sábado, 29 de agosto de 2020
domingo, 23 de agosto de 2020
Maestros revolucionarios
Desde el principio de las fuentes históricas, ya sean en papiro o piedra, siempre el ser humano ha intentado responder a sus preguntas y, después de reflexionar, dejar su huella.
El libro más antiguo del mundo es el papiro
Prisse (1900 a.n.e.) y sus variantes. Entre varias enseñanzas, otras están de
Ptahhotep, de la V dinastía, que nos ha dejado normas de vida para una
coexistencia pacífica y para que cuando naveguemos hacia el occidente, la pluma
no pese.
Hoy en día ese manuscrito sigue estando en vigor, algunos ejemplos:
“Corrígete tú mismo y evita que otro te corrija”.
“El respetuoso prospera y el hombre recto es favorecido”.
“No seas ansioso hacia la carne en presencia de alguien codicioso. Toma cuando te dé y no lo rechaces, pues resulta que así se calmará”.
Por lo tanto, nuestra herencia no solo proviene de Grecia y Roma, sino de Egipto, la madre de las civilizaciones. Estas enseñanzas sapienciales fueron para la formación de futuros altos cargos de Egipto para que dirigieran al pueblo con respeto y sabiduría. Muchos sabios fueron a Egipto para recibir la iniciación —Ferécides, Pitágoras, Platón, Yeshua Ben Joseph…— y cuando regresaron a sus ciudades envolvieron esa sabiduría en un lenguaje popular para que la gente entendiera, pero siempre haciendo hincapié en que la virtud es fundamental en los gobernantes y ciudadanos.
La sabiduría egipcia ha sido y es una forma de vida y sus ecos resuenan en cada rincón del planeta a través de los susurros del aire, de la belleza de la naturaleza y de un corazón abierto. Esas voces de los sabios revolucionarios se siguen oyendo en la actualidad con mucha claridad y fuerza, voces que se alzan para decirnos que dejemos a un lado el conflicto para que la sabiduría pueda circular libremente por todos los horizontes.
Estos
sabios siempre han hablado de la sabiduría de la naturaleza – si la observamos
vemos que el universo se encuentra en el rocío de una rosa en primavera como en
la escarcha de una hoja en invierno—; hablaban del orden del mundo —del
equilibrio individual y social—; hablaban de filosofía y del origen de lo
creado; hablaban de la importancia de saber que somos libres y dueños para
realizar nuestro propio destino porque cada uno es el creador de su camino;
hablaban de que los seres humanos debemos buscar nuestro bienestar mediante el
respeto y el conocimiento. Pero lo más importante era hablar de la naturaleza
del alma, esencia de vida. Ellos escuchaban la voz incitante de su destino,
destino que cada uno había creado. Nada ha cambiado en nuestros días, seguimos
generando nuestra propia senda con nuestras decisiones.
Estos
seres han cambiado el mundo al abrir las puertas a otras realidades y lo han
conseguido a través de su propia conexión a la conciencia, liberando su
espíritu de la prisión de piedras y dogmas. Se enfrentaron al poder político y
religioso de su época, volaron por encima de las ideas preconcebidas y
estáticas y pagaron un alto precio.
Sus
enseñanzas son rayos de luz que ni se compran ni se venden y siguen vigentes en
nuestros días al traspasar las murallas levantadas por la ignorancia, el
fanatismo, la crueldad. La tibieza no es tolerada, pues trae desconfianza,
herramienta que cava surcos donde nace la maleza. Dependemos de nosotros mismos
y no de un ego amenazado que nos induce a agarrarnos al miedo.
¿De
qué sirve una vida si ignoramos el alma? El alma nos da alas para volar
—esperanza para crear una vida mejor y valores para evolucionar—. No se puede
delegar el poder del propio corazón en otras manos. La búsqueda de la sabiduría
no es un acto de voluntad, el que busca no lo puede evitar porque es su
destino, siempre va dando pasos, yendo hacia alguna parte sin llegar a ninguna.
Esa búsqueda nos conduce a nuestra alma una vez rasgado los velos que nos
impiden ver la luz que atraviesa las fisuras invisibles de las murallas de la
ignorancia que no saben de libertad al no saber volar.
