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Ahimsa es vida

lunes, 31 de mayo de 2021

El reino del silencio

Todo lo que existe en el universo, incluyendo el planeta y los seres que en él habitan, es una unidad viva con su propia vibración, su propio sonido, incluso el silencio. El silencio no es ausencia de sonido, no es mutismo, el silencio es el lenguaje de la comprensión en todas sus dimensiones.

El  cosmos es un ente vivo y posee su propio latido, siempre está en constante movimiento emitiendo vibraciones, lo mismo sucede en los seres humanos y en la naturaleza: nuestro cuerpo biológico vive al compás de los latidos del corazón; nuestra mente es un torrente de pensamientos; nuestro cuerpo emocional es un torbellino de sentimientos, y, el corazón de la naturaleza resuena y late al compás del latido del universo.

Cuando emprendemos el camino del silencio ya no podemos volver atrás, nuestra vida cambia porque nosotros cambiamos, de ahí la importancia vital  del silencio en nuestras vidas. Detrás del corazón humano existe un espacio llamado “corazón espiritual” donde se desarrolla la comprensión y realización de otra realidad más sutil y sublime. Empezamos a vislumbrar lo que existe detrás del velo de las apariencias y descubrimos que la humanidad entera comparte los mismos miedos y necesidades, así va naciendo, paso a paso, en nuestro interior la comprensión de la vida. Hay dos clases de silencio: el silencio de la palabra y el silencio del corazón espiritual. En el silencio de la palabra o silencio de los prudentes aprendemos a callarnos para no herir –no juzgamos ni criticamos, su finalidad es evitar conflictos–; también, aprendemos a no hablar si no tenemos nada que decir y a dejar que los demás encuentren su propio camino, su finalidad, el respeto, no olvidemos que la palabra vuela y, desde tiempos inmemoriales, ha transmitido la sabiduría y los secretos del universo y de la humanidad. En el silencio del corazón espiritual o silencio de los sabios empezamos a caminar por el sendero del reino de la paz, de la empatía, de la compasión al comprender y aceptar que cada persona tiene su propio ritmo y destino; su voz fluye como agua mansa y cristalina que recorre nuestro cuerpo  y va sembrando notas de alegría y armonía.

La fuerza del silencio nos remueve el interior para que vayamos en busca de nuestra verdad y para que no aceptemos que nadie nos “imponga” sus verdades, creencias, ideas; cada ser humano es libre para elegir su sendero, su vida, su verdad. El silencio también nos muestra el camino  del respeto hacia nosotros mismos y hacia los demás por lo que aceptamos, sin juicios, las diferencias de los otros. De ahí la importancia del silencio tanto de la  palabra, pues la razón tiene sus límites, como la del silencio del corazón que a través de la comprensión nos enseña a rasgar los velos de la ignorancia.

Mediante un proceso de sinceridad con nosotros observamos que a través de nuestra vivencia hemos construido con nuestras acciones puentes de luz y murallas de sombras. Ese proceso de observación nos lleva al autoconocimiento –deseo inquebrantable de conocer nuestra verdadera imagen–. La verdad es un don que yace en todos los seres humanos que buscan conocerse. Muchos seres tratan de justificarse y justificar los errores sin atreverse a mirar en su corazón pues sienten vergüenza de su mediocridad. La vida es un aprendizaje individual y nadie –ni sabios ni maestros– nos lo pueden enseñar, solo nuestro otro “Yo” que reside en el corazón espiritual haciéndonos comprender las razones de nuestras acciones y dejando que nosotros elijamos nuestro camino. En cambio nuestro “ego” que conoce todos los artificios para engañarnos, nos hará vivir detrás de unas murallas haciéndonos creer que somos libres. 

El reino del silencio contiene las cualidades del alma: humildad, belleza, serenidad, equilibrio, alegría, amor y nos llevan hacia la felicidad expresándolo con palabras que no solo comunican sino que reflejan lo que sentimos y, también, por medio de nuestras acciones serenas. La palabra es un don que solo los seres humanos poseemos para ofrecer a los demás una mayor comprensión de nuestros pensamientos, emociones y sentimientos. La palabra está hecha para hacer el bien, no para la confrontación que se crea cuando el ego se inmiscuye en nuestros pensamientos y acciones haciendo lo que él desea, muchas veces mediante el desprecio, la humillación, el dolor, destruyendo todo a su alrededor.

