Somos hijos de la tierra y del cielo estrellado;
por lo tanto, somos artesanos alfareros de nuestra obra.
La desventura, la humillación, la manipulación
producen un dolor profundo que deja una huella para siempre si no sabemos
sanarla desde su esencia. Para ello es necesario atravesar el abismo entre la
discordia y la armonía.
La vida comienza con caminos de esperanzas que
van cambiando o no, de acuerdo a nuestros pasos; llegado el momento, los
recuerdos de esa vida, que son un baremo de nuestras vivencias, nos harán tomar
conciencia de nuestras decisiones, porque somos capaces de elegir entre el bien
y mal en nuestro corazón.
La alquimia trabaja en profunda correspondencia
con la mística para ennoblecer a la humanidad, uniendo el alma humana con el
alma suprema del universo. El profundo deseo de saber nos lleva a realizar el
máximo esfuerzo, antes de juzgar lo que desconocemos, debemos estudiar e investigar
para comprender que la Sabiduría nos enseña que el corazón es libre y debemos
encontrar el coraje para seguirlo, solo bebiendo de ella seremos conscientes de
que la naturaleza en toda su gran dimensión es un ser vivo, que todo está en
correspondencia (emociones con colores, planetas con metales —el sol con el
oro, la luna con la plata…–); comprendiendo la interdependencia universal
asumiremos nuestro rol en la tierra con tolerancia, respeto y compasión.
La mística es el camino espiritual que conduce
al ser humano a la unión íntima con lo sagrado, a través de nuestro interior
—somos maestros y discípulos, a la vez—, lo que nos permite trascender lo
irracional; comprender que somos espíritu y materia. El espíritu se encuentra
en cada lugar, cosa y en cada gesto, pues es la fuerza esencia que ES,
materializándose en nuestro cuerpo para que podamos vivir, existir y ser;
llegado el momento, la materia, también, se espiritualiza para comenzar
conscientemente el camino vertical hacia los recuerdos primigenios. Esta
energía, si no la sentimos y experimentamos, está fuera del razonamiento
humano.
La alquimia es universal, ha estado presente en
todas las civilizaciones antiguas —India, Egipto, Persia, China, Grecia
antigua…—, es decir, es tan antigua como el ser humano. Los antiguos alquimistas dejaron símbolos,
imágenes para que otras personas pudieran comprender y descodificar esos
“códigos”, ya que esos símbolos tocaban algo universal en su interior y abrían
puertas en su mente, por ejemplo, la unión del sol y la luna como ejes de la
vida. También esos alquimistas comprendieron que la naturaleza es una fuerza
viva que contiene todo el conocimiento terrestre, pues sin ella nada existiría,
ni siquiera nosotros, sin embargo, para adentrarnos en esa sabiduría hay que
respetar sus leyes naturales (observarlas, conocerlas, comprenderlas) para que
sus misterios nos sean revelados.
La mística y la alquimia se unen para realizar
la transmutación (cambio de conciencia) en el corazón/atanor, donde los
contrarios se disuelven y se crea el nuevo embrión de nuestro ser. De ahí la
importancia de la alquimia en nuestra vida. Lo sagrado no puede disociarse de la
conciencia humana porque forma parte de su constitución, es un elemento de su
estructura. Lo sagrado nos lleva a desvelar el misterio del hombre universal.
Lo sagrado es lo que da sentido a nuestra vida; somos conscientes de por qué hacemos
las cosas.
Cuando Carl Jung descubrió la alquimia, la
consideró vital para conocer y transmutar la psicología de las profundidades.
“El yo es el centro de la conciencia, isla,
(mundo conocido) que existe en el océano inconsciente (mundo desconocido), sede
del Ser. El objetivo de cada ser humano es llegar a la individuación, ser
indivisible, unidad.
Jung marcó cuatro etapas que debemos recorrer
para llegar al Ser:
Primera. Es la etapa de la confusión, de lo que
no aceptamos, de lo que negamos. Nuestro yo se enfrenta a sus sombras.
Segunda. Es la fase de la correspondencia, todo
está entrelazado. Asumimos, aceptamos, observamos sin juicios nuestras sombras.
Es la etapa de la purificación. Es aquí cuando nos volvemos más seguros de
nosotros mismos, empezamos a tener consciencia de nuestra isla y de nuestro
océano. Empezamos a cambiar nuestra actitud.
Tercera. Encuentro con los arquetipos del
subconsciente. El hombre posee parte femenina (Anima) y la mujer parte
masculina (Animus). Uniendo a los contrarios nos elevamos como seres completos,
sin discriminación. Aceptando que somos un todo, nos abrimos a una energía más
sutil.
Cuarta. Es la unión del Ser con la Luz. Ser un
humano universal que trasciende culturas, civilizaciones, tiempo/espacio”.
La mística y la alquimia nos llevan a la
búsqueda de lo Absoluto. La bondad en el corazón es necesaria para iniciar el
proceso en el atanor, horno alquímico. Estas pinceladas que he expuesto,
son para que podamos comprender el proceso que se repetirá a lo largo de
nuestra vida, una y otra vez, a medida que vayamos avanzando y evolucionando en
nuestra conciencia.
El ser humano que busca conocerse es porque
siente nostalgia de su Ser (aunque sea inconscientemente), se esfuerza por
encontrar el sentido de su vida, y aunque su confusión y dolor lo hagan caer
cientos de veces, su deseo de saber se fortifica para seguir su búsqueda; es
vital conocer la intención de nuestros actos.
En nuestros días hemos dado la espalda a
nuestra isla y océano, conciencia e inconsciencia, lo que nos genera confusión,
malestar, violencia, ira al alejarnos de la unidad porque nos identificamos a
las máscaras de las apariencias, estamos tan absortos en nuestro pequeño ego
que creemos que somos más inteligentes e importantes que la naturaleza, cuando
en realidad debemos ser humildes ante ella.
La mística y la alquimia espiritual se revelan
a través de imágenes, símbolos para que podamos entender como humanos su
significado, que no son fantasías imaginativas. Ambas ciencias se experimentan
en nuestro interior y están envueltas en secretos, misterios que hay que
investigar y descubrir para comprender que es en la unión de los contrarios
cuando se engendra el embrión de la Unidad.
Realizar el arte de la alquimia mística como
símbolo y conexión entre lo terrestre y celeste y viceversa, nos lleva a
construir el puente que une el alma humana al alma suprema del universo, pues,
somos hijos de la tierra y del cielo estrellado.