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Ahimsa es vida

viernes, 12 de julio de 2024

El peregrinaje del ser humano universal

 El sendero de la búsqueda comienza con ese anhelo de buscar y buscar que no puede parar, buscar ese impulso que nos eleve hacia el Amor. Solo conociéndonos a nosotros mismos en todas las dimensiones —biológica, emocional-mental y espiritual— podremos encontrar el camino del alma. No hay atajos para llegar a la esencia, no hay atajos para comprender la vida.

 El deseo de los dioses de favorecer a los humanos con conocimiento implicaba que el ser humano debía conocerse primero para luego expandir su conocimiento al cosmos y a la naturaleza; es —en el sentido atemporal— una prioridad, porque así recordaríamos que somos polvo de estrellas al regirnos por sus mismas leyes de la armonía.

*****

Después de unos meses agotadores por reuniones interminables cuyo objetivo era obtener más beneficios para la empresa al coste que fuera, mi salud empezó a deteriorarse gravemente, había cruzado la línea roja y la alarma sonó de forma estrepitosa mediante la angustia, ya que se formó un tsunami de emociones caóticas dentro de mí, había perdido el control sobre mi persona.

El médico me sugirió ir a un lugar tranquilo para recuperar la salud y reflexionar sobre ese apetito insaciable de la codicia desmesurada en la que había caído. Todos conocemos la teoría del daño que produce el estrés y, sin embargo, no hacemos caso de sus alertas; necesitamos cataclismos interiores que nos fragmenten para darnos cuenta de que sin la acción nuestro razonamiento no vale. La salud es un valor imprescindible para la vida. 

Unos días después estaba en la casa de mis padres a la orilla de un precioso lago, rodeado de pinos ancestrales y montañas vestidas de blanco.

Una mañana me sentía serena, así que aproveché para dar un paseo. El lago era un cristal transparente donde las sombras de los pinos y de alguna nube lo hacían parecer más profundo. Me senté contra el tronco de un viejo amigo, al que siempre iba cuando era pequeña y le contaba mis sueños, hoy le contaría mi vida y por qué había regresado después de tantos años. Las lágrimas que cayeron limpiaron el dolor profundo que sentía mi alma.

Estaba absorta en mis emociones cuando vi dos ramitas en el suelo que formaban una cruz y en el vértice del palo vertical había una piedra redonda, me vino inmediatamente la imagen de un ANKH, ya que tengo una colgada al cuello.  De pronto estaba en el Egipto antiguo de la XVIII dinastía, es decir, tres mil quinientos años atrás. Vivíamos en Akhetatón (Amarna); mi padre era escultor y un ferviente adorador del Dios solar del Amor. Era una niña muy pequeña cuando mi padre me regaló un Ankh de oro para celebrar la Vida en Atón. Cuando cumplí trece años me llevó a un pequeño santuario donde el disco solar brillaba con intensidad, en su centro había una circunferencia más pequeña que sobresalía y de ahí emergían unos rayos cristalinos dirigidos hacia todos los puntos.  Cuando lo vi sentí un hormigueo de energía tan fuerte que dos lágrimas se escaparon. Mi padre me miraba y sonreía.  “Este lugar es el punto de encuentro entre el cielo y la tierra, simbólicamente, la energía de Maat abraza con sus alas —rayos de luz— a todo aquel de intención pura que desee entrar para llenarse de amor y paz. No olvides que vivirás muchas vidas, olvidarás todo, sin embargo, algunos símbolos te ayudarán a recordar para conectar; lucha siempre contra el olvido, activa tu memoria, recuerda que eres un sol en tu corazón”, oí esas palabras de mi padre como si me las hubiera susurrado al oído.

Volví a estar con mi amigo el pino, parecía que había vivido toda una vida y, sin embargo, era el instante. En la dimensión de la energía no existe el tiempo ni el espacio, todo es instantáneo.  Mi cuerpo sentía escalofríos por la vibración de esos momentos vividos. Era como si me hubiera asomado al balcón del universo desde donde comprendemos que la tierra entera es un templo de sabiduría y podemos recordar y olvidar. Ahora comprendía.

Poco a poco me fui sintiendo mejor y empecé a recuperar la salud, a respirar, a reflexionar y a comprender que la enseñanza de la vida no es para adquirir bienes, sino para evolucionar como almas. Me fijé en la naturaleza para aprender, en su ley evolutiva que nos empuja a ser mejores personas, a vivir en armonía con el todo, a conectarme con cada instante de la vida, para saborearlo y comprenderlo (bueno y malo). Comprendí que cuando estamos en equilibrio es cuando recobramos la salud y el bienestar porque estamos en armonía con las leyes naturales.

La lectura, que siempre me había apasionado, la había apartado por la codicia de poseer porque me hacía sentir que era importante. En el pequeño despacho de mi padre encontré antiguas joyas del saber (Pitágoras, Platón, Avicena, Ibn Arabí, Giordano Bruno, etc.). Esas joyas me devolvieron a un mundo pretérito donde el amor al prójimo, a la justicia como armonía para un mayor bienestar individual y social eran primordiales a la vida; ese mundo me hizo comprender lo equivocada que estaba. Unas frases de Sócrates removieron mi interior: “La vida no examinada no merece la pena ser vivida”, “No puedes enseñar a nadie, solo puedes hacerle reflexionar”, y yo tenía mucho que reflexionar.