Ellos
aprendieron del rumor de las hojas, de la belleza de los lagos y montañas, del
vuelo de las aves, de la fuerza del rayo. Sus enseñanzas siguen viajando a
través del aire y resuenan así: “ama a los demás como a ti mismo. Respeta tu
vida y trátate con delicadeza. Busca en el interior tu riqueza y compártela con
el exterior sin imponer nada. No hagas a los demás lo que no quieras que te
hagan. Venera tu esencia cósmica como ser divino. Cada uno debe encontrar el
camino hacia su propio poderío interior”.
Sus
enseñanzas no son ideas o palabras huecas, son formas de vida.
Buda
decía: “No creas nada, no importa donde lo has leído o quien lo dijo, no
importa si lo he dicho yo, a no ser que esté de acuerdo con tu propia razón y
sentido común”. Los intermediarios no son necesarios, solo el amor
incondicional puede llegar a la esencia del Creador.
Nadie
elude impunemente las citas que le depara su vida según las decisiones tomadas.
viernes, 7 de agosto de 2020
domingo, 26 de julio de 2020
Cuando una puerta se abre
Cuando una puerta se abre nunca nada será como antes.
Sé que el azar no
existe, todo en el planeta está entrelazado –situaciones, personas, encuentros
y desencuentros–, lazos invisibles que se mueven para destruir la ignorancia e
instalar la lucidez en la vida de cada ser humano.
Una tarde de primavera mientras
Javier y yo tomábamos un café frente al mar y me hablaba de su último viaje a
las profundidades de la selva amazónica brasileña, entre luces, el crepúsculo se vistió con su
manto carmesí dejándonos sin palabras ante su belleza. Javier es un trotamundos en busca de enigmas
que la razón no entiende así como de tesoros y secretos del alma. Los ojos de
Javier centelleaban como diamantes en el océano del firmamento –“regreso a ese mágico lugar donde Ailin me
espera y donde las personas forman un solo ser con la naturaleza porque el respeto
crece como las flores silvestres y no se pisotea aunque haya desavenencias”– me
dijo.
Después de unos días atravesando bosques y cruzando varios ríos
llegamos a un pequeño poblado en medio de una vegetación exuberante y de una
belleza sobrecogedora, sus gentes eran amables y sonrientes. Aunque no hablaba
su idioma, me sentí inmediatamente arropada: “la familia de mi hermano es
nuestra familia”, decían entre abrazos y con sus alegres miradas; para celebrarlo,
por la noche, hicieron una fiesta donde no faltó la música, el baile, la risa y
el canto bajo el cielo estrellado donde por primera vez sentí que todos formábamos parte de ese gran manto.
Me levanté muy temprano,
los extraños ruidos me sobresaltaban, salí a respirar el aire puro y el
silencio mágico se rompió con los cantos
del coro de los pájaros al amanecer y por los susurros del aire que anunciaban
a los duendes que era hora de continuar con sus quehaceres. Los primeros rayos dibujaron, en el gran lienzo del horizonte
bocetos con colores nítidos y brillantes como nunca antes había visto. Me cautivó esa belleza serena y me sentí hechizada
ante tanta grandeza. Estaba tan absorta en mis sensaciones que no oí acercarse
a Inko, el chamán del poblado y alrededores; como no entendía sus palabras, me
señalaba con sus manos abiertas el cielo, la naturaleza, el poblado y las unía en su corazón en señal de gratitud y recogimiento
haciéndome sentir que el espíritu del amor está por todas partes. Javier salió
de la cabaña y se nos unió. Permanecimos en silencio ante el magnífico espectáculo
de luces que el amanecer nos brindaba.
Después de disfrutar de
un agradable desayuno en compañía de todos, Javier me invitó a seguirlo.