El silencio nos  enseña que la consciencia es una fuerza muy poderosa, una fuerza viva que es y hay que dejarla ser  y, a través de su vector, la palabra expresamos nuestro mundo interior que se refleja en nuestro mundo exterior.

El silencio nos permite oír el lenguaje del alma para evitar el ruido que es el lenguaje del conflicto.

                                                            (foto privada)

martes, 11 de mayo de 2021

La perla del universo

     Al volver a casa después del trabajo pasé por un pequeño parque para niños, estaba desierto y un columpio vacío se balanceaba al ritmo del viento; me senté en él y dejé que la brisa del mar me columpiara al compás del vaivén de las olas; la suave luz del atardecer me envolvía mientras observaba como la gran esfera de fuego descendía en total confianza hasta quedar suspendida sobre la línea que une el cielo y el océano. Al observarla sentí como la llama de la vida se encendía en mi corazón y fluía por mi cuerpo en todas direcciones como ríos de fuego que van cauterizando las heridas abiertas de nuestras vivencias de encuentros y desencuentros, de deseos y apegos, de amor y desamor, de confianza plena y traición perversa. Vuelvo a sentir la caricia de la brisa del mar. Salto del columpio y vuelvo a casa mientras las estrellas se veían dobles, unas brillando en el cielo y otras brillando en el mar.

     El fulgor del sol me despertó. Volví a sentir como la llama de la vida recorría mis venas y me llenaba de hondos sentimientos de fuerza y vitalidad. Hoy, como cada sábado, me preparo para ir a caminar por el borde del acantilado que bordea al inmenso océano. Es un camino sinuoso de tierra y piedras que asciende con lentitud hasta un llano donde se ven unas murallas  majestuosas, orgullosas y bellas de piedra volcánica que nacen en las profundidades marinas y se alzan desafiantes al infinito azul. Una de esas montañas siempre me ha hechizado y atraído con la fuerza de un imán; su cima es una cara perfecta que mira al cielo y tiene la boca abierta para recibir el agua que las nubes le regala y ella, a su vez, la entrega al océano a través de su bella cascada. Un rugido proveniente del océano me advierte que respete ese lugar que antaño fue un reino sagrado lleno de vida y alegría cuya magia se esparce por todas partes como el perfume de las flores silvestres. Me quedo atónita por esa advertencia y aclaración. En contraste con esa fuerza casi violenta del océano, oigo el dulce canto de las golondrinas que juegan en el aire en total confianza celestial.

     Hoy percibo una extraña sensibilidad en mi interior. Me siento en una roca para mirar embelesa el paisaje y contemplo un auténtico espectáculo, el movimiento de la vida: –el baile de las aves al compás del aire.  Las olas que chocan contra las grandes murallas espolvoreándolas de copos de nieve y, en su caída, oigo sus risas. A lo lejos delfines saltarines que provocan mi sonrisa. Diamantes que tejen un manto plateado sobre las aguas. Piedras que guardan en su interior el fuego de los volcanes.   Flores silvestres blancas, amarillas, verdes y violetas que conversan y dejan su fragancia para todos los caminantes–. Observando el espectáculo comprendí que todo está entrelazado y todos los seres que habitan en el planeta –agua, montaña, gaviota, delfín, piedra, flor, ser humano–  respiramos el mismo aire, bebemos la misma agua y nos alimentamos de la misma tierra. El susurro de una vieja canción me saca de mi embeleso, miro a la montaña que parece sonreír al verme sobresaltada.

     “A cámara lenta, mi cabeza gira hacia el horizonte. Veo una dama etérea que emerge entre dos olas lejanas y se acerca a mí con pasos aéreos.  Estoy fascinada, su sonrisa ilumina el lugar y me llena de serenidad; coge mi mano, nos levantamos y caminamos por un sendero de lazos dorados. Me lleva a la ciudad de cristal hecha de piedras de luz de cuarzo, rubí, zafiro, ámbar; caminamos por una vereda de ámbar hasta llegar a una pirámide brillante, luminosa, cristalina de color azul zafiro, su belleza es colosal.  La señora etérea no entra y me espera fuera. Al poner mis pies sobre el zafiro azul, una  cálida sensación me acoge y envuelve; siento una confianza total y no me opongo a lo que pueda pasar. Percibo como una espiral de luz azul zafiro y diamantes me eleva hacia el vértice de la pirámide donde una puerta se abre al espacio radiante y puro de la luz blanca y dorada. Vuelvo a sentir como la calidez de esa luz me envuelve y me transforma en luz eterna. Sé que estoy de nuevo en casa. A través de un rayo blanco cristalino observo un lugar majestuoso  de una perfección y belleza sublimes, hasta tal punto que el universo entero contiene su  aliento y se rinde ante esa perla que vibra en los confines del universo. Gaia es su nombre.  Gaia es conciencia pura de vida, alegría  y amor; es el planeta donde conviven reinos diferentes de seres vivos, entre ellos el ser humano, obra maestra del Creador. Para que la conciencia de la  belleza, de la vida y de la alegría pudiera manifestarse se les dio una apariencia externa y, además, al ser humano se le dotó de una conciencia espiritual superior, siendo dicha conciencia el baremo de su experiencia terrenal a partir de los pensamientos, sentimientos y actos.

