Como dice François Cheng: “Todo objetivo en la vida es el rayo de sol en un mar de tinieblas”.
El deseo de preguntar, buscar, comprender
está implantado en nuestro ADN y forma parte del misterio evolutivo del ser
humano. La curiosidad que sentimos por
los misterios es natural y el más grande de todos ellos es nuestro propio
universo, cuando nos lanzamos de cabeza a nuestro abismo sin saber hacia dónde
nos lleva, sentimos y comprendemos de inmediato las profundidades silenciosas
de las leyes del alma, las leyes de la grandeza humana lo que nos ayuda a
reajustar nuestra nueva visión de la vida con sabiduría, siguiendo las
indicaciones que la intuición y el conocimiento nos brindan con sus palabras
silenciosas.
El reto de intentar descifrar los códigos
de nuestro universo es una tarea que requiere coraje y voluntad y como premio
recibimos generosidad, compasión y empatía para vivir en el mundo que nos
rodea. Dicho desafío nos ayuda a construir una hermosa vida cuya base es un
diamante inquebrantable de valores necesarios para saber lo valiosas que son
las vidas de las personas. El poder sin justicia es violencia, sabemos que las
ideologías impuestas generan luchas de todos contra todos, lo que conlleva
un cambio profundo e inmediato en la sociedad, estos perturbadores movimientos
suelen ir acompañadas de atroces comportamientos.
No podemos traspasar el límite del
respeto porque perderemos la humanidad para siempre. Vivimos momentos de gran
miopía general en el mundo entero y a causa de su ceguera caminamos por la vida
dando traspiés. No queremos ver las cosas como son y nos convencemos de que, si
no vemos, no existe, aunque es un craso error, la ignorancia duerme en un
plácido sueño de confort, siempre con consecuencias. Alzamos la voz pidiendo
paz, igualdad, justicia, libertad, muchas veces sin saber por qué lo hacemos;
nos unimos a movimientos que están de moda porque así nos sentimos parte de algo.
Sin embargo, cuando comprendemos que los valores requieren responsabilidad de cada uno de
nosotros, nos damos media vuelta y nos alejamos. Este sinsentido nos conduce a una sequía atroz de
valores éticos, lo que conlleva, sin remedio, al conflicto.
El sentido común, que debería ser el más común a los seres humanos, es el
sentido que más ausente está en la vida. Los estandartes de confusión que
algunos portan en la actualidad con orgullo solo traen latigazos de dolor,
carecen de valores y pretenden que la sociedad se mire en un espejo que
distorsiona la imagen de lo que es, un conjunto diverso y complejo de mujeres y
hombres.
Nuestra sociedad está cambiando y el cambio debe ser bueno y justo para
todos. La historia y sus tumultuosos azares nos ha demostrado que las crisis
sociales tienen como base las crisis económicas, así lo podemos observar en ese
espejo de época pretérita al que hemos sobrevivido pagando un altísimo precio
de vidas cuyas últimas imágenes fueron de terror. Sabemos que la decadencia de
cualquier pueblo surge cuando la división entre los seres humanos comienza a
manifestarse de forma abrupta, cuando se impone ideologías que solo sirven a
algunos en detrimento de otros, cuando se actúa por coacción y terror; los
poseídos por la voluntad de poder no comprenden el camino de la grandeza al
estar intoxicados de egoísmo y orgullo.
Como decía Max Jacobs: “El sentido común es el instinto de la verdad”, es
dar sentido a la vida, es vivir en la grandeza de ser un ser humano.
El sentido común nos hace ver que es un sinsentido vivir como marionetas.
No deberíamos aceptar la hipocresía y la mentira como parte de nuestra vida. No
podemos perder de vista que el objetivo de todos es llegar a una convivencia
plural y pacífica y esto se consigue a través de una labor conjunta de todos
los seres humanos.
Charles Dickens, en “La historia de dos ciudades”, escribió: “… Parecía que
lo teníamos todo y no teníamos nada. Íbamos directamente hacia el cielo, pero
nos extraviamos por el camino”.
¿Cómo podemos seguir escuchando a esas marionetas que tan
seguras de ellas se creen?
Sócrates nos susurra: “No puedo enseñar nada a nadie, solo puedo enseñarles
a pensar”. Entre lo que piensa una persona y lo que dice hay un gran abismo,
por eso el bien común va más allá del bien individual porque todos estamos
incluidos, esto ya lo defendían los griegos y romanos.
El bien común genera grandeza humana cuyo desafío es oír el susurro del
silencio: “no busques valores absolutos en el mundo relativo de la naturaleza”.