Llegamos a un paraje idílico, bajamos hacia el río y nos bañamos, mi cuerpo
agradeció el contacto del agua cristalina y refrescante. Disfrutamos del silencio, de la
belleza y del concierto del lugar. Le comenté con tristeza que era una gran
pérdida para el planeta y la humanidad el ataque sin tregua contra el pulmón de
la naturaleza, que cada día se ahogaba un poco más. Javier contestó: “La
deforestación en el Amazonas es un crimen que causa graves daños al planeta,
humanidad y, en especial, a los habitantes
de este lugar a los que están exterminando, ese crimen siempre queda impune
pues los poderosos son los que lo ordenan para satisfacer su hambre y sed de
codicia”. Javier estaba ensimismado y su mirada
fue más allá de la presente realidad, al cabo de un rato volvió a comentar: “todos los seres humanos
tenemos que reanudar el contacto con el reino animal y vegetal, percibir la
tierra con todos los sentidos lo que crea crecimiento y respeto por la vida y
elimina el sentimiento de soledad al ser conscientes de que formamos parte de
un todo. La naturaleza se recrea ella misma cada día con mayor belleza y
variedad, al igual que el ser humano. Si no sentimos respeto por nosotros no lo
sentiremos por nadie ni por la naturaleza lo que traerá graves problemas a la
tierra, ya conocemos sus consecuencias. La vida no es poder y dinero, la vida
es amar y respetar lo que tenemos”. Lo
miré un instante tratando de comprender
el significado más allá de las palabras, sus ojos brillaban como soles
en verano, tuve la impresión de que su cuerpo se fundía con el paisaje.
Cada día nos
aventurábamos por diversos parajes extraordinarios hasta el día del enlace que navegamos río
arriba, la nubes cargadas no dejaron de arrojarnos agua durante el trayecto,
pero al acercarnos al poblado las nubes habían abierto un claro para dejar paso
a dulces y cálidos rayos; Inko y Javier se miraron y supe que los duendes de la
naturaleza eran sus compañeros. Javier
estaba exultante de felicidad. Nos dieron la bienvenida con una alegría sincera que emanaba del
corazón. Las flores aromatizaban el lugar, adornaban cabellos, trajes y casas. Sentía
que formaba parte de algo especial, pero no sabía qué era. Cuando la luna llena
apareció, se oyó una sinfonía sublime que procedía del canto de la naturaleza y
de los presentes; de una casa adornada con flores rojas y blancas salió Ailin, hermosísima
que, además, dejaba ver la belleza que había debajo de su piel, su largo pelo
azabache, su tez tostada y sus ojos negros como la noche sin luna la hacían parecer
una diosa. Llevaba una túnica de dibujos dorados y plateados que fulguraban con
los rayos de la luna, con pasos firmes y mirada cautivadora se acercó a Javier, unieron sus manos,
pronunciaron unas palabras y se besaron sellando para siempre su unión. Fui
testigo del hechizo del amor; comprendí que esa sensación especial que sentí era ver la unión de la
naturaleza con los seres humanos, todo y todos formábamos parte de la misma
esencia.
Unas semanas más tarde,
Inko vino a nuestro encuentro, habló con Javier y éste me dijo: “esta noche
Inko quiere ir contigo a un lugar muy especial”. –“No voy a comprender”– dije, a lo que
contestó: “la sabiduría se expresa a través de la percepción de la intuición no
de las palabras”. Por la noche, Inko vino a buscarme, llevaba pintado el
símbolo del infinito en su frente y en su corazón un círculo dorado, me llevó a
un lugar donde algunos árboles sabios y milenarios habían creado un círculo
natural. Nos sentamos frente a frente, cogió mis manos y sentí una descarga en
todo mi cuerpo, su magnetismo era arrollador. “Desconecta tu mente y deja libre
tu corazón, la esencia de la vida debe ser sentida no analizada” palabras que oía
como un eco lejano. Me miró con sus ojos abismales y empezó una canción. Cerré
los ojos y dos arco iris se unieron para formar un círculo eterno de principio
y fin. Al cabo de un rato, sentí que se levantaba, me dijo algo al oído y se
fue. Me quedé en ese mundo mientras las dudas y miedos fueron derrumbados y barridos
por los relucientes colores. No sé
cuánto tiempo estuve así, mi cuerpo imploró el movimiento y después de mover
los pies y las piernas, me levanté. Regresé
al poblado con las primeras luces, Javier y Ailin me recibieron con un abrazo y
ojos radiantes de alegría. Desayunamos y
vi que las estrellas iban desapareciendo una a una arrojando lazos invisibles, dando
paso al nuevo amanecer. Supe que era el momento de volver. Ese día por la tarde
abandoné el poblado con gran tristeza en mi alma –me dolía la separación física
con esas personas tan extraordinarias que habían sabido unir naturaleza y
humanidad– sé que no hay separación pues todo está entrelazado por lazos
dorados, la vida es encuentros y desencuentros.
