La espiritualidad tiene un gran impacto en los adictos. Es importante definir algunos conceptos para llegar a una mejor comprensión.
Espiritualidad: esencia profunda
que todos los humanos poseemos, es, por tanto, natural y universal. La
espiritualidad nos conecta con nosotros mismos, introspección; con el otro,
relación, fraternidad; con la naturaleza y el universo, todos estamos
entrelazados. Estos puntos son la esencia misma del alma y de la vida;
conociendo estas relaciones llegaremos a ser conscientes en un nivel más
profundo de conciencia. Todos somos
partes de esa esencia de conciencia universal. La espiritualidad refuerza
nuestro control, nos equilibra, nos proporciona coherencia, confianza y un
sentido en la vida, dándonos fuerzas para enfrentar las pruebas que todos
tenemos que pasar.
La adicción es un laberinto
donde se pierden los puntos de referencia y no salimos si no tenemos ayuda. La
adicción proviene de diferentes campos: sociales, culturales, familiares y son
múltiples y diversas —alcoholismo, drogas, mentiras, videojuegos, compras,
apuestas, pantallas, control, poder…—, es decir, cualquier cosa que consuma
nuestra energía, nuestro tiempo, nuestra voluntad, y nos lleve a consecuencias
negativas. La adicción nos desequilibra el cerebro y nuestra existencia, y como
no la controlamos nos lleva a la depresión y a la violencia, pagando un alto
precio.
Es muy importante tener
conciencia de nuestros actos para anticipar las consecuencias. Interpretemos
los cambios para poderlos cambiar a su vez. Dar voz a nuestra conciencia para
ser humanos y comportarnos como tales.
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Mis ojos por fin se vieron en
el espejo y en ese instante un grito desgarrador salió de mi garganta al ser
consciente del desastre que nos rodeaba. Teníamos engañados a todos, nuestra
vida era una gran farsa.
Un amigo nos habló de un
lugar donde hacían reuniones de adictos. Habíamos tocado fondo y era el momento
de decir: ¡basta! Fuimos a esa reunión. Hoy hace doce años.
“Para posicionarse ante la
adicción es necesario tener la aptitud adecuada para saber que somos
capaces de luchar por lo que deseamos y tener la actitud de la acción
justa como antídoto al miedo y a la debilidad”. Palabras que escuché en la
primera reunión de alcohólicos anónimos, palabras para reflexionar cada día de
nuestra vida.
En estos años hemos
comprendido que no hay triunfos sin esfuerzos —luchas, lágrimas, victorias y
algunas recaídas—. Con el tiempo logramos comprender que hay dos caminos en la
vida: el de las excusas y el de los esfuerzos. Ese grupo heterogéneo y de fuerza
singular nos permitió comprender que nuestro cerebro había sido pirateado por
nuestras adicciones, cuyas consecuencias han sido terribles. Nuestra agresión y
depresión dejaron profundas huellas.
Con el tiempo nuestro cuerpo
biológico y psíquico empezó a sanar con mucha paciencia y sobre todo ayuda. Por
esto hoy, doce años de lucha y esfuerzos, decidimos celebrar la vida
organizando un fin de semana largo para estar con nuestros amigos y juntos dar
gracias por esa relación de fraternidad y generosidad. Fuimos a un lago de gran belleza donde
recibimos mensajes de sus aguas cristalinas entre los silencios llenos de
dulzura, caricias y abrazos del aire. Momentos de encuentro con el Invisible.
Por la tarde hicimos una
pequeña hoguera como símbolo de limpieza de nuestra antigua vida, echando al
fuego el dolor, el miedo, la debilidad y luego recibiendo a través de la
calidez de las llamas los antídotos de alegría, coraje y belleza, necesarios para
el gran cambio.
Antes de que el fuego se
consumiera, hablamos de nuestras historias. Mi compañero empezó recordando su
primera lección: al principio de las reuniones no sentía nada sino un intenso
dolor, quería seguir consumiendo, sin importarme las consecuencias. Aceptar que
tenía un problema era impensable debido a mi negación hasta que comprendí que
solo yo podía tomar la decisión de sanarme. Ahora sé, que, la adicción abre las
puertas a los conflictos mentales y nos lleva a la depresión y a la agresión.
Lágrimas cálidas de reconocimiento y agradecimiento.
Para mí, el recorrido fue
similar al de mi compañero, pero lo más difícil fue comprender el significado
de “lo correcto e incorrecto”. Para conocer lo correcto, que exige
responsabilidad e integralidad, hay que vivir primero lo incorrecto. Por
ejemplo, mi padrino me repetía: “sentir el conflicto para buscar la serenidad,
y ese camino de enfrentamiento nos lleva al cambio que nos pone en contacto con
nosotros mismos”. Hoy soy consciente de que, cuando actuamos correctamente, hay
una fuerza extraordinaria que surge en nosotros y que construye nuestro
presente. En cambio, lo incorrecto es una fuerza poderosa que nos empuja hacia
la confusión, nos debilita y nos aleja de nuestro presente porque nos hace
vivir constantemente en el pasado.
También, la esperanza fue mi
motor vital. Comprendí lo que el mediador nos repetía: «es imprescindible tener
un objetivo hacia dónde dirigirnos, si lo negamos, estamos perdidos y entramos
en una tristeza interior profunda por la pérdida de nuestros puntos de
referencia». Cuando encontré mi objetivo a corto plazo, mi humor cambió, era
más alegre porque empecé a crear acción y me alejé de la reacción. Esta es la
fuente de la esperanza, mis decisiones que son solo mías. Comprendí que la
acción de crear algo bueno nos lleva a
respetar las relaciones —conmigo misma, con los demás y con la
naturaleza— base de la espiritualidad. Así fui construyendo mi nueva vida, paso
a paso.
Todos nos quedamos en
silencio con nuestra reflexión, nuestras caras serenas se reflejaron en el lago
donde nada las perturbaba porque tenemos una nueva visión del mundo. El
silencio nos trajo diálogo con nuestro ser profundo, la belleza del atardecer
nos llenó de admiración, la serenidad del lugar nos envolvió y en un acto
reflejo nos cogimos las manos para dar gracias al Invisible por su fuerza,
sabiduría, amor inclinando la cabeza en señal de recogimiento y respeto a su
grandeza y sabiduría. Este rito tiene un profundo impacto en nosotros: proteger
la dignidad, que es el tesoro más preciado que todos poseemos.
Así, la espiritualidad sana
los cuerpos, el alma y el espíritu cuando establecemos las relaciones con
nosotros mismos, con los demás y con la naturaleza y el cosmos. Nuestras
decisiones son importantes para cambiar nuestra vida.
El milagro de la generosidad
y la fraternidad son el motor del cambio del mundo.