Llevo
días intentando hacer entender a mi familia que quiero cambiar de vida. Todos
creen que me he vuelto loco. Debido a mi edad piensan que ya no valgo para
tomar decisiones donde la prioridad ya no es el dinero. Temen perder la
herencia que he conseguido a costa de la alegría.
Sé que
aunque ahora soy mayor deseo vivir lo que perdí, caricias, palabras sinceras y
amables, reír y llorar, pero sobre todo amar.
Al ver mi determinación, mis familiares y algunos de los que creía que
eran mis amigos, han tomado la decisión de encerrarme entre cuatro paredes blancas,
acolchadas, -creo que para no hacerme daño- porque dicen que me he vuelto loco.
Me
llaman loco porque he comprendido que la vida no solo es tener dinero sino también
gente que te quiera y respete por ser como eres. Por esto, quiero vender mis
posesiones y alejarme de la prisión de las cuatro paredes de hormigón donde he
pasado mi vida creando un imperio cuyas murallas me protegen y también aprisionan
mis sentimientos; donde la gente no me aprecia sino anhela mi poder. Todo es
una carrera para escalar puestos. Solo importa el dinero.
Me
llaman loco por desear dejar atrás las noches solitarias de abrazos fríos y
dispersos, muecas de sonrisas y frías sábanas en camas ajenas; por olvidar el
tic-tac, tic-tac sin parar -días, meses, años- de una carrera cuya meta es dinero. A nadie le importa mis deseos.
Todos
se han ido y no he visto en sus ojos un poco tristeza; ahora estoy en una fría
cama de una blanca habitación. En mi mano guardo esa piedra de color turquesa
que un día me regalaron y siento que me une a algo atemporal que ignoro pero
que forma parte de mí.
Recuerdo
que una noche, en una cama de frías sábanas, soñé que una hermosa mujer me
entregaba una piedra azul turquesa y me decía que dentro de ella se hallaba mi
alma que había perdido entre tanto correr para llegar a ninguna parte. Por la
mañana vi una piedra azul turquesa en la mesilla de noche, cuando la toqué
sentí un cosquilleo en mi mano que me traspasó todo el cuerpo; tuve
sentimientos de tristeza y alegría al mismo tiempo y dulces lágrimas cayeron
sin parar. Mi vida pasó delante de mí como la visión de un relámpago. Sentí que
estaba a punto de perder el resto de mi vida. Me ahogaba en esa desangelada habitación.
Salí y caminé sin rumbo hasta llegar a
un bosque, todo era paz y silencio. La historia de mi vida volvió a pasar
delante de mis ojos y eché de menos sonrisas, besos y caricias; miles de
recuerdos que no viví se grabaron en mí para luego marcharse para siempre. En
ese momento, comprendí lo que era mi vida al descubrir la armonía y la
serenidad de ese lugar apacible entre árboles milenarios que me acogieron como
a un amigo, donde las estrellas nos hicieron compañía y los duendes del amor
cantaron a pleno pulmón, el agua tocó el violín y la tierra con sus latidos el
tambor.
Ahora
recuerdo… por qué salí corriendo con tanta prisa de la reunión. Me asfixiaba el
ambiente de estatuas frías y vacías, querían encerrarme en una habitación de
luces blancas y paredes acolchadas y me llamaban loco. Estaba tan triste que
cogí el coche… no vi el camión…, una sensación al principio inconfortable aunque
inmediatamente se transformó en muy agradable, vi una luz y una hermosa mujer
me entregó una piedra azul turquesa.
Ahora recuerdo…
Ese
recuerdo se aleja de mí, ya no siento la fría cama. Me uno en un abrazo a la
tierra y a la sinfonía de las estrellas, pero antes miro de nuevo mi piedra
azul turquesa que me ha ayudado a explorar nuevas esferas.
(foto google)
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