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Ahimsa es vida

lunes, 28 de febrero de 2022

El telescopio mental para descubrir la alquimia espiritual

EL ser humano es el único ser que puede transformar su sombra en luz. Es un habitante de dos mundos –visible e invisible- y puede crear puentes para que todos podamos atravesarlos y llegar al reino interior de la luz suprema.

A lo largo de la historia, poseer el conocimiento de la alquimia otorgaba poder a aquel que sabía transformar oro en plomo. Sin embargo, la alquimia no solo es transformar metales. La verdadera alquimia es transformar nuestra oscuridad en luz para poder tener una vida más alegre y equilibrada. Esa transformación genera la mutación de nuestra conciencia lo que nos permite distinguir y aceptar los contrarios, la luz y la sombra son necesarias para crear un hermoso cuadro; cuando somos conscientes de nuestra existencia se despierta una fuerza en lo más íntimo de nuestro ser que nos empuja a buscar y avanzar, muchas veces a contracorriente, pero el ansia de seguir avanzando procura al alquimista entusiasmo, comprensión y conocimiento para seguir ahondando en los misterios, en las fuerzas del cosmos y del universo personal.

La búsqueda de la metamorfosis del oro filosófico, esencia del alma, no es privilegio de algunos, todos tenemos la capacidad de transformación si nos lo proponemos y, ese privilegio, no tiene nada que ver con creencias, mitos o ideas sociales. Cuanto más nos interiorizamos más comprendemos los entresijos de la vida al aceptarlos porque somos conscientes de nuestra experiencia lo que nos permite cruzar la frontera de nuestro pequeño yo.

Como decía Carl Jung: “El peligro más grande del hombre es el hombre, y lo más peligroso son las epidemias psíquicas”. No podemos olvidar que somos seres humanos que vivimos experiencias que no deseamos lo que provoca miedo, ira, dolor, pero tampoco queremos salir de nuestra zona de seguridad, lo que nos lleva a reaccionar, muchas veces, con violencia hacia los demás.

A través de la sabiduría de la energía transformadora aprendemos a conocer nuestro cuerpo –conciencia viva–, compuesto por las mismas células de luz que el cosmos. Nuestro cuerpo físico está formado no solo de carne y huesos, sino además de emociones, pensamientos y sentimientos, todo íntimamente entrelazado para crear un universo único a cada instante, nuestra vida.

Nuestro cuerpo emocional es complejo y muy importante, a través de las emociones vivimos momentos agradables y dolorosos. Muchas veces el dolor sufrido en nuestra infancia, al ser vulnerables, deja profundas fisuras difíciles de ocultar. Las heridas del pasado si no se han curado, siguen afectando nuestro actual comportamiento, pues, aunque las hayamos rellenado de olvido, siguen latiendo con fuerza hasta que un recuerdo (grande o pequeño) las devuelve a la vida, desatándose una tormenta de emociones incontrolables, volviéndonos incluso peligrosos si actuamos con una ciega violencia. Sin embargo, si hemos sanado las heridas del pasado, cuando emerge un recuerdo y toca nuestras fibras sensibles no habrá dolor ni violencia, solo un hecho acontecido.

Nuestras propias sombras nos asustan y aunque anhelemos la dicha y rechacemos el dolor no estamos dispuestos a salir de nuestra zona de confort. Una persona que hace daño a otra no es consciente de sí misma y no aprenderá hasta que sea consciente de su conducta. El cuerpo mental es sutil, complejo y poderoso. La mente es tradicional y toma decisiones usando nuestras experiencias que provienen de nuestro entorno familiar y social; también es donde habita el ego –enemigo invisible de la serenidad y alegría que nos arrastra hacia abismos insondables–, el ego nos impide, a través del miedo, salir de la rutina asfixiante de las ideas preconcebidas y ofuscaciones. Todos sabemos lo que hace sufrir un ego lastimado.

La mente puede ser nuestro mejor amigo y nuestro peor enemigo. Los demonios transitan por nuestra vida con disfraces propios y ajenos que crean el mal que no es otra cosa que un veneno de la mente y nos hace sentir desprecio por nosotros mismo y por los demás a través de la adicción, soberbia, codicia…, pero existe el antídoto a ese veneno, el alma que si aprendemos a escucharla nos alimentará con confianza y serenidad para tomar decisiones con responsabilidad.

Nuestro cuerpo es la mayor obra de arte jamás concebida; además de nuestro cuerpo físico –(biológico, emocional-mental) con sus sentidos externos (vista, oído, olfato, gusto, tacto) que nos permiten disfrutar de la vida–, poseemos el cuerpo  espiritual, el gran abandonado, con sus facultades internas (lucidez, imaginación, memoria, intuición, creatividad) que nos permiten concebir nuevos mundos en nuestra vida para un mayor bienestar de todos; el conocimiento de todos los cuerpos nos ayuda a  observar su buen funcionamiento  en todas sus dimensiones y a sentir la vitalidad interior y la percepción sensorial para crear alegría en nuestro interior y poder compartirla con los demás.

Rumi decía: “No te sientas solo, el universo entero está en ti”, así el alquimista disfruta mirando a través de su telescopio mental para traspasar sus límites e ir al encuentro de la trascendencia –conocerse a sí mismo–, principio de la sabiduría, pero recordemos que para ello necesita comprender los entresijos de su vida. Él sabe que es un alma encarnada en un traje físico.

Todos somos diferentes sin ser enemigos y debemos honrar nuestro cuerpo para venerar nuestra alma. Deberíamos preguntarnos: ¿Qué nos hacemos a nosotros mismos con la vida que llevamos? La respuesta nos pertenece a cada uno de nosotros, así como nuestras elecciones.  Nada está predestinado, todo depende de nuestras decisiones. La vida se vive con riesgos, “sin combate, el guerrero de la vida no existe”, le decía el alma a su compañera.

(Dibujo Lorena Ursell, “La Naturaleza Sagrada del Ser Humano”)

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