viernes, 26 de julio de 2024
viernes, 12 de julio de 2024
El peregrinaje del ser humano universal
El sendero de la búsqueda comienza con ese anhelo de buscar y buscar que no puede parar, buscar ese impulso que nos eleve hacia el Amor. Solo conociéndonos a nosotros mismos en todas las dimensiones —biológica, emocional-mental y espiritual— podremos encontrar el camino del alma. No hay atajos para llegar a la esencia, no hay atajos para comprender la vida.
El deseo de los dioses de favorecer a los humanos con
conocimiento implicaba que el ser humano debía conocerse primero para luego
expandir su conocimiento al cosmos y a la naturaleza; es —en el sentido
atemporal— una prioridad, porque así recordaríamos que somos polvo de estrellas
al regirnos por sus mismas leyes de la armonía.
*****
Después de unos meses agotadores por reuniones interminables cuyo objetivo
era obtener más beneficios para la empresa al coste que fuera, mi salud empezó
a deteriorarse gravemente, había cruzado la línea roja y la alarma sonó de
forma estrepitosa mediante la angustia, ya que se formó un tsunami de emociones
caóticas dentro de mí, había perdido el control sobre mi persona.
El médico me sugirió ir a un lugar tranquilo para recuperar la salud y
reflexionar sobre ese apetito insaciable de la codicia desmesurada en la que
había caído. Todos conocemos la teoría del daño que produce el estrés y, sin
embargo, no hacemos caso de sus alertas; necesitamos cataclismos interiores que
nos fragmenten para darnos cuenta de que sin la acción nuestro razonamiento no
vale. La salud es un valor imprescindible para la vida.
Unos días después estaba en la casa de mis padres a la orilla de un precioso
lago, rodeado de pinos ancestrales y montañas vestidas de blanco.
Una mañana me sentía serena, así que aproveché para dar un paseo. El lago
era un cristal transparente donde las sombras de los pinos y de alguna nube lo
hacían parecer más profundo. Me senté contra el tronco de un viejo amigo, al
que siempre iba cuando era pequeña y le contaba mis sueños, hoy le contaría mi
vida y por qué había regresado después de tantos años. Las lágrimas que cayeron
limpiaron el dolor profundo que sentía mi alma.
Estaba absorta en mis emociones cuando vi dos ramitas en el suelo que
formaban una cruz y en el vértice del palo vertical había una piedra redonda,
me vino inmediatamente la imagen de un ANKH, ya que tengo una colgada al
cuello. De pronto estaba en el Egipto antiguo de la XVIII dinastía, es
decir, tres mil quinientos años atrás. Vivíamos en Akhetatón (Amarna); mi padre
era escultor y un ferviente adorador del Dios solar del Amor. Era una niña muy
pequeña cuando mi padre me regaló un Ankh de oro para celebrar la Vida en Atón.
Cuando cumplí trece años me llevó a un pequeño santuario donde el disco solar
brillaba con intensidad, en su centro había una circunferencia más pequeña que
sobresalía y de ahí emergían unos rayos cristalinos dirigidos hacia todos los
puntos. Cuando lo vi sentí un hormigueo de energía tan fuerte que dos
lágrimas se escaparon. Mi padre me miraba y sonreía. “Este lugar es el
punto de encuentro entre el cielo y la tierra, simbólicamente, la energía de
Maat abraza con sus alas —rayos de luz— a todo aquel de intención pura que
desee entrar para llenarse de amor y paz. No olvides que vivirás muchas vidas,
olvidarás todo, sin embargo, algunos símbolos te ayudarán a recordar para
conectar; lucha siempre contra el olvido, activa tu memoria, recuerda que eres
un sol en tu corazón”, oí esas palabras de mi padre como si me las hubiera
susurrado al oído.
Volví a estar con mi amigo el pino, parecía que había vivido toda una vida
y, sin embargo, era el instante. En la dimensión de la energía no existe el
tiempo ni el espacio, todo es instantáneo. Mi cuerpo sentía escalofríos
por la vibración de esos momentos vividos. Era como si me hubiera asomado al
balcón del universo desde donde comprendemos que la tierra entera es un templo
de sabiduría y podemos recordar y olvidar. Ahora comprendía.