Regresé a casa, pero todo había cambiado porque yo no
era la misma, y volví a oír ese eco lejano “cuando una puerta se abre nunca
nada será como antes”. Unos días después amanecí con unas palabras del duende
de los viejos árboles: “Cuando se une el cuerpo y el espíritu se abre esa
puerta que nos permite entrar en otra dimensión que la razón no puede
comprender. El tiempo es el momento entre la causa y el
efecto. El momento del ahora es el instante. Es siempre. Recuerda que somos creadores de nuestra propia realidad y depende
de nosotros crear un paraíso o infierno terrenal. Tu corazón es libre encuentra
el coraje de seguirle. Los nudos del azar nos juntan o nos separan, el mundo
invisible sólo se ve con los ojos del alma y es cuando todo cobra sentido”. Comprendí
esas verdades eternas que se reflejaban en el espejo de mi alma.
Abrí mis alas para
dirigir mi vuelo hacia esa puerta abierta que une la esencia de la naturaleza y
de la humanidad donde se une el amor celeste y terrenal.
(foto privada)
jueves, 23 de julio de 2020
jueves, 16 de julio de 2020
Retales de la vida
El destino une y el destino separa.
Cuando el rayo partió mi mundo en dos mitades
me perdí en la negrura de mi alma y de mis sentimientos. El fogonazo fue tan fuerte que me
cegó, sentí como se clavaban espinas en mis ojos y el polvo ahogaba mi vida. En
ese momento eterno y efímero, cegado por la incertidumbre y la negrura, vi desfilar
mi vida -sentí las manos de mi querida madre cuando nos cogió con suma
delicadeza en sus brazos a mi hermana y a mí para darnos la bienvenida a este mundo.
Vi pasar mi infancia y juventud como un rayo en el horizonte –risas,
reprimendas, amigos, besos, ilusiones y desilusiones–, situaciones livianas de
la vida. Emergió el recuerdo de una tarde cuando el sol derramaba un suave
color cobrizo sobre la terraza mientras disfrutábamos del atardecer, mi madre
dijo señalando a la mesa: “La vida es deliciosa como un banquete en el que hay
que saborear cada plato”; también acudió ese retazo de conversación de ayer noche
con mi padre, cuyas palabras resuenan ahora en mi corazón: “el saber no ocupa
lugar y desgarra los velos de la
ignorancia para hacernos libres. Cada
alma es diferente dentro de un universo complejo al que hay que abordar
respetuosamente para poder expresar el sentimiento de paz y belleza que reside
en cada corazón. Cada persona tiene alma propia, voluntad propia, sueños
propios y le corresponde desarrollarlos”. Cómo una hoja en otoño bailando su
último vals, quedó suspendida en el aire la sonrisa de mi amada y de mi hermana.
Siempre
me había gustado subir temprano a la colina para sentir el perfume de la mañana
y ver ese baile apasionado de colores en el horizonte. Recuerdo que los colores
auguraban un día luminoso y el perfume de pinos y naranjos se esparcía por el
aire haciéndome sentir que la vida es un regalo; sonreía al oír esa música
mágica que solo el amor puede tocar, en dos días me uniría a mi otra mitad, era
un momento de tranquilidad cargado de promesas y pasiones por desvelar. Su
sonrisa me embelesaba porque dibujaba alegría en su cara, sus ojos hablaban de
caricias que solo la brisa del viento puede ofrecer cuando recordamos a ese ser
amado. Una atmósfera de paz y dulzura emanaba del lugar y sentí recogimiento y
di gracias al universo. De pronto, un rayo dividió el cielo azul en dos.
Después
de mi flash back, todo
era vacío como si la fuerza de mi alma se hubiese ido. Bajé y cuando llegué a
casa de mis padres sólo encontré escombros y polvo en el aire. Unos minutos
antes tenía toda una vida y de pronto todo voló al compás de un atronador golpe
de tambor. Vivíamos en un país cuya historia había dejado huellas en las piedras de los edificios, puentes,
palacios, jardines…; entre tanta historia, complejidad y mezcla de culturas la
vida, en apariencias, florecía como las flores en primavera y el baile de
girasoles en verano; mi lucha sin tregua
para mantener la paz y el progreso lejos de la tiranía consistía en crear
puentes hacia la libertad y derrumbar
piedras de poder sin sentido que algunos individuos levantaban para construir
prisiones de confusión y destrucción. Comprendí que esos esfuerzos por mantener
la unión se habían fragmentado; algunos individuos habían roto el motor de la
vida mediante la devastación, quebrando esa magia de primavera y empezando una guerra.
