Oyendo esa dulce melodía de las olas, me abandono a mi ensoñación. Veo a un niño
con la sonrisa más radiante que el mismo sol, en un bosque lleno de luz y
color; criatura adorable que danza con sus brazos levantados, en símbolo
de gratitud al Espíritu del bosque por su belleza y por este nuevo día; observo y siento con recogimiento el respeto
de este momento de unión con la Naturaleza. Cuando termina, se acerca, me dice su nombre, “Bolingo”.
Bolingo desprende esa Luz
propia de los seres amantes y respetuosos que unen las energías del cielo y de
la tierra. Sus ojos negros y profundos
están cargados de sabiduría, -sabiduría del más allá y de su aprendizaje
a través de su historia en la Humanidad-, me mira y su mirada me traspasa el
alma y el tiempo a mi alrededor se detiene.
Veo África, continente de
mil sabores y colores, música, sonrisas, paraíso de belleza y sabiduría. Cuna
de la Humanidad con sabiduría milenaria, que aún hoy en día sigue radiando su
luz a millones de personas. Descubro países tan diferentes, unos llenos de
belleza, gracia y delicadeza que contrastan con otros donde la miseria, la
desigualdad y el horror son los alimentos diarios de sus habitantes. Su suelo
está sediento de paz y no admite más sangre. África agoniza entre guerras de
hermanos y sed de la tierra. Muchas almas luchan para crear la paz y el
bienestar social pero hay sombras que lo dividen para que esa paz y prosperidad
no germinen en su suelo. En mi espíritu oigo palabras de consuelo de un gran
luchador, Martin Luther King: “devolver odio por odio multiplica el odio, añade
una oscuridad más profunda a una noche ya desprovista de estrellas. La
oscuridad no puede expulsar a la oscuridad: solo la Luz puede hacer eso. El
odio no puede expulsar al odio: solo el amor puede hacer eso”, y palabras de
Nelson Mandela: “el perdón libera el alma, elimina el miedo, por eso es una
herramienta tan poderosa”.
De nuevo estaba en el bosque
y esos ojos de ébano me miraban y sonreían. “Hay almas sombrías que
buscan la luz sin saberlo, sufren y odian por ello; hay almas dormidas en el
confort y hay almas luminosas que iluminan el camino. Hay que movilizar todas
las fuerzas para luchar por la paz y hacer frente al miedo, hay que perseverar
para conseguirlo y vencerlo”, me dijo.
Supe que había llegado el
momento de decir adiós a ese niño eterno que todos llevamos dentro, él puso su
mano sobre su corazón en símbolo de gratitud y amor, yo hice lo mismo, pues,
ese niño llamado “Bolingo” me ha enseñado que el amor y el perdón son
herramientas para construir un mundo mejor.
Ahora sé qué no fue un
sueño, fue una experiencia en la que el alma se eleva y viaja por el universo
para enseñarnos que todo forma parte de un Todo. Su nombre “Bolingo” será
recordado y no lo podemos olvidar. Su mensaje de paz y esperanza, de gratitud y
alegría, de solidaridad y libertad hacia su tierra natal África y hacia toda la
humanidad es el lenguaje de los tambores de la tierra, de la danza y de la
alegría, de los colores y de la vida.
(fotos de
la red)
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