Poco a poco me fui sintiendo mejor y empecé a recuperar la salud, a
respirar, a reflexionar y a comprender que la enseñanza de la vida no es para
adquirir bienes, sino para evolucionar como almas. Me fijé en la naturaleza
para aprender, en su ley evolutiva que nos empuja a ser mejores personas, a
vivir en armonía con el todo, a conectarme con cada instante de la vida, para
saborearlo y comprenderlo (bueno y malo). Comprendí que cuando estamos en
equilibrio es cuando recobramos la salud y el bienestar porque estamos en
armonía con las leyes naturales.
La lectura, que siempre me había apasionado, la había apartado por la
codicia de poseer porque me hacía sentir que era importante. En el pequeño
despacho de mi padre encontré antiguas joyas del saber (Pitágoras, Platón,
Avicena, Ibn Arabí, Giordano Bruno, etc.). Esas joyas me devolvieron a un mundo
pretérito donde el amor al prójimo, a la justicia como armonía para un mayor
bienestar individual y social eran primordiales a la vida; ese mundo me hizo
comprender lo equivocada que estaba. Unas frases de Sócrates removieron mi
interior: “La vida no examinada no merece la pena ser vivida”, “No puedes
enseñar a nadie, solo puedes hacerle reflexionar”, y yo tenía mucho que
reflexionar.
Cada amanecer iba al lago para saludar al sol que filtraba su luz al planeta
y a todos los seres que la habitan para darles vida —como hacía mi querido
faraón Akenatón—. El último día de mi estancia en ese lugar, los colores
dorados, rojos y violetas me envolvieron en un abrazo de elevada vibración de
renacimiento. Instantes después el fulgor me cegó y observé en mi interior la
atemporalidad de la Vida y volví a ver desde el balcón del universo el
peregrinaje del Hombre Universal Atemporal.
Mientras regresaba a la cabaña supe cuál era mi nuevo camino, podía seguir
trabajando para obtener beneficios, pero en equilibrio y armonía. Esta
fragmentación interior me ayudó a recordar que somos seres superiores al tener
una conciencia elevada, pero lo olvidamos, y en nuestra era de la razón
materialista ese concepto ha quedado en las antípodas donde habita la
ignorancia.
El olvido es un velo que podemos rasgar si deseamos descubrir el camino de
la mente al corazón.
La Esencia es Esencia antes, ahora y después y Es el camino del Humano
Universal Atemporal en peregrinaje sobre la Tierra.
(Foto Haleakala)
domingo, 9 de junio de 2024
El sufí que recordó el secreto del origen de la vida
¡La Vida es el peregrinaje del Hombre Universal!
Nací en un cruce de culturas donde las especias se unían al repique de campanas, donde el intercambio de ideas se generaba con respeto y dialéctica (dos inteligencias hambrientas por encontrar la verdad). Crecí en una familia amante y respetuosa con la tradición y con la Unidad, en el estudio y en la reflexión. Ahora, al iniciar mi camino de regreso al hogar, la brisa dorada del amanecer me trae recuerdos de mis acciones para rememorarlas y así sanar lo que escondí para evitar el dolor de la traición.
Corría el año 1275 de la era cristiana, caminaba por la plaza del mercado para ir a la tienda de pergaminos junto a mi padre, la vida bullía a través de las voces, olores, colores, alegría, me gustaba ese ambiente y al mismo tiempo sentía que la fragancia del jazmín abría un camino en mí, una nueva vibración empezaba a tocar las cuerdas de mi alma. Recordé en ese momento eterno que tenía que profundizar en ese sentir para, tal vez, llegar a comprender.
Desde pequeño la curiosidad fue mi compañera y mis padres me ayudaron a desarrollarla ofreciéndome una excelente educación. Fui a la escuela de sabiduría para estudiar las artes de la medicina, astronomía, matemáticas y filosofía. Mi madre me contaba cuentos sufíes cada noche y me repetía: “los mitos guardan secretos ancestrales que cada cultura envuelve con su propia fragancia. Descubrir los enigmas de la vida y los tuyos es esencial, pues, te llevarán a la esencia del cosmos universal”. Así, paso a paso, mi madre fue plantando en mi interior las semillas de luz que me llevaron por múltiples y variados caminos, pero siempre a través del estudio y de la meditación, recuerdo sus palabras antes de dormir: “reflexiona lo que este cuento te quiere decir”.
que me llena de
aliento y alegría,
para seguir la Vía de
la Vida
dejando estelas de
armonía
para no olvidar la
memoria contenida.