Cada amanecer iba al lago para saludar al sol que filtraba su luz al planeta y a todos los seres que la habitan para darles vida —como hacía mi querido faraón Akenatón—. El último día de mi estancia en ese lugar, los colores dorados, rojos y violetas me envolvieron en un abrazo de elevada vibración de renacimiento. Instantes después el fulgor me cegó y observé en mi interior la atemporalidad de la Vida y volví a ver desde el balcón del universo el peregrinaje del Hombre Universal Atemporal.

Mientras regresaba a la cabaña supe cuál era mi nuevo camino, podía seguir trabajando para obtener beneficios, pero en equilibrio y armonía. Esta fragmentación interior me ayudó a recordar que somos seres superiores al tener una conciencia elevada, pero lo olvidamos, y en nuestra era de la razón materialista ese concepto ha quedado en las antípodas donde habita la ignorancia.

El olvido es un velo que podemos rasgar si deseamos descubrir el camino de la mente al corazón.

La Esencia es Esencia antes, ahora y después y Es el camino del Humano Universal Atemporal en peregrinaje sobre la Tierra.

                         

                            (Foto Haleakala)

domingo, 9 de junio de 2024

El sufí que recordó el secreto del origen de la vida

 ¡La Vida es el peregrinaje del Hombre Universal!

 Las joyas interiores que posee el ser humano relucen en su interior, al igual que el agua brilla al contacto de los rayos del sol. Estas joyas etéreas —sabiduría, creatividad, intuición, sensibilidad, bondad— vibran en nuestro Ser y se hacen perceptibles cuando con coraje y humildad nos conquistamos a través de la excelencia.

 “¡Ante el Sol todo es igual! Echa a volar para estar en la pleamar del alma donde tu itinerario está inscrito, recuerda que cuando estés vestido de ser humano y habites el mundo del olvido, la lucidez quedará envuelta en un velo denso que hará que olvides quién eres porque la llama del recuerdo casi se ha extinguido. Dentro de ti hay joyas que deberás pulir y así te reconocerás cuanto te mires en el espejo del Sol. La naturaleza que todo engloba te ayudará a sentir para despertar la sabiduría e intuición y también a observar tu creatividad a través de la sensibilidad y bondad. En el silencio escucharás el canto mágico de los pájaros que te traerán historias de tiempos atemporales, vuela hacia ese lugar y rompe fronteras; solo así traerás a la superficie las memorias de tu verdadera esencia”, susurros que mi Ser grabó a fuego en mi corazón, antes de convertirme en alma humana para experimentar la vida.

Nací en un cruce de culturas donde las especias se unían al repique de campanas, donde el intercambio de ideas se generaba con respeto y dialéctica (dos inteligencias hambrientas por encontrar la verdad). Crecí en una familia amante y respetuosa con la tradición y con la Unidad, en el estudio y en la reflexión. Ahora, al iniciar mi camino de regreso al hogar, la brisa dorada del amanecer me trae recuerdos de mis acciones para rememorarlas y así sanar lo que escondí para evitar el dolor de la traición.

Corría el año 1275 de la era cristiana, caminaba por la plaza del mercado para ir a la tienda de pergaminos junto a mi padre, la vida bullía a través de las voces, olores, colores, alegría, me gustaba ese ambiente y al mismo tiempo sentía que la fragancia del jazmín abría un camino en mí, una nueva vibración empezaba a tocar las cuerdas de mi alma.   Recordé en ese momento eterno que tenía que profundizar en ese sentir para, tal vez, llegar a comprender.

Desde pequeño la curiosidad fue mi compañera y mis padres me ayudaron a desarrollarla ofreciéndome una excelente educación. Fui a la escuela de sabiduría para estudiar las artes de la medicina, astronomía, matemáticas y filosofía.  Mi madre me contaba cuentos sufíes cada noche y me repetía: “los mitos guardan secretos ancestrales que cada cultura envuelve con su propia fragancia. Descubrir los enigmas de la vida y los tuyos es esencial, pues, te llevarán a la esencia del cosmos universal”.  Así, paso a paso, mi madre fue plantando en mi interior las semillas de luz que me llevaron por múltiples y variados caminos, pero siempre a través del estudio y de la meditación, recuerdo sus palabras antes de dormir: “reflexiona lo que este cuento te quiere decir”.

 Años más tarde, cuando me dedicaba a la astronomía, matemáticas, medicina y filosofía, mi mejor amigo fue llevado ante la “justicia” por tener ideas y creencias diferentes a las impuestas, sin embargo, él defendía la tradición y también la unidad de la esencia creadora en cada manifestación. Así el puñal de la traición y de la ignorancia de los que se creen superior hizo un profundo corte en mi corazón. 

 Una noche, al regresar a casa, después de observar la magia de las luces en el universo y de anotar sus movimientos, me sentía cansado. Esa noche tuve una experiencia y su huella aún perdura en mí. “Estaba en lo alto de una duna, a las afueras de una ciudad, mirando el cielo, hablando con mi compañero de los misterios y las leyes del universo —su orden, su caos, el movimiento cíclico que todo entrelaza, su ritmo y sonido—. Estábamos tan absortos que no vimos cómo se acercaba la tormenta de arena. Como pudimos nos resguardamos el uno contra el otro y nos tapamos la cara con la kufiya. Todo quedó enterrado bajo la arena en un segundo.  Era consciente de mi angustia, del picor de la arena en todos mis poros, sentí que me ahogaba, de pronto una llama en mi cerebro se encendió, me calmé y empecé a meditar, vi que la tormenta, así como llega y se va, que el viento todo cambia y que cuando se va, todo vuelve a percibirse de diferente manera. Comprendí que las tormentas nos permiten cambiar para tener una nueva percepción, pero necesitamos coraje y humildad. Cuando pasó la tormenta, mi amigo y yo nos miramos y en ese momento el velo se rompió, yo era el individuo que vestía mi cuerpo y también era el Otro, no como manifestación, pero sí como esencia, había nacido el sentimiento de fraternidad absoluta, supe que mi vida había cambiado para siempre”.

