La vida me llevó por muchos vericuetos, unos sublimes y agradables, otros
dolorosos y opresivos. En una de esas experiencias opresivas terminé en un
hospital donde me indujeron el coma -recibí tantas patadas en la cabeza que mi
vida quedó pendiente de un hilo, produciéndome daños internos y externos y como no hay mejor remedio que el
descanso para sanar el cuerpo y el alma, mi cuerpo se durmió durante varios
días. Gracias a ese “descanso” muchos de mis sentidos se desarrollaron; mi
conciencia profunda me hizo ver y percibir energías sublimes de universos
paralelos. Comprendí que no solo somos carne y huesos, somos parte de un alma
global fragmentada y cada uno llevamos en el corazón un trocito de esa alma.
Mi
conciencia me enseñó a observar sin juicios mi vida, desde mi nacimiento hasta
ese momento en el hospital. Éramos energías que jugábamos en el éter donde
somos cocreadores de las manifestaciones; me manifesté en un águila que jugaba con el viento,
planeando y observando desde lo alto la belleza del planeta – montañas, ríos,
océanos de arena y sus altas olas y océanos de agua con olas que al unirse unas
con otras forman esculturas de bailes con pasión para acariciar la orilla y
dejarlas descansar; volcanes, flores, colores, seres vivos…–.
De pronto
estaba en mi casa, era una presencia invisible que todo veía y sentía, sentí un
amor profundo por mi madre que estaba a punto de darme la bienvenida al mundo, ¡cuánta
alegría en las miradas de mis padres!
Mientras
miraba el milagro de la vida bajo esa apariencia de luz donde no existe la
oscuridad ni la sombra, vi mi vida física pasar. Reviví muchas escenas pero me
detuve en unas cuantas que fueron las que forjaron mi presente. “Mi madre era un
corazón andante que amaba a los demás sin límites, pero su vida cambió por
avatares de la vida y con el tiempo se había olvidado de amarse a sí misma, de tanto huir se olvidó que existía; creó una
prisión donde era su propia prisionera al aceptar un ambiente de imprecaciones y
violencias que herían su alma; había dejado su valía en el desván entre viejos
e insignificantes muebles tal y como ella misma se sentía ante esa batalla de
violencia, desprecio y miradas vacías. Lloraba en silencio su debilidad cuando
pensaba que yo no la veía ni escuchaba. En ese ambiente de violencia, miedo y
sumisión crecí y por ello, entre otras cosas, me convencí de que yo no merecía
ser feliz. Desde esa perspectiva del Ser vi cómo se reproducía el mismo
escenario de mis padres y supe con certeza
que hasta que no se rompiera el círculo de esas vivencias y aprendiera
las lecciones, una y otra vez se reproduciría el mismo escenario.
Observé
otra escena que puso su huella en mi alma, mi comportamiento en el colegio
cuando era niña. La violencia que sufría en casa la pagué con una niña que
tenía unos preciosos ojos color violeta
aunque apagados por su tristeza; nadie quería jugar con ella, no podía caminar
bien y menos correr. Las niñas, incluida yo, fuimos muy crueles con nuestras
burlas y desprecio. Al observar y sentir ese dolor causado gratuitamente y sin
razón me llené de tristeza, mi corazón sintió una profunda pena y pidió perdón
a mí misma, a la niña y a la bóveda celeste. Supe que todos los comportamientos
tienen sus consecuencias.
Mi
conciencia me llevó al día previo de recibir esa paliza monumental a veces
creamos caos para poder salir del mismo; reviví la escena que me rompió el
corazón cuando sentí que había perdido el respeto de mis hijos; prefirieron
marcharse a vivir en ese infierno que había creado. Sus miradas de reproche me
recriminaban por qué no quería actuar y librarme de esa violencia gratuita...,
mi silencio y lágrimas de miedo fueron los que cerraron la puerta detrás de
ellos. Grité en silencio, llenándome de dolor y rabia hacia mí misma por mi
debilidad, oía sus reproches, sus miradas de incomprensión y dolor, pero
también miradas de no aceptación. En ese momento comprendí que al igual que yo
hacía con mi madre, ellos lloraban por mí pero hasta ese momento fui ciega, era
yo la que debía tomar la decisión. Vi con claridad que es crueldad hacer daño a
los demás.