Recordar que cuando
estamos
en el mundo del
olvido,
nos volvemos agrios y
violentos,
porque hemos olvidado
la naturaleza de
nuestra esencia.
Ese recuerdo nos
devolverá el hálito sagrado
que contiene fuerza,
pues un humano se
evalúa
con el ejemplo que da
y no con su bruta
fuerza.
No estando en la
opinión
sino en el criterio,
reflexionando,
escuchando y
discerniendo
el contenido de
palabras y actos
tanto propios como
ajenos.
Conceptos, ideas y
espacio vacío
se entrelazan formando
un nuevo Ser,
ya que lo que se opone
me hace crecer
y a través de la
intuición y sabiduría
el velo de la
ignorancia y arrogancia
cae para que la verdad
sea desvelada
e ilumine los secretos
de la Vía”.
En el campo de las flores estelares, en el
océano dorado del amor y armonía, los átomos de los grandes héroes silenciosos
del mundo se unen en un solo Sol, donde los límites, diferencias, creencias no
existen. Solo existen átomos de la esencia divina. Todo es posible en ese
jardín de energía.
domingo, 14 de abril de 2024
HEKA, la magia de los dioses
Los seres que aceptan las enseñanzas que provienen de tiempos inmemoriales es porque su espíritu, así se lo sugiere, sienten ansia de buscar la Verdad, el Amor, la Belleza, esencias que le llevan a la armonía del Ser.
Esos seres se maravillan de los misterios de la Naturaleza y del Universo, así como de la naturaleza intrínseca y profunda del ser humano. Sienten el espíritu natural del alma del mundo y del alma humana, por eso sienten sosiego y equilibrio, energía que produce bienestar y coraje para explorar la vida; en tiempos pretéritos ese conocimiento y esa fuerza primigenia se denominaba magia, y el aprendiz a esa sabiduría tenía que pasar unos años de estudio y pruebas antes de las diversas iniciaciones, sabiendo que podía pagar un alto precio; el objetivo principal era recuperar la memoria primigenia, es decir saber quiénes eran y así saber de dónde provenían. Sabían que si eran capaces de recordar podían conectar con esa energía mágica que es el alma universal.
En el antiguo Egipto, a esa potencia creadora de unión, de relación, de transformación, de magia se la llamaba HEKA. Sabían que existía el macrocosmos —universo—, el microcosmos —ser humano— y la parte intermediaria que une a ambos universos, el mesocosmos que contiene parte del alma universal y parte del alma humana. Si logramos ser conscientes de estas tres partes, entramos en el mundo de la magia, de la unión, del universo de Maat, armonía donde la magia del Ser se hace realidad.
Cada civilización, cada sociedad ha tenido y tiene una visión diferente del mundo. Cada sociedad crea leyes para mantener un orden dentro de sus fronteras, aunque esas leyes no sean iguales para todos los ciudadanos, hoy en día el más fuerte es el que gana, no él más justo. Toda la sociedad necesita de una acción justa para evitar que gobernantes tiránicos impongan sus injusticias. Para evitar las injusticias es necesario que todos nosotros nos curemos el alma de la codicia del poder y dinero, de la mediocridad de ser débiles y no tener coraje para enfrentarnos a la vida; de la ignorancia que nos impide discernir para ver con claridad, del egoísmo que nos lleva a la indiferencia con otro ser humano. No olvidemos que la historia la hacen los seres humanos para bien y para mal, no los países como trozo de tierra ni los dioses.
Ya en tiempos inmemoriales se desarrolló un profundo conocimiento del ser humano, de la naturaleza y del cosmos —del ser humano como ente biológico y alma; de la naturaleza como un principio dinámico cuya fuerza todo mueve y se transforma creando vida para que los seres vivos puedan desarrollarse e ir más allá de lo aparente, yendo de lo uno a lo múltiple y viceversa; del cosmos como ente primordial que todo contiene y es fuerza creadora que genera Vida a través de la Conciencia Universal, en diferentes escalas, evidentemente. El cosmos es el caos ordenado para que la razón humana pueda comprender con todos sus cuerpos su verdadera naturaleza primigenia. Hoy en día hemos perdido la perspectiva del Ser y nos centramos en la pequeña mente racional donde todo se fracciona en lugar de buscar la unidad. Vivimos en lo opuesto a HEKA.