 Semanas más tarde, comuniqué a mis padres y alumnos mi decisión de marcharme. Mi padre era sufí y sabía que la transformación se hace mientras giramos en la danza de los planetas aquí y ahora. Fue entonces cuando me retiré a una montaña cuyo valle era un jardín de flores y sus fragancias me deleitaban porque comprendía que la alquimia natural se producía a cada instante. El silencio me envolvía con su melodiosa armonía, la observación y la meditación me llevaron a la intimidad espiritual cuya vibración era el reflejo de la Luz primordial. Tuve una certitud —todas las experiencias entre “yo y el Otro” son únicas e irrepetibles, nos llevan a la unidad del Ser, al amor y a la paz, sea cual sea nuestro culto—, cada ser humano es único e irrepetible.

 Pasé unos años en la montaña y cuando sentí que era el momento de regresar lo hice renovado, empecé mi viaje como aventurero espiritual y qué mejor enseñanza que la de estar rodeado de gente frente a uno mismo, observándose, sintiendo, transformando las emociones en joyas etéreas. Siempre supe que la verdad no pertenece a nadie, sino a uno mismo, con nuestra experiencia del “yo y el Otro”.

 Recorrí muchos caminos con altibajos y hoy he llegado a mi última parada. La noche me envolvió con el manto de las estrellas y la luz dorada del amanecer traía sonidos de un nuevo día, escuchando la melodía del silencio, sentí el cálido abrazo de mi Ser y un canto sonó en mi corazón: 

                                  “Vivo obedeciendo a mi voz interior

que me llena de aliento y alegría,

para seguir la Vía de la Vida

dejando estelas de armonía

para no olvidar la memoria contenida.

 

Recordar que cuando estamos

en el mundo del olvido,

nos volvemos agrios y violentos,

porque hemos olvidado

la naturaleza de nuestra esencia.

 

Ese recuerdo nos devolverá el hálito sagrado

que contiene fuerza,

pues un humano se evalúa

con el ejemplo que da

y no con su bruta fuerza.

 

No estando en la opinión

sino en el criterio, reflexionando,

escuchando y discerniendo

el contenido de palabras y actos

tanto propios como ajenos.

 

Conceptos, ideas y espacio vacío

se entrelazan formando un nuevo Ser,

ya que lo que se opone me hace crecer

y a través de la intuición y sabiduría

el velo de la ignorancia y arrogancia

cae para que la verdad sea desvelada

e ilumine los secretos de la Vía”.

 Esa noche, mientras miraba el nuevo amanecer, he vuelto a las praderas de la armonía, soy átomo en el universo infinito y eterno. No hay tiempo ni espacio, pero sí mantengo mi memoria intacta de mi viaje a la tierra.  Mi maestro celeste, el Ser, se acercó y la luz nos envolvió. Todas las experiencias que se realizan en el planeta Tierra son para aprender que el mundo visible es el reflejo de nuestro mundo invisible. Si queremos cambiar debemos penetrar en el mundo del más allá y crear nuestra propia realidad.

 *****

En el campo de las flores estelares, en el océano dorado del amor y armonía, los átomos de los grandes héroes silenciosos del mundo se unen en un solo Sol, donde los límites, diferencias, creencias no existen. Solo existen átomos de la esencia divina. Todo es posible en ese jardín de energía.

 El canto de los pájaros que cada mañana trinan en los árboles es para hacernos llegar un mensaje de alegría.  Pequeño homenaje a Titanes como Ibn Arabí, Farid al Din Attar, Rumi, Avicena, Al-Ghazali y a todas las almas que han sembrado y siembran la Vida con estrellas.



domingo, 14 de abril de 2024

HEKA, la magia de los dioses

 

Los seres que aceptan las enseñanzas que provienen de tiempos inmemoriales es porque su espíritu, así se lo sugiere, sienten ansia de buscar la Verdad, el Amor, la Belleza, esencias que le llevan a la armonía del Ser.

Esos seres se maravillan de los misterios de la Naturaleza y del Universo, así como de la naturaleza intrínseca y profunda del ser humano. Sienten el espíritu natural del alma del mundo y del alma humana, por eso sienten sosiego y equilibrio, energía que produce bienestar y coraje para explorar la vida; en tiempos pretéritos ese conocimiento y esa fuerza primigenia se denominaba magia, y el aprendiz a esa sabiduría tenía que pasar unos años de estudio y pruebas antes de las diversas iniciaciones, sabiendo que podía pagar un alto precio; el objetivo principal era recuperar la memoria primigenia, es decir saber quiénes eran y así saber de dónde provenían. Sabían que si eran capaces de recordar podían conectar con esa energía mágica que es el alma universal.

En el antiguo Egipto, a esa potencia creadora de unión, de relación, de transformación, de magia se la llamaba HEKA. Sabían que existía el macrocosmos —universo—, el microcosmos —ser humano— y la parte intermediaria que une a ambos universos, el mesocosmos que contiene parte del alma universal y parte del alma humana. Si logramos ser conscientes de estas tres partes, entramos en el mundo de la magia, de la unión, del universo de Maat, armonía donde la magia del Ser se hace realidad.