Al no existir tiempo ni espacio en el rayo cristalino, la historia de la humanidad se manifestó en  el presente eterno: desde el comienzo de la historia de la humanidad  el ser humano se convirtió en un vagabundo errante al centrarse en la codicia, avaricia, egoísmo, lo que ha provocado guerras y más guerras, generando miedo, sufrimiento, miseria. Entre tanto tormento y ruinas, el ser humano ha ido tejiendo velos densos con hilos de tinta negra para esconder su violencia y vergüenza. En el presente vive en un olvido total de mentiras y mezquindad, cayendo en su propia trampa. Ese terrible escenario de hace miles de años no ha cambiado en  el presente momento. Hay tanta miseria humana que la perla del universo, Gaia, llora de  dolor y pena e implora, una vez más a los seres humanos, que tomen conciencia del daño que provocan al destruir todo e incluso a ellos mismos y les recuerda que todos los seres que viven en el planeta tienen los mismos componentes que ella. También insiste al ser humano que recuerde que es el único ser vivo en el planeta que tiene la capacidad de elevarse hacia la luz o caer en la más profunda oscuridad, todo depende de su elección”.

     Volví a sentir el viento en mi cara, dos lágrimas tibias caían por mis mejillas, la mujer etérea se había ido; miré hacia el océano de luces plateadas y vi que la huella de pasos aéreos formaba una estela azul, blanca y dorada.

    Con esa visión, comprendí que perdemos nuestro tiempo en elucubraciones, dejándonos arrastrar por corrientes que nos llevan de un lugar a otro sin comprender el verdadero sentido de la vida. Gastamos energía y tiempo en ir de un error a otro, de encadenarnos a los miedos, de desear lo que no tenemos, de querer poseer sin importar el daño que causamos. Nos hemos olvidado de nuestra conciencia y en lugar de elevarnos caemos en la trampa de la sombra, transformándonos en autómatas al no usar el don de la observación –hacemos las cosas sin pensar, sin armonía, sin amor–de ahí todos los males que vivimos. Nuestra vida es una caricatura, una máscara donde lo esencial de la persona se ha borrado de tanto ignorarlo. Hay que trascender el velo de la ignorancia, de nuestro ego si queremos llegar a ser seres humanos verdaderos, sin etiquetas, aceptando al otro en lo que es y no en lo que queramos que deba ser; dejar de pensar en forma binaria y aceptar la multiplicidad para llegar a la unidad.

     También es importante saber leer en las apariencias de las palabras que nos atraviesan el alma y que nos ayudan si van cargadas de sabiduría celestial que es la antorcha que ilumina la noche del mundo.  En cambio, si hay ausencia de sabiduría fabricamos flechas de emociones reprimidas. Cuando la certitud de las cosas que creemos que es se va, nosotros también nos alejamos de nuestro centro y caemos, a no ser que estemos bien atados a ese eje de la sabiduría.  Supe que no podemos huir del destino, pues tarde o temprano nos encuentra y llama a nuestra puerta.

     Miré a la montaña  no sé si era ella o yo la que sonreía, vi su cascada de colores mientras los rayos del sol la acariciaba. Una mariposa blanca revoloteó frente a mí con su belleza, elegancia, fragilidad, confianza y sabiduría recordándome que lo mejor de nuestra vida es no olvidar la relación entre el cielo y la tierra, pues estamos concatenados al universo.

    Volví a casa para reflexionar y escribí esta historia para no olvidar que el perfume de las flores silvestres y la huella de la estela azul, blanca y dorada son la magia de un efímero momento que es el eterno universo.

 

                                        (Foto de la web Pintarest.com)