Las palabras deben ir acompañadas por acciones para que causen una mutación en nosotros. Todos creamos una obra de arte con nuestra vida, hay excepciones en la que la obra es un lienzo donde el abismo se asoma. Todos creamos según los pensamientos, sentimientos, emociones, acciones y reacciones intrínsecos a nuestra persona.
Estamos casi siempre en experiencias sensoriales y no vemos lo que hay detrás de ellas, no creemos en la parte no perceptible de nosotros. Cada uno vivimos la vida de diferente manera, compartiendo lo que somos y lo que sentimos. Todos somos individuales y únicos.
Nuestro
cuerpo mental es un laboratorio de pensamientos en el que todos construimos
nuestra vida a través de nuestras elecciones, unas mejores que otras, cuyas
consecuencias las vivimos a través de las emociones y acciones. Si nuestros pensamientos y emociones están en armonía,
nuestra vivencia se consolidará de verdades como el respeto y la libertad, en
cambio, si están desequilibrados, nuestra vida se construirá sobre arenas
movedizas de sufriendo, angustia y desesperación.
Cada sol tiene su ocaso. Nos encerramos en aburridas rutinas viendo
pasar el tren de la vida porque presuponemos e imaginamos un futuro que nunca
llegará; las ideas y pensamientos que únicamente bailan en la mente provocan
adrenalina momentáneamente, pero no se realizarán porque se pierden en el éter.
Todos debemos poner en marcha la acción de nuestros pensamientos para generar
un mayor bienestar individual y social.
Tenemos miedo de perder lo que imaginamos poseer, sin embargo, perdemos todo, incluso el instante en que vivimos cuando dejamos escapar el día mediante un suspiro. Saber vivir es todo un arte, la simplicidad es su componente principal y nos enseña a degustar el presente cuyo sabor dicta las normas de nuestra vida. Todos hemos pasado por situaciones de alegría y reconocimiento y otras en las que el dolor y la indiferencia han sido los ingredientes principales en nuestro día a día. Todos hemos hecho planes que han caído en el olvido por miedo a perder lo que imaginamos poseer.
En nuestra imaginación, damos
por hechas muchas cosas, otras las
suponemos, pero pocas veces vemos y aceptamos la realidad. Nosotros
aprendemos de nuestras experiencias personales y si no somos conscientes de
nuestra vida, nuestro discurso se perderá en la bruma sugiriendo lo que
queremos decir y su contrario. Quien no ha dicho “lo que quiero decir es…, lo
que quise decir fue…, los has entendido mal…”, estas palabras tan corrientes causan
muchos malentendidos porque la ambigüedad esconde la incertidumbre del
pensamiento e incita al equívoco.
Para evitar la ambigüedad hay
que ser sinceros y concisos, tanto en el lenguaje hablado como en nuestro
comportamiento, lo que nos permite vivir de una manera simple y hermosa, sin
bagajes ni equívocos, ingredientes para una convivencia sencilla y lograr esto
es todo un arte porque es aceptar la realidad de nuestra vida tal y como es; es
haber aprendido el arte de no juzgar, de saber quiénes somos, de dialogar con
nosotros mismos en el silencio del alma, de escudriñar en nuestro corazón lo que nos ahoga y liberarlo.
El arte de vivir es aprender a
reflexionar y a observar, para compartir y no para informar de una situación o
de un sentimiento, muchas veces la vida decide por aquellos que dudan
presentando escenarios de tragicomedias.
Somos el director, el actor principal, el secundario, el decorador, el
tramoyista, el público de nuestra vida, somos un conjunto complejo e individual
y actuamos según el guion y la puesta en escena. Muchos dramas se han jugado en
el silencio de nuestro teatro interior. El malestar de cada uno de nosotros lo
volcamos en los demás, impidiendo muchas veces reconciliarnos. En muchas
ocasiones nos enrolamos en historias que sabemos de antemano que no van a
funcionar, pero el orgullo, la relación de fuerza, la soledad, el dinero…,
hacen que nos echemos al mar y, como es de esperar, las tormentas siempre
llegan. Todas las decisiones tienen consecuencias.
No solo basta con desear una
situación, hay que actuar. En la acción es
cuando la vida cobra sentido, se simplifica y empezamos a realizar que muchos
de esos comportamientos son erróneos e innecesarios. La vida es simple y no un
campo de batalla, aunque lo parezca. Somos fragmentos de nuestro pasado y debemos
aprender a recomponernos para ser nosotros mismos. Disfrutando de las cosas cotidianas y siendo
agradecidos, sentiremos y compartiremos pequeñas sensaciones que transportarán
nuestros sentidos hacia la serenidad y alegría. Todos somos en buena parte lo
que fuimos, lo que sentimos y vivimos.
Simplificar la vida es no
atarse a necesidades innecesarias que otros necesitan; es no vivir la vida de
los demás, es sencillamente vivir nuestra historia sin ambigüedades ni
suposiciones, viendo la realidad, rectificando nuestros errores y caminando
paso a paso, sin prisas y sin pausas. Nuestra vida debe crearse sobre las
cenizas de nuestra antigua existencia.
Vivir para crear, ¡vivir es
todo un arte!
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