Este artículo es un reconocimiento a todos los sabios, incluidos nosotros mismos, cuya valía y amor han sido anulados y relegados al olvido, en especial a Yosef el carpintero –padre de Yeshúa bar Yosef, más conocido como Jesús de Nazaret–. Yosef, además de carpintero de profesión, era gran Maestro esenio, sanador del cuerpo y del alma, cuya misión fue preparar y acompañar a Yeshúa, física, emocional, mental y espiritualmente para que pudiera llevar a buen término la gran Obra de amor a la Humanidad.
Como padre Yosef amó a Yoshúa
incondicionalmente, como Maestro lo respetó y guio; siempre estuvo a su lado para
ayudarle a superar y a transformar las sombras de su corazón, como cualquier ser
humano tiene en su interior. Durante dos mil años, Yosef fue relegado al olvido
y las enseñanzas de Yeshúa fueron pisoteadas y
olvidadas por brutales choques de fanatismo, ignorancia, codicia… enterrándolas
en un pozo profundo, pero su semilla germinó creciendo a través de la oscuridad
y emergiendo después de un largo camino como un loto blanco en señal de fuerza
y belleza.
Aparte de Yosef, Yeshúa tuvo
otros muchos maestros –esenios, druidas,
hindúes, persas, egipcios, chamanes…– su formación fue un compendio de diversas
filosofías y saberes a través del planeta, pues la esencia del amor es
universal y cada filosofía basada en el amor contiene la esencia divina.
Durante su intensa formación, tanto sus Maestros como Yeshúa dejaron claro que
la fe es una experiencia propia que hay que vivirla y no una creencia a ciegas;
también hicieron hincapié en no crear dogmas, religiones ni construir espacios cerrados
donde fuera el único lugar aceptable para hablar con el Eterno; todo en el
planeta es espíritu transformado en diferentes manifestaciones y todo ha sido
creado por el Creador, por lo tanto, cualquier lugar es perfecto para el
contacto directo de corazón a corazón sin necesidad de intermediarios; esta
enseñanza también fue ocultada y
tergiversada por religiosos fanáticos y hombres de poder. Ningún fanatismo escribe bellas baladas.
A través de la Historia
muchos sabios como Akenatón, Hipatia, Pitágoras, Sócrates, Avicena, Isaac Luria…
y otros miles más, lucharon para integrar, en la vida cotidiana de las personas,
la máxima: “ámate y conócete a ti mismo para poder conocer el universo de tu
alma que todo contiene y todo puede realizar”. A pesar de los milenios
transcurridos seguimos viviendo en la sombra del sol –en las apariencias
engañosas del exterior, en imponer nuestros criterios, en poseer en lugar de
ser creando necesidades innecesarias, nos escudamos en nuestras máscaras para
hacernos creer que somos otras personas, lo que trae sufrimiento, resentimiento
y frustración, impidiéndonos bucear en
nuestro interior porque tenemos miedo de ver en qué nos hemos convertido–. El
camino hacia dentro genera luz en el corazón; cuanta más sombra se diluya en la
luz, más luz sembraremos en los áridos campos del olvido. Toda vivencia es necesaria, tanto exterior como
interior, para transformar y recordar que el objetivo del camino siempre es amarse
y conocerse a uno mismo.
Al igual que Yeshúa estuvo
rodeado de maestros que le enseñaron a transformar sus bajos instintos como ser
humano para llegar a ser un ser espiritual, nosotros también tenemos maestros
que nos enseñan en nuestra vida cotidiana para aprender de nuestras
experiencias y descubrir nuestros más bajos instintos, solo así podemos aceptarlos
y transformarlos; como seres humanos
somos seres de luz y sombra, ambas necesarias para esculpir nuestro nuevo yo. También
existen seres invisibles que nos envían sus mensajes a través de intuiciones, sentimientos,
susurros para que la antorcha del recuerdo vivido vuelva a
iluminar el tesoro de nuestra alma. A medida que aprendemos a elevar nuestra
conciencia, podemos observar maravillados la trama de los acontecimientos de nuestra
vida; todo está entrelazado por hilos de energía dorada que abren la puerta del
alma invitándonos a ver la flor del corazón cuya semilla se alimenta de luz; en
cambio cuando ignoramos esos mensajes nuestra vida se vuelve árida por haber
perdido los nutrientes de la esencia del amor.
El hombre que no se
reconoce como su propio creador es porque tiene atada a su conciencia las
bridas de la ignorancia y del temor, al dejarse arrastrar por los ríos de las
leyes impuestas de la sociedad, contrarias al universo. Sócrates hablaba de la bondad, de la belleza, de la
sabiduría, del respeto, del valor, todo necesario para amarse y conocerse y así
vivir la vida que se merece. Decía: “la vida sin discernimiento, no merece la
pena ser vivida”. Los valientes bucean en el océano de la vida;
los débiles se dejan arrastrar por mareas de ríos que fluyen en dirección
contraria y viven a través de la máscara del olvido.
Las enseñanzas de los sabios
siguen brillando hoy en día; nos recuerdan que somos un ser espiritual con luz
propia encarnado en ser humano al que debemos respetar y honrar; depende de
cada uno de nosotros que encendamos o apaguemos la antorcha del recuerdo
vivido, esencia del alma, principio que todo es, fue y será.
(foto privada)
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