EL ser humano es el único ser que puede transformar su sombra en luz. Es un habitante de dos mundos –visible e invisible- y puede crear puentes para que todos podamos atravesarlos y llegar al reino interior de la luz suprema.
A lo largo de la historia, poseer el
conocimiento de la alquimia otorgaba poder a aquel que sabía transformar oro en
plomo. Sin embargo, la alquimia no solo es transformar metales. La verdadera
alquimia es transformar nuestra oscuridad en luz para poder tener una vida más
alegre y equilibrada. Esa transformación genera la mutación de nuestra
conciencia lo que nos permite distinguir y aceptar los contrarios, la luz y la
sombra son necesarias para crear un hermoso cuadro; cuando somos conscientes de
nuestra existencia se despierta una fuerza en lo más íntimo de nuestro ser que
nos empuja a buscar y avanzar, muchas veces a contracorriente, pero el ansia de
seguir avanzando procura al alquimista entusiasmo, comprensión y conocimiento
para seguir ahondando en los misterios, en las fuerzas del cosmos y del
universo personal.
La búsqueda de la metamorfosis del oro
filosófico, esencia del alma, no es privilegio de algunos, todos tenemos la
capacidad de transformación si nos lo proponemos y, ese privilegio, no tiene
nada que ver con creencias, mitos o ideas sociales. Cuanto más nos
interiorizamos más comprendemos los entresijos de la vida al aceptarlos porque
somos conscientes de nuestra experiencia lo que nos permite cruzar la frontera
de nuestro pequeño yo.
Como decía Carl Jung: “El peligro más grande
del hombre es el hombre, y lo más peligroso son las epidemias psíquicas”. No
podemos olvidar que somos seres humanos que vivimos experiencias que no
deseamos lo que provoca miedo, ira, dolor, pero tampoco queremos salir de
nuestra zona de seguridad, lo que nos lleva a reaccionar, muchas veces, con
violencia hacia los demás.
A través de la sabiduría de la energía
transformadora aprendemos a conocer nuestro cuerpo –conciencia viva–, compuesto
por las mismas células de luz que el cosmos. Nuestro cuerpo físico está formado
no solo de carne y huesos, sino además de emociones, pensamientos y
sentimientos, todo íntimamente entrelazado para crear un universo único a cada
instante, nuestra vida.
Nuestro cuerpo emocional es complejo y muy
importante, a través de las emociones vivimos momentos agradables y dolorosos.
Muchas veces el dolor sufrido en nuestra infancia, al ser vulnerables, deja
profundas fisuras difíciles de ocultar. Las heridas del pasado si no se han
curado, siguen afectando nuestro actual comportamiento, pues, aunque las
hayamos rellenado de olvido, siguen latiendo con fuerza hasta que un recuerdo
(grande o pequeño) las devuelve a la vida, desatándose una tormenta de
emociones incontrolables, volviéndonos incluso peligrosos si actuamos con una
ciega violencia. Sin embargo, si hemos sanado las heridas del pasado, cuando emerge
un recuerdo y toca nuestras fibras sensibles no habrá dolor ni violencia, solo
un hecho acontecido.
Nuestras propias sombras nos asustan y aunque
anhelemos la dicha y rechacemos el dolor no estamos dispuestos a salir de
nuestra zona de confort. Una persona que hace daño a otra no es consciente de sí
misma y no aprenderá hasta que sea consciente de su conducta. El cuerpo mental
es sutil, complejo y poderoso. La mente es tradicional y toma decisiones usando
nuestras experiencias que provienen de nuestro entorno familiar y social;
también es donde habita el ego –enemigo invisible de la serenidad y alegría que
nos arrastra hacia abismos insondables–, el ego nos impide, a través del miedo,
salir de la rutina asfixiante de las ideas preconcebidas y ofuscaciones. Todos
sabemos lo que hace sufrir un ego lastimado.
La mente puede ser nuestro mejor amigo y
nuestro peor enemigo. Los demonios transitan por nuestra vida con disfraces
propios y ajenos que crean el mal que no es otra cosa que un veneno de la mente
y nos hace sentir desprecio por nosotros mismo y por los demás a través de la
adicción, soberbia, codicia…, pero existe el antídoto a ese veneno, el alma que
si aprendemos a escucharla nos alimentará con confianza y serenidad para tomar
decisiones con responsabilidad.
Nuestro cuerpo es la mayor obra de arte jamás
concebida; además de nuestro cuerpo físico –(biológico, emocional-mental) con
sus sentidos externos (vista, oído, olfato, gusto, tacto) que nos permiten
disfrutar de la vida–, poseemos el cuerpo
espiritual, el gran abandonado, con sus facultades internas (lucidez,
imaginación, memoria, intuición, creatividad) que nos permiten concebir nuevos
mundos en nuestra vida para un mayor bienestar de todos; el conocimiento de
todos los cuerpos nos ayuda a observar
su buen funcionamiento en todas sus
dimensiones y a sentir la vitalidad interior y la percepción sensorial para
crear alegría en nuestro interior y poder compartirla con los demás.
Rumi decía: “No te sientas solo, el universo
entero está en ti”, así el alquimista disfruta mirando a través de su
telescopio mental para traspasar sus límites e ir al encuentro de la
trascendencia –conocerse a sí mismo–, principio de la sabiduría, pero recordemos
que para ello necesita comprender los entresijos de su vida. Él sabe que es un
alma encarnada en un traje físico.
Todos somos diferentes sin ser enemigos y
debemos honrar nuestro cuerpo para venerar nuestra alma. Deberíamos
preguntarnos: ¿Qué nos hacemos a nosotros mismos con la vida que llevamos? La
respuesta nos pertenece a cada uno de nosotros, así como nuestras elecciones. Nada está predestinado, todo depende de
nuestras decisiones. La vida se vive con riesgos, “sin combate, el guerrero de
la vida no existe”, le decía el alma a su compañera.
(Dibujo Lorena Ursell, “La Naturaleza Sagrada del Ser Humano”)
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