Los pájaros cuando vuelan en grupo dejan una estela para que los que vengan detrás puedan seguirla. Así, también nosotros seguimos las huellas de nuestros ancestros cuya trayectoria nos ha llevado al presente. Todo en la Vida está relacionado con nosotros mismos, con los demás, con la naturaleza y con el universo, y cuando rechazamos una parte, consciente o inconscientemente, nos sentimos mal, angustiados, cansados, tristes porque estamos en desequilibrio.

Cada civilización, cada sociedad ha tenido y tiene una visión diferente del mundo. Cada sociedad crea leyes para mantener un orden dentro de sus fronteras, aunque esas leyes no sean iguales para todos los ciudadanos, hoy en día el más fuerte es el que gana, no él más justo. Toda la sociedad necesita de una acción justa para evitar que gobernantes tiránicos impongan sus injusticias. Para evitar las injusticias es necesario que todos nosotros nos curemos el alma de la codicia del poder y dinero, de la mediocridad de ser débiles y no tener coraje para enfrentarnos a la vida; de la ignorancia que nos impide discernir para ver con claridad, del egoísmo que nos lleva a la indiferencia con otro ser humano. No olvidemos que la historia la hacen los seres humanos para bien y para mal, no los países como trozo de tierra ni los dioses.

Ya en tiempos inmemoriales se desarrolló un profundo conocimiento del ser humano, de la naturaleza y del cosmos —del ser humano como ente biológico y alma; de la naturaleza como un principio dinámico cuya fuerza todo mueve y se transforma creando vida para que los seres vivos puedan desarrollarse e ir más allá de lo aparente, yendo de lo uno a lo múltiple y viceversa; del cosmos como ente primordial que todo contiene y es fuerza creadora que genera Vida a través de la Conciencia Universal, en diferentes escalas, evidentemente. El cosmos es el caos ordenado para que la razón humana pueda comprender con todos sus cuerpos su verdadera naturaleza primigenia. Hoy en día hemos perdido la perspectiva del Ser y nos centramos en la pequeña mente racional donde todo se fracciona en lugar de buscar la unidad. Vivimos en lo opuesto a HEKA. 

Para volver al mundo de la magia de los dioses hay que desearlo en el corazón dorado, hay trabajar sobre uno mismo, esforzase por comprender los enigmas de nuestra vida y de nosotros mismos, rompiendo velos para ver más claro; como decía Epicteto ir creando nuestra propia escultura, lo que implica quitar lo superfluo. Penetrar en el mundo de HEKA es reconocer el alma, elevar el espíritu hacia el Bien, esencia de Todo, porque cuando hacemos lo correcto todo se armoniza en nuestro interior y como consecuencia nuestro exterior, cambia. La persona está dispuesta a quitarse la máscara y verse como parte indivisible, individuo, entrando en la unidad y sintiendo la vibración de la magia de los dioses, HEKA. El humano que se maravilla de la naturaleza del universo, de la naturaleza como planeta y de la naturaleza del ser humano, vive la magia en su interior, vive libremente y la luz de su interior irradia a través de sus ojos.

Hoy en el siglo XXI pensamos que lo que tenemos prima sobre lo que somos, de ahí vienen el desequilibrio y el desorden tanto en la política social como individual, vivimos en un desorden interior porque nos hemos alejado del orden del cosmos. Hemos perdido el objetivo que es conquistar nuestra libertad y serenidad para poder vivir con dignidad y armonía. Si estamos en la dinámica de buscar la armonía, tomamos distancia de las situaciones, de las emociones y vemos las cosas con otra perspectiva, comprendemos las situaciones, las relaciones y no nos lanzamos de cabeza al conflicto porque nuestro discernimiento nos mantiene en el equilibrio, dejamos de estar en la reacción para centrarnos en la acción de construir y observar para aprender, pues todos aprendemos de todos.

HEKA, la magia de los dioses es el nudo invisible que todo entrelaza, que une el mundo visible de lo manifestado al mundo invisible del universo, cuya fuerza todo anima —el alma del universo, el alma del mundo, el alma del ser humano—.  Somos almas vivas y eternas y podemos sentir en todos nuestros cuerpos la armonía del Universo, principio de Vida. Solo tenemos que recordar para conectar, por eso los antiguos filósofos daban tanta importancia a la memoria.

Vivir en la magia del Alma, de la Vida que todo anima es vivir en otra dimensión donde la justicia y la dignidad son dioses que hay que respetar para vivir en Maat, diosa de la armonía, que gobierna el timón de nuestro Ser donde las potencias de lo Bello, de lo Justo, de la Verdad residen, así podemos vivir según nuestros parámetros sin necesidad de echar la culpa a otros de nuestra torpeza y errores, somos conscientes de nuestra responsabilidad, esta es la magia del ser humano.

Como he dicho anteriormente, la historia la hacemos las personas, no los países, ni Dios. Solamente, los seres humanos creamos el conflicto al olvidar el orden en nuestro interior, somos un reflejo del cosmos y no podemos olvidar los derechos y obligaciones que tenemos.

Aprender a vivir, aprender a observar, aprender a amarnos, aprender a respetarnos, aprender a deleitarnos con la Naturaleza que todo engloba, es HEKA, la magia de los dioses, así dejaremos una estela en el cielo y en la tierra para que los que vengan detrás encuentren fácilmente el camino.