Para volver al mundo de la magia de los dioses hay que desearlo en el corazón dorado, hay trabajar sobre uno mismo, esforzase por comprender los enigmas de nuestra vida y de nosotros mismos, rompiendo velos para ver más claro; como decía Epicteto ir creando nuestra propia escultura, lo que implica quitar lo superfluo. Penetrar en el mundo de HEKA es reconocer el alma, elevar el espíritu hacia el Bien, esencia de Todo, porque cuando hacemos lo correcto todo se armoniza en nuestro interior y como consecuencia nuestro exterior, cambia. La persona está dispuesta a quitarse la máscara y verse como parte indivisible, individuo, entrando en la unidad y sintiendo la vibración de la magia de los dioses, HEKA. El humano que se maravilla de la naturaleza del universo, de la naturaleza como planeta y de la naturaleza del ser humano, vive la magia en su interior, vive libremente y la luz de su interior irradia a través de sus ojos.
Hoy en el siglo XXI pensamos que lo que tenemos prima sobre lo que somos, de ahí vienen el desequilibrio y el desorden tanto en la política social como individual, vivimos en un desorden interior porque nos hemos alejado del orden del cosmos. Hemos perdido el objetivo que es conquistar nuestra libertad y serenidad para poder vivir con dignidad y armonía. Si estamos en la dinámica de buscar la armonía, tomamos distancia de las situaciones, de las emociones y vemos las cosas con otra perspectiva, comprendemos las situaciones, las relaciones y no nos lanzamos de cabeza al conflicto porque nuestro discernimiento nos mantiene en el equilibrio, dejamos de estar en la reacción para centrarnos en la acción de construir y observar para aprender, pues todos aprendemos de todos.
HEKA, la magia de los dioses es el nudo invisible que todo entrelaza, que une el mundo visible de lo manifestado al mundo invisible del universo, cuya fuerza todo anima —el alma del universo, el alma del mundo, el alma del ser humano—. Somos almas vivas y eternas y podemos sentir en todos nuestros cuerpos la armonía del Universo, principio de Vida. Solo tenemos que recordar para conectar, por eso los antiguos filósofos daban tanta importancia a la memoria.
Vivir en la magia del Alma, de la Vida que todo anima es vivir en otra dimensión donde la justicia y la dignidad son dioses que hay que respetar para vivir en Maat, diosa de la armonía, que gobierna el timón de nuestro Ser donde las potencias de lo Bello, de lo Justo, de la Verdad residen, así podemos vivir según nuestros parámetros sin necesidad de echar la culpa a otros de nuestra torpeza y errores, somos conscientes de nuestra responsabilidad, esta es la magia del ser humano.
Como he dicho anteriormente, la historia la hacemos las personas, no los países, ni Dios. Solamente, los seres humanos creamos el conflicto al olvidar el orden en nuestro interior, somos un reflejo del cosmos y no podemos olvidar los derechos y obligaciones que tenemos.
Aprender a vivir, aprender a observar, aprender a amarnos, aprender a respetarnos, aprender a deleitarnos con la Naturaleza que todo engloba, es HEKA, la magia de los dioses, así dejaremos una estela en el cielo y en la tierra para que los que vengan detrás encuentren fácilmente el camino.
Libro: “La Naturaleza Sagrada del Ser Humano”. Dibujo Lorena Ursell
martes, 12 de marzo de 2024
En las trincheras
Esta es la historia de Aamir, un niño de cinco años que ha sido obligado por la crueldad de algunos señores a vivir en una trinchera donde el silbar de las balas son los sonidos que oyen sus pequeños oídos. Aamir agoniza, poco a poco, su pequeña y corta vida se va con cada respiración —el aire es irrespirable debido a los ataques biológicos, así como a los bombardeos que no cesan—, su pequeño cuerpo ya no tiene fuerzas y ha caído en la inconsciencia, lugar donde no siente dolor ni temor.