¡Qué agotador es caminar por caminos sin rumbo ni dirección!
Se gana cansancio y frustración y se pierde
la vida, ensimismado en mis pensamientos caminaba cuando en un punto alejado del camino, divisé un
viejo e imponente olivo, cuando me acerqué su figura mágica me ofreció su
sombra. Me senté y al sentir la tierra fui consciente de mi propio cansancio y me dormí. Fue un sueño
reparador, cuando me desperté un perro me observaba moviendo su cola. No hacía
ningún ruido y le agradecí su silencio con una caricia. Nos miramos y comprendí
que seríamos compañeros.
Cuando me levanté él también lo hizo, tiró del pantalón para
hacerme comprender que teníamos que coger un sendero más pequeño que yo no
había visto. No había ni un alma y le pregunté a mi “compañero” que así se
llamaba el perro -¿a dónde vamos?-, por
respuesta dos ladridos, movía la cola y siguió
caminando. Llegamos a un claro donde había un pequeño arroyo, nos
sentamos a descansar y a refrescarnos; -sentía una extraña sensación de
bienestar y exaltación, sensación de saber que estoy donde debo estar y hago lo
que tengo que hacer-.
Continuamos caminando y llegamos a un pequeño pueblo de casas
de piedras y viejas vigas de madera. Entramos en una pequeña pensión para pasar
la noche. Mi compañero, movía el rabo sin parar porque le gustaba el lugar. Al
día siguiente, nos pusimos en marcha temprano y mi amigo me guío de nuevo fuera
del camino; -me sentía bien dejándome guiar, incluso me gustaba, era una nueva
sensación, -me vinieron escenas de mi vida cuando aún tenía familia y era dueño
de mi empresa; perdí todo a causa de mi violencia y despotismo lo que me llevó
a éste camino sin rumbo, transformando mi piel en hiel-. El aire cambió y sentí el olor marino; a
medida que nos acercábamos empezamos a oír el rugido del océano. Desde el
acantilado la vista era espectacular, -la danza infinita de las olas llenaban
el aire con esa mágica composición que solo la bravura del océano en todo su
esplendor puede crear. Esa danza nos
daba la bienvenida invitándonos a acercarnos. Bajamos por un camino escarpado
hasta la playa, y encallada entre las rocas encontramos una vieja barca.
Decidimos que nos quedaríamos un tiempo, teníamos todo lo necesario. Nos
sentamos a ver el atardecer y a medida que avanzaba la tarde y el sol se vestía
de color azafrán, sentí que el ciclo de la vida era infinito: -amanecer /
atardecer-, nacimiento / muerte. La vía láctea brilló con todo su esplendor
trazando el camino de millones de brillantes estrellas y observando ese camino me
quedé dormido.
Mi llanto fue el saludo al mundo; pero al sentir los brazos de mi madre que me acogían con
profundo amor y delicadeza y me daban la bienvenida a este maravilloso planeta,
me calmé; su mirada llenó mi corazón de amor y gratitud. Mi pequeño cuerpo aún
guardaba las memorias de un viaje por el infinito universo. Oía un eco lejano: “venís
solos y solos os vais, pero recuerda que no estás solo en la vida porque todos
formáis el camino de las estrellas”.
Durante muchos años, tuve un sueño recurrente: “caminaba
perdido y sin rumbo por caminos solitarios porque mi avaricia y violencia
hicieron que perdiera todo lo que tenía, familia y empresa. Tenía un perro por
compañero que siempre estaba contento y me guiaba por estrechos senderos hasta
que llegamos al mar y yo me dormí mirando el camino de las estrellas”.
Cuando terminé la universidad monté mi empresa de reparación
de barcos y me casé. Como cualquier relación tuvimos algunos altibajos, y, uno
de ellos derivó en una crisis profunda, mi egocentrismo y despotismo tuvieron
consecuencias huracanadas de destrozo y desolación. Me dolía el corazón al ver
el daño causado por la violencia de mis palabras y el miedo a perder todo; el
sueño recurrente se volvió un escenario vivo. Era un “déjà vu”, reconocí mi
destino; en ese momento, comprendí que la vida nos enseña lecciones para no
repetir nuestros errores.
ooOoo
“Déjà vu”, son percepciones e intuiciones que se nos muestran
a través de sueños, de vivencias… Quién no ha sentido ese “lo conozco, me es
familiar, parece que nos conocemos de toda la vida…”; hay lugares, momentos, personas
que reconocemos sin saber por qué. El “déjà vu”, está ahí para ayudarnos a recordar
que nuestras historias están entrelazadas, no hay tiempo ni espacio, por lo
tanto, no hay pasado ni futuro, solo existe
el presente porque todos formamos parte del Alma del universo y estamos en
continuo movimiento.
(foto de la red)
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