                   

Libro: “La Naturaleza Sagrada del Ser Humano”. Dibujo Lorena Ursell

martes, 12 de marzo de 2024

En las trincheras

 Esta es la historia de Aamir, un niño de cinco años que ha sido obligado por la crueldad de algunos señores a vivir en una trinchera donde el silbar de las balas son los sonidos que oyen sus pequeños oídos. Aamir agoniza, poco a poco, su pequeña y corta vida se va con cada respiración —el aire es irrespirable debido a los ataques biológicos, así como a los bombardeos que no cesan—, su pequeño cuerpo ya no tiene fuerzas y ha caído en la inconsciencia, lugar donde no siente dolor ni temor.

Su inconsciencia les lleva a unos recuerdos muy queridos, a su casa, donde sus hermanos y padres lo miran orgullosos de su gracia, de su buen humor y de su alegría innata. Padres que trabajan el campo, respetuosos con la tierra que les da de comer y amantes de sus hijos; hijos que estudian para labrarse un mejor porvenir para todos y por las noches se sientan juntos para cenar y compartir sus vivencias, alegrías o tristezas. Una familia más entre los miles de familias en el mundo, a lo largo y ancho del planeta.

Vidas truncadas sin saber por qué, a la merced de unos señores que decidieron que la vida de esas personas les pertenecían y como consecuencia, llegaron a la conclusión de que si las aniquilaban no pasaba nada, serían daños colaterales en medio de ese terrible escenario que acababan de crear, la guerra.  Así empezó una carrera sin fin de años de horror, de sufrimiento, de miseria que aún siguen padeciendo en sus carnes las personas que viven en las trincheras, temblando de terror cada segundo de sus vidas y esperando que la muerte venga a salvarlos de ese terrible escenario.

Esos señores que solo saben crear guerras, fabricar armas y generar caos a su alrededor, son almas enfermas que viven a lo largo de los cuatro puntos cardinales del planeta. No les importa si las personas viven o sufren; las personas que no han muerto físicamente, están muertas interiormente porque reviven su tortura diariamente, siendo la muerte su sombra y compañera, ¡qué atroz sufrimiento!  

Para la gran mayoría de los seres humanos estas barbaries son inconcebibles, inaceptables e inhumanas, ya que la vida humana es sagrada y debemos respetarla y no es una moneda de cambio o de compraventa, como esos señores piensan, porque a ellos solo les mueve el poder y el dinero, pero tienen sobre su conciencia la muerte y la miseria de miles de seres humanos que han dejado en la cuneta viviendo en las trincheras.

Aamir, sale de su inconsciencia, se remueve en las trincheras, cubierto de tierra mojada y piedras que se clavan en su pequeño cuerpo, y vuelve a vivir esa pesadilla de horror y dolor, incomprensible para él; llora desconsoladamente porque se ha dado cuenta de que su familia se ha ido, se siente solo y abandonado.

Su dolor y desesperación es tan grande que vuelve a caer en la inconsciencia, pero esta vez, vive el reencuentro con sus padres y hermanos que le sonríen y le esperan. Él se levanta y se dirige hacia ellos, no siente dolor ni tristeza, solo una gran alegría de volver a estar con su familia. Vuelve su mirada hacia atrás y se da cuenta de que ha dejado las trincheras, que como otros muchos compañeros, sonríen y se van felices porque para ellos se acabó el infierno.

Mucha gente sigue sobreviviendo y agonizando en esas trincheras esperando que su sombra, la muerte, les lleve con sus familiares y amigos, sin comprender por qué nadie les ha ayudado.

Al ver tanta destrucción, miseria, heridas que jamás cicatrizarán, vidas sesgadas…, trincheras empapadas de sangre y llantos de tristeza, me pregunto ¿cuánto vale el poder y el dinero? No hay nada que valga más que una vida humana. Los corazones de hierro, esas almas enfermas, son los verdugos que quitan la vida y la alegría a miles de personas a lo largo y ancho del planeta, pero esos verdugos que han perdido el perfume de sus almas deben saber que las miles de almas que sufren y que se han ido, elevan sus plegarias sinceras de perdón para que la paz vuelva a la Tierra y a la Humanidad entera.

La voz del pequeño Aamir es la voz de todos los niños y víctimas que se han ido y que siguen luchando por sus vidas, voz que seguirá viva y cada día se alzará más y más, hasta los confines del universo, hasta que los responsables de esos crímenes y de esas trincheras paren las guerras, las masacres, las violaciones para que la Humanidad entera pueda celebrar la victoria de la paz sobre la guerra.

No hay poder en el universo más grande que el amor y el perdón y no podemos olvidar que los seres humanos estamos hechos de esas esencias. Esas almas enfermas solo desean poder y dinero, qué pobres son al vivir esa falsa ilusión, jugando a ser dioses del averno, donde el egoísmo y el ego acompañan a su cortejo creando sufrimiento y terror.

El canto de los pájaros simboliza a la voz de los niños, símbolo de libertad y alegría, que cada día nos alegran las mañanas con sus cantos y revoloteos. 

Todos nosotros debemos a esos héroes del silencio, nuestro compromiso de lucha para restablecer y reconstruir la paz, lugares donde los niños junto con sus familias puedan vivir, jugar y reír y nos alumbren, son esas sonrisas como soles para que el futuro de la Humanidad sea VIVIR en paz y nunca más en las trincheras. #YoSoyAamir

viernes, 22 de diciembre de 2023

El pequeño y la montaña sagrada

Las montañas desde la antigüedad más remota son símbolos sagrados, encierran secretos que son desvelados al buscador del camino de su alma y que esté dispuesto a pasar las pruebas. Las montañas han vivido millones de historias que guardan en sus archivos arcanos dentro de sus cuevas profundas.

