, a entonar, a
gesticular, para convencer y controlar mejor los pensamientos del que lo
escucha. De ahí la importancia de conocer nuestra intención detrás de
nuestras palabras, saber lo que deseamos para no caer en la trampa o crear
discordia.
Como decía Viktor Frankl: “El hombre no
es solo el producto de sus circunstancias; también es el producto de sus
decisiones”. Todos decidimos, aunque nos dejemos llevar por la ola de confort en que vivimos, imitando a
otros que no conocemos, pero creemos que su influencia es beneficiosa, así
negamos nuestro don sagrado de pensar, de ser libres, en favor de esa “masa”,
para vivir arropados por ideologías de otros, caminando al mismo paso bajo el
poder hipnótico y acabando como sonámbulos en nuestra vida —es mejor no pensar, así tendremos amigos y seremos aceptados,
ya que la diferencia siempre es sinónimo de soledad—.
Lo más triste es que se penaliza y castiga a los que piensan de forma diferente, a
los que defienden que la vida no es homogénea, sino plural y compleja. Esta ruptura de vida
crea realidades diferentes al no estar sometidos al “otro”. Esas personas “diferentes” no forman parte de la “masa” y por ello
molestan a los demás por su libertad interior, independencia, lucha, porque
nadan contra corriente para llegar a su destino, cueste lo que cueste. Estas personas “diferentes” han comprendido que debían transmutar
sus átomos de discordia en concordia para poder penetrar en la catedral de
cristal, sede de la sabiduría del espíritu, y poder transmitir ese lenguaje
sutil de silenciosas melodías.
En la catedral
de cristal, diamante de luz, se guarda la energía del Alma. Cuando construimos
nuestra catedral de palabras, oímos la voz del Alma. Todos somos constructores
de catedrales.
(Dibujo Lorena Ursell. “Biografía de mi
Alma”)
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