Al
observar mi vida sin juicios, solo como hechos y ver que el velo del miedo se había apoderado de mi cuerpo
olvidando al amor, sentí una oleada de ternura y perdón comprendiendo que el
amor es la fuerza de luz de la vida que siempre vence a la oscuridad. Sentí una
fuerza que atravesaba mi cuerpo físico y tenía ganas de gritar que la vida es para
ser vivida, no para ser violentada; comprendí que soy la única responsable de
mi cielo o infierno y lo único que debo hacer es decidir lo que quiero vivir. Esa fuerza que sentí hizo que despertara y lo
primero que pensé fue: “tengo derecho a vivir, a ser feliz, a la abundancia, al
respeto y al amor”, comprendí lo que mi conciencia me enseñó: “el amor todo
puede realizar siempre y cuando seas capaz de hacerlo con el corazón”. Esta fue la gran enseñanza que recibí en ese
universo donde todo es posible menos el miedo y la violencia”.
Cuando
salí del hospital me llevó un tiempo tomar la decisión de separarme y empezar una
nueva vida. Subí al desván y tiré todos esos viejos muebles que simbolizaban mi
antiguo yo. Había llegado el momento de ser una adulta responsable y ser
consciente de mis decisiones. Después de un periodo de aprendizaje y saborear
la valentía volvió esa fuerza que sentí en el hospital “la vida es para ser
vivida no para ser olvidada”. Una tarde fui a una charla que trataba sobre el
maltrato y como abandonarlo. Cuando terminó me acerqué a la ponente y ¡sorpresa!,
me encontré con dos hermosos ojos color violeta que brillaban como soles al
amanecer. Me presenté y me reconoció, le
pedí perdón por haber sido tan cruel con ella. Con gran sabiduría y compasión me
dijo: “que esos momentos tristes y dolorosos habían dado lugar a una fuerza
inconmensurable y a preguntarse ¿por qué
no yo?”. Su respuesta valiente fue la que
hizo que hoy fuera una mujer espectacular llena confianza y amor, cuya vida está
dedicada a la más hermosa misión, ayudar
a la familia humanidad.
Comprendí
muchas cosas y a partir de ese día me preguntaba continuamente ¿Por qué no yo?
En mi
aprendizaje seguí viviendo algunas tormentas, unas más fuertes que otras y
ambas me enseñaron que el miedo y la ira nos desprotegen del valor y coraje porque
eliminan la fuerza de la vida que todos llevamos dentro. Sin motivación en
nuestra vida viviremos en una isla dentro de un inhóspito desierto; solo la
energía que nos lleva a la motivación de luchar por la vida es la que nos da la
confianza y la seguridad que necesitamos para hacer lo que realmente deseamos hacer
aunque haya gente que nos ponga la
zancadilla. No podemos olvidar que el problema no es el problema si no cómo
reaccionamos ante el problema esa es la gran diferencia, si no, nuestro
presente se alimentará del pasado continuamente.
Muchas
personas se cierran en su prisión del miedo, de la violencia, de sus complejos
pues se sienten insignificantes a causa del daño recibido en su alma. Es hora
de preguntarse: ¿por qué no yo? La respuesta firme y valiente es la que nos hará
sentir esa fuerza llamada motivación para luchar por nuestro derecho a vivir, a
decidir y a ser feliz y nunca olvidar que somos los escultores de nuestro día a
día.
He
pasado por muchas vicisitudes, he vivido ahogada en un océano de arena pero
ahora vivo en un lugar donde el mar crea figuras de amor y pasión y las
deposita en la arena para que yo las vea y aprenda a subirme en las olas para
viajar hacia donde yo quiera.
(Foto privada)
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