 Cada nuevo día se sienten pletóricas cuando saludan al astro rey al compás de la música de las musas y este les devuelve el saludo bañándolas con sus átomos de luz para que sigan siendo las hermosas heroínas de las leyendas.  La majestuosidad, la belleza, la fortaleza, la sabiduría de las montañas son arquetipos que nos hablan e inspiran, por eso estamos atraídos por ellas.

 Entre millones de historias estaba la de Inko —un niño de mirada brillante y profunda, pero al mismo tiempo sus ojos de ébano transmitían dolor y miedo—, que se acercó a este reino de belleza y silencio. Este pequeño estaba exhausto, su carita mostraba la huella de surcos de ríos secos y su cuerpecito era como pequeñas ramas delgadas sin hojas. Había llegado en una pequeña gruta donde había huellas de otros ocupantes que hicieron un alto en el camino antes de aventurarse por el sendero. El pequeño muchacho se tumbó y se durmió en el acto.

 Cuando nuestro compañero el sol emergió para saludarnos, le dijimos que proyectara sobre la cueva sus rayos de luz para que calentaran y despertaran al pequeño, pues hacía dos días que dormía. Así los rayos templaron y despertaron al niño. Estaba aturdido, no sabía dónde estaba, pero se sentía seguro, sus tripas rugieron de hambre. Los pájaros cantores le ofrecieron su trino y su ánimo se elevó, se sintió feliz después de tanto tiempo; salió y vio el riachuelo que traía vida a nuestro valle. Se acercó y bebió el agua que necesitaba, luego se metió en esas aguas azules para lavarse las heridas de su malherido cuerpo. Secándose al sol, sus tripas volvieron a quejarse, se levantó y buscó algo para comer. Descubrió que, a poca distancia, el valle estaba lleno de árboles que le ofrecían sus frutos frescos, también había raíces de plantas que él conocía y que le ayudarían a recuperarse.

 Mi reino es la montaña sagrada, solitaria, colosal, eterna, poderosa y da la bienvenida a los valientes que, aunque estén heridos, siguen su camino; ahora le tocaba el turno a ese pequeño hombrecito.

 El pequeño Inko era valiente e inteligente, decidió establecerse y explorar las cercanías de su nuevo hogar. Descubrió un camino escarpado y de difícil acceso para aquel que ose molestar a las hojas ambarinas que preceden al silencio y a la gran piedra azul en forma de cubo. Solo aquellos que tienen un corazón sincero pueden acceder a esa gruta donde vive la señora de blanca túnica y corazón azul, una vez hayan superado la prueba. Todo aquel que se aventure en mi reino debe estar en armonía con la naturaleza y con él mismo, si solo visita mi dominio para dar un paseo, el velo del secreto cerrará sus ojos y solo verá una montaña con vistas hermosas sobre un fértil valle.

 Al cabo de un tiempo, Inko subió el sendero con determinación, llegó a un terraplén donde había una gran piedra azul en forma de cubo. Se sentó y miró a su alrededor, el paisaje le conmovió, una ligera brisa de arpas trajo   belleza, serenidad, armonía, silencio. Mientras estaba recogido y disfrutando de ese regalo de la naturaleza, oyó una suave voz de mujer, el pequeño Inko casi no se cae del susto, no la había oído llegar. “Naki” así se llamaba la señora que viendo al pequeño bañarse en el río de serenas aguas, semanas atrás, supo que era la persona que esperaba desde hacía mucho tiempo —vienen muchos visitantes, pero pocos corazones puros—. Conocía su historia y su valor. Sabía que podía vivir en armonía porque conocía la belleza y el sentido de la vida, el dolor y el miedo, la crueldad y el amor, y ante las vicisitudes en su corta vida, su espíritu se mostró indomable con la violencia. No alberga rencor ni ira, solo una gran herida.  Por eso, su alma lo había llevado a su destino.

 Me comunico con mis buscadores a través del sueño y de la meditación, haciéndoles sentir una vibración de alegría para que conecten con sus recuerdos y vuelvan a revivir la grandeza de su ser. Necesitan coraje y voluntad para este viaje que empieza en la cueva de las serpientes o tal vez ramas rotas. Quien controle su mental vencerá en la lucha. Siempre hay un momento en la vida en que el grito de desesperación es el comienzo de un nuevo ciclo que da paso a la esperanza. La vida se percibe intensamente en cada manifestación, sea mineral, vegetal, animal, humano. Todo forma parte de la misma unidad en otra realidad. Naki era la abuela del chamán del poblado de Inko y desde muy pequeño dio señales de que era diferente, no en apariencias, pero sí en su interior. Así poco a poco las enseñanzas se fueron transmitiendo antes de llegar a mí.

 Durante su larga estancia en ese maravilloso lugar, aprendió a recordar y a conectar, a sentir y a escuchar la naturaleza, a reflexionar y a meditar. Visitó los archivos arcanos de la gran cueva, comprendió el significado de la Naturaleza, el misterio del ser humano (un átomo de luz crea vida y es ese átomo el que nos devuelve los recuerdos perdidos y nos enseña el camino de regreso).  Una tarde subieron a la piedra-cubo para hacer unos ejercicios y restablecer la energía. Después, se sentaron a ver el atardecer y cuando apareció el sol, algo mágico pasó, se había vestido con sus ropajes reales de púrpura, violeta y dorado, para que Inko viera y sintiera la magnificencia del universo en ese horizonte que es la frontera del sueño donde todo se hace posible al conectar con el recuerdo de la verdad en otra realidad.

