Libro

Libro
Ahimsa es vida

jueves, 12 de diciembre de 2024

Confidencias de mi estatua

“Dicen que Miguel Ángel Buonarroti, antes de empezar una escultura, iba a la cantera para sacar el mejor bloque para su nueva obra. Para ello debía sentirlo, acariciarlo, entrar en él para conectar con su esencia. Así sabía si ese bloque era el que él necesitaba para su obra”. En esto pensaba cuando terminé de hacer la maleta. Cogí las llaves del coche; revisé que todo estuviera en orden en el piso y cerré la puerta.

Empieza la aventura de mi nueva exposición. Esta vez, el entorno elegido ha sido un precioso parque a las afueras de una pequeña ciudad rodeada de naturaleza. El precioso río, que fluye con gran ímpetu creando el eterno movimiento de la vida, divide la ciudad en dos y su simbología y fuerza me cautivaron.  El agua tiene un poder sorprendente sobre mí; me quedo absorto mirando la belleza del baile entre el aire y el agua, acompañado de la armonía natural del canto de los pájaros y el saludo de las ramas de los árboles donde algunas hojas doradas bailan su último baile.

Mi escultura es un tanto singular, pues, según el ángulo de observación, será visible o invisible porque está hecha de piedra e hilos de cristal transparentes y, según la luz y los ojos del observador, se verá en su conjunto o solo en parte.

Los antiguos escultores sabían que las estatuas no son solo bloques de piedra vacíos, sino que tienen vida propia; conocían la potencia que las habitaba. Los que trabajamos con el cincel sabemos que hay que sacar lo superfluo de la piedra para que la imagen que vemos en nuestra mente se realice; por ello sentimos esa entrañable relación de empatía con ella.

Cuando llegamos a la orilla del parque por donde el sol nace, percibí la vida en mi obra; mientras la instalábamos, sentí cómo su energía se expandía al sentirse libre en medio de ese silencio de belleza natural; cómo el viento la abrazaba junto a la calidez de los rayos del sol. Durante la exposición sentí algo diferente en mi obra, una vibración de alegría por la vida que la rodeaba, y se intensificó más cuando algunas personas se acercaron y la acariciaron para sentir su fuerza. Comprendí en ese momento que la humildad y el respeto que ofrecen las esculturas a las personas que las admiran hacen que sean obras maestras.

La exposición fue todo un éxito, aunque hubo poca asistencia; sin embargo, los pocos que fueron observaron que la estatua estaba dividida en partes para que los ojos que la admiraran pudieran imaginar creaciones en sus mentes —pies que bailan y avanzan; manos abiertas que se llenan de alegría y tristeza; cabeza que muestra nuestra identidad de ser libres o esclavos—.  El conjunto es un jardín de fragancias que elevan los sentidos, pero hay que tener un corazón abierto para ese sentimiento. 

Cuando regresé a casa, algo había cambiado, aunque todo estaba como lo había dejado; la luz del atardecer entraba por la ventana y en ese momento me sentí estatua, lleno de vida, rodeado de soledad, serenidad y silencio.

La aurora anunció la inminencia de un nuevo día y, entre sueños, oí las palabras de mi maestro: “Sé consciente de tus musas para ser consciente de tu inconsciente”.

(Dibujo libro "La Naturaleza Sagrada del Ser Humano")