Todo lo que existe en el universo, incluyendo el planeta y los seres que en él habitan, es una unidad viva con su propia vibración, su propio sonido, incluso el silencio. El silencio no es ausencia de sonido, no es mutismo, el silencio es el lenguaje de la comprensión en todas sus dimensiones.
El cosmos es un ente vivo y posee su propio
latido, siempre está en constante movimiento emitiendo vibraciones, lo mismo
sucede en los seres humanos y en la naturaleza: nuestro cuerpo biológico vive al
compás de los latidos del corazón; nuestra mente es un torrente de pensamientos;
nuestro cuerpo emocional es un torbellino de sentimientos, y, el corazón de la
naturaleza resuena y late al compás del latido del universo.
Cuando emprendemos el camino
del silencio ya no podemos volver atrás, nuestra vida cambia porque nosotros
cambiamos, de ahí la importancia vital del
silencio en nuestras vidas. Detrás del corazón humano existe un espacio llamado
“corazón espiritual” donde se desarrolla la comprensión y realización de otra
realidad más sutil y sublime. Empezamos a vislumbrar lo que existe detrás del
velo de las apariencias y descubrimos que la humanidad entera comparte los
mismos miedos y necesidades, así va naciendo, paso a paso, en nuestro interior
la comprensión de la vida. Hay dos clases de silencio: el silencio de la palabra
y el silencio del corazón espiritual. En el silencio de la palabra o silencio
de los prudentes aprendemos a callarnos para no herir –no juzgamos ni
criticamos, su finalidad es evitar conflictos–; también, aprendemos a no hablar
si no tenemos nada que decir y a dejar que los demás encuentren su propio
camino, su finalidad, el respeto, no olvidemos que la palabra vuela y, desde
tiempos inmemoriales, ha transmitido la sabiduría y los secretos del universo y
de la humanidad. En el silencio del corazón espiritual o silencio de los sabios
empezamos a caminar por el sendero del reino de la paz, de la empatía, de la
compasión al comprender y aceptar que cada persona tiene su propio ritmo y
destino; su voz fluye como agua mansa y cristalina que recorre nuestro cuerpo y va sembrando notas de alegría y armonía.
La fuerza del silencio nos remueve
el interior para que vayamos en busca de nuestra verdad y para que no aceptemos
que nadie nos “imponga” sus verdades, creencias, ideas; cada ser humano es
libre para elegir su sendero, su vida, su verdad. El silencio también nos muestra
el camino del respeto hacia nosotros
mismos y hacia los demás por lo que aceptamos, sin juicios, las diferencias de
los otros. De ahí la importancia del silencio tanto de la palabra, pues la razón tiene sus límites, como
la del silencio del corazón que a través de la comprensión nos enseña a rasgar
los velos de la ignorancia.
Mediante un proceso de
sinceridad con nosotros observamos que a través de nuestra vivencia hemos
construido con nuestras acciones puentes de luz y murallas de sombras. Ese
proceso de observación nos lleva al autoconocimiento –deseo inquebrantable de
conocer nuestra verdadera imagen–. La verdad es un don que yace en todos los
seres humanos que buscan conocerse. Muchos seres tratan de justificarse y
justificar los errores sin atreverse a mirar en su corazón pues sienten
vergüenza de su mediocridad. La vida es un aprendizaje individual y nadie –ni
sabios ni maestros– nos lo pueden enseñar, solo nuestro otro “Yo” que reside en
el corazón espiritual haciéndonos comprender las razones de nuestras acciones y
dejando que nosotros elijamos nuestro camino. En cambio nuestro “ego” que
conoce todos los artificios para engañarnos, nos hará vivir detrás de unas
murallas haciéndonos creer que somos libres.
El reino del silencio contiene
las cualidades del alma: humildad, belleza, serenidad, equilibrio, alegría,
amor y nos llevan hacia la felicidad expresándolo con palabras que no solo
comunican sino que reflejan lo que sentimos y, también, por medio de nuestras
acciones serenas. La palabra es un don que solo los seres humanos poseemos para
ofrecer a los demás una mayor comprensión de nuestros pensamientos, emociones y
sentimientos. La palabra está hecha para hacer el bien, no para la
confrontación que se crea cuando el ego se inmiscuye en nuestros pensamientos y
acciones haciendo lo que él desea, muchas veces mediante el desprecio, la
humillación, el dolor, destruyendo todo a su alrededor.
El silencio nos enseña que la consciencia es una fuerza muy
poderosa, una fuerza viva que es y hay que dejarla ser y, a través de su vector, la palabra
expresamos nuestro mundo interior que se refleja en nuestro mundo exterior.
El silencio nos permite oír
el lenguaje del alma para evitar el ruido que es el lenguaje del conflicto.