Los vínculos invisibles, que unen a los seres humanos con la esencia del universo en el silencio de la sabiduría, siempre han existido para proporcionarnos una gratificante serenidad y alegría.
La sabiduría ancestral resuena de nuevo en cada
rincón del planeta a través de los susurros del aire, de la belleza de la
naturaleza y de un corazón abierto, como cuando oímos al cielo cantar y a las
estrellas tocar el arpa y el tambor para que todos nos deleitemos mientras
caminamos por nuestra senda al oír el agua y los latidos de la tierra, sonidos
que reverberan en nuestro corazón creando la canción de la vida.
Estos ecos nos hacen vibrar las cuerdas
invisibles para que las sintamos y recordemos que cada uno de nosotros es un
guerrero que reta al mundo con la alegría que proporciona la paz, facultad
necesaria para poder terminar con nuestra autodestrucción. La tibieza no es
tolerada pues trae desconfianza, herramienta que cava surcos donde nace la
maleza. Actualmente, el mundo vive en la polaridad de los extremos y sus
consecuencias son extremas –cada acción contiene una reacción asociada–, por
eso hay que tomar medidas urgentes para liberarnos de ese poder obsesivo que es
la crueldad hacia el conjunto de la humanidad. No podemos ignorar que la tierra
guarda las memorias de la desesperanza y del dolor desde la llegada del ser
humano; ahora es el momento de regenerar los campos áridos sembrados de miseria
humana para que florezcan de nuevo bosques de mil colores y las aguas
cornalinas de mares y océanos vuelvan a ser turquesas de sanación y abundancia.
Vivimos tan centrados en nosotros mismos que nos
olvidamos que formamos parte de la humanidad y la naturaleza. A la naturaleza
la hemos separado de nosotros, olvidándonos que todo lo que nace en la tierra,
muere y se queda en ella porque todo está compuesto de sus mismos elementos y
la tierra se nutre de ellos. Sin embargo,
la tememos cuando madre Gaia grita su angustia, las montañas expulsan fuego y
lava que todo arrasan. Cuando ella suspira de tristeza, los tsunamis ahogan
todo lo que encuentran; cuando dice, ¡basta ya!, la tierra se estremece y las
casas se tambalean, caen y nosotros con ellas. Hoy en día seguimos desoyendo su
voz: “es hora de dejar de odiaros y mataros”, pero somos tan ingenuos que
creemos que la podemos vencer con nuestro pequeño cerebro.
La sabiduría ancestral nos recuerda que los
líderes de los pueblos deben ser generadores de unión, generosidad y bienestar
social y no particular. Para poder ver lo que el mal hace es imprescindible no
ignorarlo; el mal se alimenta de vanidad, de mentiras, de traiciones, de un
poder desmesurado cuyo único objetivo es ayudarse a sí mismo; muchos de esos
líderes hablan con palabras bonitas envueltas en manipulación y engaño, cuyo
manto nos va asfixiando. El guerrero que reta al mundo es libre, fuerte,
íntegro, por lo que no acepta la manipulación y el poder de abuso. Su talento
es el conocimiento de sí mismo, solo así podrá tomar decisiones y no seguir las
pautas que otros le indican, sobre todo a través de las imágenes que le
envían. Como decía Heráclito: “hay que
estudiarse a uno mismo y todo aprender por sí mismo”.
No podemos enfrentarnos a la Naturaleza, debemos
ser humildes ante su grandeza, así aprenderemos a observar el orden del mundo
–equilibrio individual y social–; a investigar nuestro origen para hablar de
trascendencia. La sabiduría nos transmite que somos libres y dueños de nuestra
vida para realizar nuestro propio destino; barre las murallas de prejuicios y
fanatismos porque la libertad no se encierra. La sabiduría nos enseña a
comprender el origen de la naturaleza del alma que nos otorga la percepción de
totalidad, inmensidad y libertad. No se puede
delegar el poder del propio corazón en otras manos. Dependemos de nosotros
mismos y no de un ego amenazado que nos induce a agarrarnos al miedo.
Todos los sabios escucharon la voz de la Naturaleza
que repetía el mismo mensaje a través de los tiempos: “Cada átomo tiene su
cometido en la vida terrestre, los rayos del sol todo alcanzan, los océanos bañan todas las
costas del planeta, el aire no tiene fronteras y la tierra crea montañas y caminos
para que todos transitemos, nada pertenece a nada, todo es del planeta”. Estos
seres han cambiado el mundo al abrir las puertas a otras realidades y lo han
conseguido a través de su propia conexión, liberando su espíritu de la prisión
de piedras y dogmas. Se enfrentaron al poder político y religioso de su época,
volaron por encima de las ideas preconcebidas y estáticas y pagaron un alto
precio. Siguen susurrando: “no te dejes agarrar por los pensamientos oscuros ni
por las emociones de miedo, dolor, ira… dependes de ti mismo; no olvides que
los apegos más difíciles de superar son los emocionales; cada persona es su
propio manual de vida. Si sientes miedo es que te estás equivocado de camino. La
diferencia en todo lo manifestado es el sello de individualidad y debe
respetarse”. La vida es bella si aprendemos a
esculpirla con bellos pensamientos y hermosas emociones. Nada ha cambiado en nuestros días, seguimos construyendo nuestra
propia senda con nuestras decisiones y Gaia continúa enviándonos mensajes que
seguimos desoyendo.
Los guerreros sabios saben cantar la canción de
la vida y nos invitan a aprenderla. Su sabiduría sigue viajando a través de
cada átomo de lo manifestado. Los caminos son diferentes, pero el objeto el
mismo. Nadie, elude impunemente las
citas que le depara su destino, pues cada uno utiliza su propio manual de vida.
Buda decía: “No creas nada, no importa donde lo
has leído o quien lo dijo, no importa si lo he dicho yo, a no ser que estés de
acuerdo con tu propia razón y sentido común”.
La sabiduría ancestral no es un conocimiento
libresco, es el modo con que experimentamos la vida. Hay hermosos vínculos
invisibles que hacen vibrar nuestra alma cuando escuchamos la hermosa canción
de la vida cantada por el guerrero que reta al mundo con alegría.
Los dioses nunca nos abandonan, somos nosotros
los que los abandonamos.