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Ahimsa es vida

martes, 15 de julio de 2025

Seres de oro que caminan por el cielo y la tierra

 “Para llegar al conocimiento profundo tenemos que superar las limitaciones mentales que nos mantienen aislados para que no descubramos otras dimensiones de nuestro ser”.

“Todos sabemos, que un ser humano es un ente de cuatro cuerpos entrelazados: biológico, emocional, mental, y como fuente de vida el cuerpo espiritual, conciencia.  El desconocimiento de estos cuerpos es causa de muchos problemas porque no somos capaces de enfrentarnos como ente a las dificultades, al estar centrados en nuestra apariencia y creyendo erróneamente que somos lo que vemos. Nuestra misión como humanos es llegar a conocernos a nivel biológico, emocional, mental y espiritual y percibir su interacción. Por ejemplo: alguien nos dice algo que nos gusta, inmediatamente, pensamos, sentimos y experimentamos en nuestro cuerpo un bienestar, nuestro cuerpo biológico lo traduce con una sonrisa; en cambio, si alguien nos dice algo que nos hiere, al instante, pensamos, sentimos, y experimentamos ira, nuestro cuerpo biológico lo expresa con un puño o palabras malsonantes hacia la otra persona. Siempre nos tiene que pasar algo en la vida para comprender que hay un problema sin resolver en lo más profundo de nosotros y que hemos guardado en un cajón del desván, creyendo que lo olvidaremos, pero ya sabemos que la vida siempre está en movimiento, transformándose”.  Mi voz interior me recordó esta enseñanza, no escrita, pero eterna.

Ruptura, traición, alejamiento bullían en mi interior y me hacían sentir emociones de ira, dolor y amor. No sabía cómo controlarlas, además mis pensamientos se hicieron más duros. Era el momento de darme un respiro.

La cultura japonesa me ha interesado desde siempre, muchas veces me vienen imágenes de una época lejana.  Llevo varias noches soñando que era una mujer samurái, tengo una espada curvada y muy fina en mi mano derecha, debajo del ropaje —una blusa blanca de anchas mangas y un pantalón negro recogido al tobillo— guardo mi flauta pequeña casi como un silbato, con la que imito el canto de las aves, me gusta tocarla porque me tranquiliza y me conecta conmigo misma. Al despertarme, seguí oyendo el canto de los pájaros que duermen en el árbol que hay debajo de mi ventana. Como siempre, antes de levantarme, rememoré mi sueño: estaba en un patio de piedra blanca, en un monasterio rodeado de altas montañas. La soledad y el silencio por compañeros, todos, formábamos parte de ese inmenso paisaje venerable. Sentía que mi energía se unía a la belleza de la naturaleza.

Este sueño repetitivo era una invitación para visitar Japón, y en particular un templo en Kioto, el nombre de esta ciudad, vibraba en mi interior. Emprendí un viaje de tres semanas y cuando llegué, una extraordinaria sensación de “déjà vu”, me invadió.

Llegué al monasterio por la tarde y un monje salió a mi encuentro. Atravesamos un patio de piedras blancas muy gastadas. Una vibración recorrió mi piel. Me llevó a mi “celda”, un camastro, un ventanuco, un pequeño armario y un pequeño escritorio; tenía lo necesario para que mi estancia fuera fructífera. Después de la cena, el monje me invitó a meditar con él. Una experiencia extraordinaria, una hipersensibilidad difícil de contener, recorría mi cuerpo; no pude dormir en toda la noche.

Después del desayuno, salí a dar un paseo por los alrededores. Un pequeño río fluía no lejos, me acerqué y sentí el impulso de ser parte de ese misterio del agua. Oía el canto de unos pájaros y volví a revivir mi sueño. Vi unas ramas caídas de unos cerezos, cogí una y empecé a alisarla con mi navaja. Ese gesto me llamó la atención.

Cada mañana, con los primeros rayos, bajaba por el sendero que bordea la montaña hasta el río, donde permanecía varias horas, sintiendo la caricia de la suave brisa que tocaba con dulzura la superficie del agua. Mi mente se apaciguaba con el airecillo sobre mi cuerpo mojado; formábamos un solo ser en perfecta armonía.

Sentí un dolor en mi corazón e intenté respirar profundamente, oí un clic, como si una cerradura se abriese; era una bocanada de aire puro que abría las puertas de mi interior, el agua fluía por mi cuerpo. Percibí que era vacío, billones de átomos formábamos el Todo. Una explosión de luz dentro de mi cerebro me hizo comprender que somos gotas de agua en un océano primordial donde cada gota es una vida, una experiencia que, después de su ciclo, debe regresar a ese centro cósmico. Esa gota me hizo ver como en un espejo a todas las personas que había hecho sufrir y que me han hecho sufrir, a las que he amado y me han amado. Todo está registrado; el pasado y el futuro se unen en el ES. Oí una voz cantarina que decía: “para experimentar este misterio debes buscar la armonía y la belleza tanto fuera como dentro de ti y seguir tu intuición. Busca para acceder al misterio, el amor del universo”. Vi luces, colores y a los “kami” sonriendo.

Unos días más tarde, al pasear por esos parajes preciosos de agua y montaña, vi un trozo de bambú en el suelo. Lo cogí y empecé a alisarlo y cuando tomé conciencia, el tiempo había pasado; sin embargo, mi flauta había nacido. Reía y lloraba al mismo tiempo. Volví al templo y le conté al monje mi sueño y experiencias. Él solo sonreía y sus ojos negros radiantes me hicieron ver el universo.

Somos gotas en un océano de energía, todo fue y todo será, porque todo es. Comprendí que la vida tiene múltiples escenarios donde se unen el presente con el pasado y el futuro. Experiencias, vivencias, aprendizaje para ir ascendiendo por esa escalera infinita de luz.

Cuando regresé a casa, ya no era la misma persona, había cambiado mi esencia. Empecé a ser consciente de mi vida, de mi respiración, de mis cuerpos, de mis sueños y a tomarlos en serio, porque muchos de ellos son recuerdos de otras vidas, pero tenemos que ser conscientes de nuestra realidad actual, para ser consciente de la realidad de los sueños, que son, también, realidades de otras vidas paralelas.

Los recuerdos vibran en nosotros, pues son presentes de múltiples vidas, múltiples experiencias, múltiples aprendizajes. Solo tenemos que superar las limitaciones mentales para sentir el amor del universo.

Somos seres de oro que caminan por el cielo y la tierra.


    (Dibujo libro  "La Naturaleza Sagrada del Ser Humano")

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