Los que destruyen la vida a fuego ganan batallas con millones de muertos, pero
jamás su guerra ganará a la vida.
Pasaron
varios días y necesité de toda mi fuerza interior para que los pensamientos
pudieran fluir y ordenarse, oí, como un eco, a mi madre decir: “aquí ya no hay
vida, saca fuerza de tu corazón y ponte en marcha, deja enterrado el odio y el
rencor bajo el polvo de tus pies, pues son demonios durmientes que cuando se
despiertan destruyen todo, incluso la vida”. Me levanté y me puse a caminar sin
dirección por esas callejuelas llenas de muerte. Miré a mi alrededor y por
primera vez vi muchas miradas perdidas como la mía, empecé a oír nombres lanzados al aire esperando una
respuesta, sentí el dolor de esas miradas y
vi que todos llorábamos y arrojábamos gritos desgarradores que quedaron
ahogados por los truenos y rayos. Al
cabo de unos días los que pudimos sacar fuerza de nuestros pies, iniciamos una
marcha hacia ningún lugar; se oía el silencio del llanto y la tierra a nuestro
paso se hizo fértil por tantas lágrimas vertidas. Éramos una isla de penas y tristezas. Después
de muchos, muchos días, dejé de ser un zombi, la vida volvió a correr como un
pequeño riachuelo por mis venas, empecé a ver, a oír, a sentir. Comprendí que
somos seres en transición, que la vida se va en un instante y que los
sentimientos fracturados se quedan enterrados bajo los escombros de trozos de
corazones rotos, gruesas lágrimas
cayeron por el vacío de la pérdida de la magia de la vida.
Un
día soleado mi corazón rompió a llorar cuando volvió a sentir el aroma de pinos
y naranjos, experimenté que, incluso, en medio de la oscuridad y aunque haya
penalidades y miserias siempre hay que dejar un hueco para la esperanza… Éramos
pocos los que llegamos a esa ciudad donde había belleza y serenidad en sus
calles, muchos cayeron en el camino por desesperación, hambre y tristeza. Fuimos
recibidos en silencio y con algunas miradas de desconfianza y lástima. Nos
metieron en un campo de tierra sembrado de casetas. Dormía en un barracón con
otros hombres, por la noche se oían lamentos y suspiros y en medio de la
oscuridad se veían ojos abiertos que no podían cerrarse porque aún tenían
espinas clavadas de cuando el rayo partió el cielo azul en dos.
Mientras
una media luna se elevaba entre las tiendas del campamento y creaba una tenue luz de esperanza salí a respirar pues me ahogaba
tanto dolor e impotencia. Estaba absorto en mis emociones cuando vi a una niña muy
pequeña que intentaba coger una caja mayor que ella; me acerqué para ayudarla,
me cogió de la mano y me llevó a su tienda. Al llegar vi a una mujer joven muy demacrada, le di de beber
agua y la niña me indicó que esa caja contenía algunas medicinas… Empecé a
visitarlas cada día y me hice cargo de la pequeña, poco a poco empecé a sentir
como la atracción se amparaba de mi cuerpo y, así, del dolor nació el amor. Volví
a oír y a sentir la música mágica en mis nervios, vi la sonrisa de mi otra alma
y supe que mis heridas habían sanado y podía volver a amar la vida, “nuestra parte mágica reside en el corazón y
jamás se va, solo tienes que buscarla” me repetía mi madre cuando era un niño. Día
a día fuimos tejiendo lazos invisibles de amor que nos invitaban a saborear la
vida y así oír la música para ver los girasoles bailar. La vida es un asombroso
regalo de amor y compasión que debe ser compartido con los demás aunque a veces
no comprendamos los escenarios. La felicidad es soltar el dolor y atreverse a
coger la luna con las manos. Recompusimos nuestros retales y formamos un gran paño
donde todos pudimos cobijarnos.
La
vida son momentos que nos impactan para formar los recuerdos. Cada uno de
nosotros somos retales de nuestra existencia y somos corazones rotos y pegados
con hilos dorados que hacen que sean más hermosos si los vemos con otros ojos.
Somos
retales de la vida que el telar del
tiempo enhebra hilo a hilo para escribir el destino.
(Foto de la red)