La rueda de la vida, en su
eterno movimiento, no se para ni espera a nadie. Todos los seres humanos, en
algún momento, a lo largo de nuestra vida hemos tocado la cima y el fondo de
nuestras emociones. Como decía Séneca: “Para ser feliz hay que vivir en guerra
con las propias pasiones y en paz con los demás”.
La
vida es un viaje entre el nacimiento y la muerte del cuerpo en este mundo manifestado,
sin embargo, existe otro mundo dentro de nosotros que es mucho más sutil, grandioso y eterno, el mundo del alma, que hemos olvidado; este olvido nos causa
emociones sombrías de ira, resentimiento y dolor al vivir, solamente, a través
de los sentidos y de la razón.
Los seres
que han buceado en sus profundidades saben que esos dos mundos, el alma y el
cuerpo, están entrelazados tan íntimamente que son indisociables. En el mundo
material del cuerpo existe la luz y la oscuridad, ambas necesarias para
experimentar la vida. En el mundo del alma existe el amor, esencia creadora de
nuestra vida, y siempre nos susurra que volvamos a la armonía y al equilibrio para
evitarnos más sufrimiento, pero como la hemos olvidado no la escuchamos. Las
personas que oyen y sienten ese susurro saben que la sabiduría y la humildad evitan
que entren en campos de batalla.
El objetivo de cualquier ser
humano en este mundo es aprender a vivir consigo mismo dentro de esa energía de
paz y libertad que es el alma, ¡qué gran desafío! Es en el mundo del alma donde
se puede transformar la agresividad en ternura y el orgullo en humildad. Todo
ser humano tiene su propio camino y derecho, todo tiene su razón de ser, su
sentido y su propio ritmo. Séneca nos recuerda: “el hombre más poderoso es el
que es dueño de sí mismo”.
Los habitantes
que son conscientes de los dos mundos empiezan a sentir la vibración de su alma
desde muy jóvenes; la soledad y el silencio son sus mejores compañeros en el
camino del autoconocimiento, asimismo, desarrollan la observación (herramienta
imprescindible), para que el discernimiento florezca en el plano material y
espiritual. A medida que van creciendo buscan lugares apacibles, sobre todo, en
la naturaleza, manifestación de belleza y armonía, donde perciben que cada
átomo de la materia contiene al macrocosmos; también son conscientes de que los
secretos del universo están guardados en el corazón, sede del alma, al que lanzan
miles de preguntas para recibir respuestas en la calma de un momento,
poniéndolos sobre las pistas necesarias para descubrir verdades universales y
compartirlas con todo aquel que desee conocer su verdad.
Los
seres humanos vivimos en nuestro propio contexto –familiar, laboral, social– y
nos identificamos con nuestros pensamientos, sentimientos, roles en la vida que
no son nuestra verdadera identidad; por ello nos colocamos una máscara para
creer que somos otra persona, como consecuencia de ese disfraz tenemos profundas
huellas de tristeza, dolor, apatía, frustración que cargamos a la espalda. Sin
embargo, cuando vivimos identificados con nuestra alma, cuando somos conscientes
de ser habitantes de dos mundos, nuestra existencia se aligera al centrarnos en
buscar soluciones en lugar de crear problemas porque comprendemos los entresijos
de las situaciones. El objetivo de la vida es volverse soberano de uno mismo, cambiando
la máscara por la verdadera consciencia de nuestra identidad. Cómo decía Epicteto:
“las cosas no pueden ser malas, solo pueden ser la forma en que tú piensas”.
Cada país, región, municipio,
barrio por muy recóndito que esté tiene una historia única e irremplazable que
contar –historia de nacimiento y muerte, de corazones vivos y muertos, de
llantos dulces y amargos, de sueños realizados y olvidados–, todo forma parte
de ese gran proceso que es la vida de cada persona. Mientras haya vida la rueda
gira, no se para bajo ninguna circunstancia y si nos paramos pensando que el
mañana será mejor que hoy, perderemos la vida porque no podemos recuperar el
tiempo perdido, no olvidemos que la rueda de la vida tiene su propio ritmo y su
propia ley.
Cuando nos adentramos en el
mundo del alma vemos su resplandor y sentimos su vibración de amor, lo que nos proporciona
libertad para ser y existir en el mundo de nuestra existencia. Nuestra vida interior es nuestro reflejo
exterior.
(foto privada “La Naturaleza Sagrada del Ser Humano”)