“El hombre dice: “esto es bueno, aquello es malo, pero ignora todo el sentido del par”. Sabiduría Maasaï.
Siempre ha habido grandes
eventos en la historia de la vida que nos han enseñado a corregir la
imperfección del mundo a través de
nuestras acciones individuales y colectivas.
El ritmo de la vida se mueve
en un continuo vaivén sereno y equilibrado, en cambio los seres humanos nos
movemos en un continuo desequilibrio debido, entre otras cosas, a la aceleración con que vivimos la vida –no tenemos
tiempo de detenernos un instante para plantearnos preguntas y menos aún para
oír las respuestas que, seguramente, nos llevarán a algún lugar desconocido. No vemos a nuestro vecino. No sentimos el
coraje de la flor cuando emerge después de un duro invierno. Ignoramos que la nieve esconde tesoros bajo su capa blanca y
da de beber a todo aquel que lo necesita, además de preparar el terreno para
que en primavera todo emerja con fuerza y belleza. No viajamos a través de la
ventana de nuestra creatividad, pues hemos olvidado el puente de cristal que nos
lleva hacia nuevos universos–. Al vivir tan
acelerados nos encadenamos a nuestro mundo material, frágil y efímero mediante eslabones
de nubes oscuras que nos impiden ver el cielo azul y ser seres verdaderos en
permanencia porque seguimos siendo niños asustados tocados por nuestros miedos.
Sin embargo, cuando nos movemos al compás del vaivén sereno y equilibrado de la
vida vemos lo bella que esta es –su complejidad y multiplicidad son hilos de
colores luminosos y cristalinos de una misma madeja, la humanidad, y para
seguir tejiendo lazos hermosos y complejos debemos comprometernos con nosotros
mismos y saber cuál es el sentido de la vida–.
Cuando somos seres humanos en
permanencia nos damos cuenta del sentido de la unidad y somos capaces de
comprender que el “otro” es una prolongación de nosotros mismos, al ser todos
parte de un Todo, como dice la enseñanza del Cristo olvidado; aunque muchas
personas sigan intentando fragmentar dicha unidad para dividir y controlar
mejor, lo que lleva al enfrentamiento de las leyes terrestres binarias: “bien y
mal”.
La energía de Cristo es la
presencia invisible del átomo universal que todo crea y está en todas partes –en
la risa, en la tristeza, en el vagabundo, en el príncipe–, esa presencia
invisible nos hace sentir que somos algo más que un cuerpo material y nos
permite cambiar la desdicha de nuestra
vida en dicha, siempre y cuando aceptemos en nuestro corazón de cristal la
esencia del alma y no sigamos rechazando lo que somos como ser humano. También,
es el nexo entre lo visible e invisible que extiende sus rayos en la
profundidad vulnerable de la miseria humana para que podamos tomar consciencia
de nuestros sentimientos y actos y, así, volver al corazón de cristal, unidad
de la esencia del Ser Humano verdadero.
Durante eones hemos construido
edificios a base de creencias absurdas –pecados, culpabilidades, mentiras, oscurantismos
y miedos–, sin embargo, muchos sabios a través de los grandes eventos de la
vida, han dejado su huella de conocimiento y sabiduría en libros de piedra para
que las generaciones venideras pudieran tener una vida mejor, insistiendo en
que hay que “ser éticos y morales, buscar el bien común para todos; usar el
discernimiento, ser disciplinados, respetuosos, transigentes, generosos y
aceptar quiénes somos”, lo que nos procura sabiduría, coraje y lucidez para
encontrar la puerta de salida del
laberinto de los deseos, pasiones, soberbia, avaricia, vanidad, complejos y
sufrimiento. Es hora de ir dejando a un
lado los dogmas impuestos de castigo y culpa para entrar en la vibración del
amor, lucidez, sentido común y alegría a través del autoconocimiento, conciencia,
responsabilidad ética y moral.
La reconciliación entre los
seres humanos es necesaria y vital, no
existe mayor atrocidad que el fratricidio. La ley universal de la no violencia
debe aplicarse para que las masas se puedan liberar y vuelvan a recordar que la
energía de Cristo es la energía de la Unidad. Esa unidad produce una vibración que
nos hace saber que somos creadores de nuestra vida a través de nuestros
pensamientos, palabras y acciones. Cada uno es su propio jefe interior y nadie
ni nada puede quitarnos esa libertad de elección.
Para recuperar al Cristo
olvidado debemos recuperar la alegría y la verdad que son el origen de toda
creación y nos ayudan a cambiar las circunstancias, restableciendo el
equilibrio. Recordemos que la felicidad es ser feliz uno mismo y ofrecer esa
felicidad al otro, así cumpliremos el objetivo de nuestra vida que es vivir en
paz con uno mismo.
(Foto national Geographic de la web)
No hay comentarios:
Publicar un comentario