 Ese atardecer fue especial, Naki también vestía su túnica blanca y azul, reflejo de su corazón. Inko supo de inmediato que algo extraordinario iba a pasar. Cuando volvieron a la cueva sagrada, un hombre alto, fuerte, de pelo largo y ojos sagaces e insondables, les estaba esperando. Se sentaron formando un triángulo; sintió una conexión muy fuerte con ese personaje, este le dijo que tenía que hacer un viaje largo y si quería acompañarlo. Inko estaba perplejo, no quería dejar a Naki y al mismo tiempo deseaba ir con él.

 Naki le dijo que había llegado el momento de aprender otras cosas y más tarde, en su momento, regresaría si ese seguía siendo su deseo. Mañana te diré lo que he decidido. Tumbado en el suelo de la cueva y oyendo el silencio de la naturaleza, rememoró su niñez. Las heridas se habían sanado, pero los recuerdos estaban vivos. “Vivía en un pequeño poblado, en el valle, las yurtas de colores, la gente amable, sonriente, los niños jugábamos y aprendíamos de todos los mayores. Era una vida simple y dura debido al tiempo, sin embargo, era una vida tranquila y alegre. Una mañana se oyó ruidos de cascos de caballos y unos jinetes con flechas y lanzas entraron, saquearon y mataron. Yo había ido al bosque a recoger hierbas, por eso no estaba en el poblado. Los vientos trajeron el sonido de la locura. Lágrimas de penas y dolor volvieron a correr sin poder detenerlas. No hay palabras para describir el dolor, el terror y la soledad que deja la crueldad. Toda mi vida desapareció en las cenizas que dejaron de mi pueblo. Unos días más tarde empecé a caminar hacia la montaña sagrada porque el chamán hablaba siempre de una mujer sabia”. ¿Cómo sabré que es la montaña sagrada?, me preguntaba mientras caminaba y una voz suave me decía: “la reconocerás porque cuando la veas no verás una montaña sino belleza”.

 Durante un tiempo Inko viajó en compañía de ese hombre atemporal que forma parte de esa fraternidad de sabios que protegen a la Humanidad, se llamaba Itumi “el persa”, así transmitió a Inko secretos, ritos y leyendas, la verdad se va transmitiendo oralmente para que las palabras bailen y el ritmo del viento lleve su mensaje a través del aire. En sus viajes conoció a otros personajes que le instruyeron en diferentes conocimientos, todos ellos tenían un denominador común, la unidad de la humanidad, porque solo en la unidad los valores primigenios del universo pueden ser esculpidos en el interior de cada ser humano para darle un sentido a la vida y que encuentre así su destino. Si no hay sentido, no hay destino.

 En uno de sus viajes, conoció a una mujer preciosa y de corazón puro, el viaje con Itumi había terminado, el momento del regreso había comenzado.

 Naki les dio la bienvenida y al atardecer volvieron a la piedra-cubo para restablecer las energías y enseñar a la preciosa compañera de Inko el lenguaje del silencio para que pudiera oír las leyendas vivas de las hermosas montañas, el canto de las aves nocturnas, el susurro del agua y el baile de las hojas ambarinas que preceden al silencio, todo forma parte de la naturaleza sagrada del cosmos en la tierra.

 Una semana más tarde, Naki llamó a Inko para entregarle las llaves de su reino, la montaña sagrada, y comenzar así un nuevo ciclo.

     


                    

                             (Foto privada)

jueves, 12 de octubre de 2023

Lúa y la gota de agua dorada

Después de tantas historias fascinantes con algunos seres humanos a través del mundo, nos preparamos para una nueva aventura, el clarín ha sonado para reagruparnos en nubes, los vientos soplan y así comienza el baile para descender a la Tierra.

Esta vez los vientos nos llevan a un hermoso y tranquilo paraje en medio del Atlántico, una pequeña isla poblada por gentes amables y generosas. Hay un volcán cuya energía es especial, aunque muchos lugareños lo hayan olvidado. Existen montañas muy altas de lava que crean paisajes muy hermosos que dan vida a épocas pasadas.  El choque entre dos nubes produjo un fuerte destello de luz y formamos unos fuegos artificiales de gotas doradas que bañaban esa naturaleza extraordinaria.

Me llamo Lúa, en esa época tenía diez años, era traviesa, vivaracha y muy alegre. Vivía en un pequeño pueblo de pescadores en una pequeña isla del Atlántico. Iba al colegio de mi barrio. Era obediente, aunque no estaba de acuerdo con muchas cosas tanto en casa como en el colegio. Esto ya me trajo algún que otro problema a mi corta edad, pero vivir como una marioneta nunca me gustó. Soy diferente solo por el hecho de no seguir la corriente.

Todo comenzó hace muchos años cuando una noche de verano empezó a caer una gran tormenta de rayos y mucha agua. Sentí una curiosa sensación, necesitaba salir al jardín para sentir esa fuerza indomable de la naturaleza, oía gritar a mi madre: “¡no salgas!”, sin embargo, no pude contener ese impulso y salí. Vi una cortina de agua cristalina con destellos dorados, caía con tal ímpetu que me quedé embriagada y paralizada al contemplar esa belleza. Sentí una energía tan grande que abrí los brazos para recibir ese baño de agua de las estrellas.  Recuerdo que por mi cara fluían pequeños riachuelos y una gota dorada penetró en mi boca, sentí un extraño sabor en mi garganta.

En ese momento, mi pequeño cuerpo se convirtió en el universo donde el vacío y el todo eran uno, millones de puntos luminosos en continuo movimiento, cuya vibración producía una música sutil y armoniosa. Vi un puntito en el infinito universo, la Tierra. Observaba todo el conjunto a la vez y recordé que muchas veces, en esos momentos de silencio perfumado por las estrellas de los jazmines, miraba al cielo y veía chispas doradas, moviéndose en el aire a toda velocidad, sin chocar, todo está impregnado de ellas. Mi mirada volvió a ese universo de puntos luminosos; de pronto un grito me devolvió a la realidad física, esa experiencia duró una milésima de segundo, fue instantáneo, pero mi alma todo absorbió. Mi madre enfadada salió a buscarme y me hizo volver a casa. Esta vez su regañina no me importó, ese instante mágico cambió mi vida para siempre. Mis padres estaban acostumbrados a mis “arrebatos incoherentes”, mi comportamiento no les parecía el apropiado a una niña pequeña.

Decidí no contar mi experiencia, esa noche soñé con riachuelos que nacían en la ciudad de cristal, con reflejos de colores del arcoíris que recorrían mi cara, como rayos dorados que desembocaban en el océano de mi corazón, algo cobraba vida en mi interior. En el silencio de la noche estelar oí notas musicales que envolvían mi alma, oí una voz: “aunque pequeña, eres curiosa y valiente, tesoro que debes guardar siempre; siente la magia de tu alma para que elijas quien quieres ser; cada mañana el sol abrirá tus ojos para que paso a paso comprendas el sentido de tu vida. No seas una marioneta, sigue tu camino, posees el coraje de tu corazón y la valentía de tu alma, ambos necesarios para levantarte cuando caigas y seguir avanzando por el camino del silencio de los jardines de la vida. Solo encontrarán alegría en el juego de la vida, las personas que se maravillan cuando ven la belleza y el coraje de una flor que lucha por nacer en una roca; las personas que se embriagan del perfume del rocío de las estrellas; las personas que oyen el vals del otoño cuando las hojas caen al ritmo del viento para unirse a la tierra y volver en primavera. Afronta la realidad y no te dejes embaucar por los miedos que se forman en tu imaginación. Cuando te sientas confundida ve a tu corazón donde todo guarda su memoria y te recordará que para avanzar caerás y te levantarás con más fuerza y claridad”.

La esfera dorada me llevó a través de mares y montañas para que viera la grandeza y belleza de la naturaleza. Nos adentramos en montañas primigenias, valles con hermosos árboles centenarios, ríos impetuosos donde habían crecido grandes civilizaciones que dejaron una huella en los templos construidos según el código de belleza. En un momento dado, la gota dorada se posó sobre un loto blanco que crecía en un precioso lago de montaña, tranquilo y sereno, donde se reflejaba el cielo, que solo la brisa del viento lo mecía suavemente cantando canciones de antaño. Visitamos las profundidades del lago, ese mundo subterráneo tan rico y diverso cuyas raíces son el alimento de todo lo que vemos. No soy Lúa, soy parte de ese misterio del universo que todo contiene y es.

Me desperté serena, rememoré mi sueño y esa voz del aire se hizo palabra en mi diario. Sentía esa fuerza que vibraba en mi interior y me empujaba a buscar respuestas, ese instante mágico fue mi punto de inflexión.  El día era, como siempre, soleado, salí a coger lapas con mis amigos, disfrutaba de su compañía, de nuestras risas y juegos. También había un deseo oculto, deseaba sentir esa magia del agua, sin embargo, solo sentí un recuerdo, y, una vibración muy profunda me hizo llorar, supe que esa maravillosa gota de agua se unía a ese gran océano azul para poder elevarse de nuevo al mundo celeste y proseguir sus viajes eternos en el corazón de los humanos. Le agradecí con toda mi alma esta aventura.

A partir de ese momento fui “normal” para mis padres y amigos y “diferente” para mí, la magia de mi universo interior empezó a germinar como una semilla. De niña fui muchas veces incomprendida; solitaria, de adolescente y feliz de madura. He pasado por cientos de aventuras, con caídas y sueños rotos, pero me he levantado porque esa voz me repetía: ¡no te rindas! Así mi vida se ha ido forjando con mis decisiones y hoy soy la persona que quiero ser, vivo la vida que me hace crecer y sentir bien. La vida es el camino de regreso a la conciencia universal, comprender nuestros pensamientos, emociones, acciones, para decidir si queremos nutrirnos del mundo celeste y terrestre o solo de las apariencias exteriores.  Los seres humanos tenemos la capacidad de crear y destruir, solo depende de nuestra elección.

Recuerdo a menudo la extraordinaria experiencia de la gota dorada, la magia de la vida, los misterios de los seres humanos que van unidos a los misterios de la naturaleza, por eso nos sentimos tan bien cuando estamos en medio de un bosque, del mar, de la montaña porque la naturaleza nos ama y nos protege.  Heráclito decía: “La naturaleza ama esconderse, sin embargo, revela sus misterios a quien la ama”, somos parte de ese mundo visible e invisible.

Los padres tenemos la responsabilidad de ser guías para nuestros hijos y no imponer nuestros criterios a golpes sin dialogar con ellos. Los niños deben ser respetados, amados y dejar que su creatividad emerja y se desarrolle; todos los niños tienen un gran poder de captación, de observación, de sentimiento, de creatividad que no hay que apagar, sino todo lo contrario, seguir alimentando esa llama de vida que es la que guiará sus vidas. 


                                                (Foto privada)