miércoles, 10 de marzo de 2021
martes, 2 de marzo de 2021
La mujer de fuego
He vuelto a tener una noche agitada de esas que parece que estoy en un tiovivo dando vueltas y vueltas, hasta que el frío me despierta. Tengo esa sensación de alegría y tristeza en mi cuerpo, huella imperecedera de ese sueño repetitivo donde las llamas de una hoguera se transforman en una hermosa mujer que danza al ritmo del crepitar del fuego y de los sonidos del bosque. Antes de levantarme, revivo durante unos minutos las sensaciones que convergen en mi corazón; percibo ecos lejanos que no comprendo aunque tengo un vago cosquilleo. Me levanto y voy directa a la ducha, necesito sentir el agua fría en mi cuerpo, estoy sudando, un calor abrasador quema mis entrañas.
Con ese sabor agridulce
voy a trabajar. Hoy tengo una reunión
importante con mi principal cliente para debatir sus inversiones y conseguir
pingües beneficios para ambos. Me apasiona el reto, la competencia, ganar.
Al finalizar el trabajo
y de regreso a casa, mi cuerpo acusa un cansancio extenuante, algo infrecuente
en mí. Necesito sumergirme en un baño caliente para relajar mi cuerpo y mente,
pensaba. Después del baño y con mi mano aún mojada, retiro el vaho para verme en
el espejo; me golpean las palabras que pronuncié en la reunión: “machacar hasta
conseguir el resultado”, inmediatamente, sentí como mi estómago se estrujaba. No comprendo lo que
me pasa. Veo mi reflejo y no me reconozco; esos ecos del sueño hacen vibrar algo
en mi interior, surgen peguntas: ¿quién eres ahora?, ¿dónde están tus sueños y
deseos?, ¿qué sentido tiene tu vida? Dos lágrimas amargas corren por mis mejillas
mojadas. Algo en mi interior me hace sentir que me he extraviado y mi reflejo lo
manifiesta. Duele profundamente ver mi realidad, ahora no son lágrimas que
bañan mi cara son torrentes de dolor que ahogan mi corazón. Salgo y cierro la
puerta de un golpe. Me preparo una copa de vino blanco, me tumbo en el sofá y
escucho jazz para evitar oír la voz de mis diablillos que no paran de hacer
ruido dentro de mi cabeza: “la vanidad es la causa de todos los extravíos de
los sentidos”. Observo mi vida, sin juicios ni emociones. Recuerdos que distan
una eternidad entre mi verdadero yo y mi actual caricatura comienzan a resurgir
con una fuerza sobrenatural. Siento cansancio, sopor y cierro los ojos.
Los rayos del sol me
despiertan, sigo en el sofá. Como un autómata me visto y salgo de casa. Necesito tomar aire fresco. Subo
al coche y conduzco sin dirección y para no seguir oyendo a mis diablillos, pongo
el volumen de la radio a tope; el coche como
si tuviera vida propia se dirige a la carretera que lleva a las montañas, a mi pequeña cabaña. Estoy como en trance, solo
puedo seguir adelante. Al cabo de varias horas llego al pequeño pueblo de casas
de piedras y calles empedradas, tiene tanto encanto que me hace sentir bien tan
solo con verlo; siento calma, sensación que no sentía desde hacía mucho, mucho
tiempo.
A la mañana siguiente después
de la ducha, vuelvo a limpiar el espejo
de vaho y vuelvo a ver mi reflejo, no me gusta lo que veo; el cansancio es
agotador y esas preguntas vuelven galopando como un elefante en su huida. Salgo
de la cabaña y me dirijo hacia el lago cercano. ¡Cuánto tiempo hacía que no
venía! No recordaba su belleza. “Me vi
cuando era niña y venía con mis padres de acampada, por la noche hacíamos una fogata;
sus llamas de colores vivos me hipnotizaban y recordé de pronto a la señora de
fuego que danzaba con las llamas, su largo pelo rojo, labios carmín, tez dorada
y una gran sonrisa daba una belleza singular a su cara. Bailaba entre las
llamas con soltura y elegancia”. Como una explosión volvió ese recuerdo de mi
sueño y comprendí que no era un sueño
sino un recuerdo olvidado.
Al atardecer regresé. Sentí
la serenidad que emana de la madre tierra cuando se prepara para descansar. La
policromía del bosque y del atardecer me hizo sentir ese escalofrío de unión
con la madre tierra que había olvidado. Me senté con gran respeto para no
perturbar su reposo, pero de pronto la sinfonía de la noche empezó con el coro
de las aguas cristalinas para dejar paso al ritmo de la brisa que hacía danzar
las ramas que producían sonidos de maracas y el canto de las aves nocturnas mientras las luciérnagas danzaban
en honor a la luna. Poco a poco, los colores se transformaron en profundos
abismos para magnificar el espectáculo del universo. Ante tal grandeza me sentí
muy pequeña; con profundo respeto hice un círculo con piedras y encendí una
hoguera, de repente las llaman se reavivaron y apareció la señora de pelo rojo,
tez dorada cuya sonrisa iluminó el abismo del universo.
Estaba hipnotizada, las
preguntas sin respuestas volvieron a danzar en mi mente: ¿Quién eres ahora? ¿Dónde
están tus sueños y deseos? ¿Qué sentido tiene tu vida? Me quedé callada y en esa
milésima de segundo donde el tiempo y el
espacio no existen, volví a mi infancia. “Me vi con mis padres un sábado de
luna nueva, yo tenía siete años; hicimos una hoguera mientras en el cielo caían
estrellas fugaces y otras brillaban como diamantes. Mientras cenábamos mi padre
contaba historias, pero yo no escuchaba, estaba hipnotizada por las llamas. Veía a la
señora del fuego bailar, me levanté y me puse a danzar con ella al compás de la
sinfonía del bosque; mis padres me miraban sin comprender lo que hacía, aunque sonreían.
Mientras bailaba supe que quería plasmar
en lienzos la esencia del fuego en toda su expresión –letras de fuego que bailan
en el cielo, amaneceres mágicos y atardeceres serenos; llamas que dan luz a la vida cuando emergen del
corazón del ser que lo siente y ascienden a través de una espiral de
transformación para crear nuevos universos; seres de fuego que bailan al compás
de los latidos de los seres vivos; fuego creador que como esencia divina crea
la vida–, veía esos flashes aunque no los comprendía. También, me vino el
recuerdo de esa tarde de primavera cuando era estudiante de arte y mis compañeros
se burlaban de mi obsesión por el fuego, incluso mis padres no me comprendían y
aunque no dijeran nada sus miradas lo decían. Mi baja estima y vulnerabilidad hicieron
que dejase atrás mi pasión para hacer lo
que otros querían. Mis padres me educaron según su camino y no el mío, así fue
como me olvidé de mí y nació mi caricatura”. Como un rayo en la oscura noche, comprendí
y volví a mirar a la señora, vi su sonrisa de comprensión y empatía: “nunca es
tarde para empezar si ese es aún tu deseo. Siempre hay que vivir según los
dictados del corazón para encontrar el sentido de la vida, pues él sabe lo que
tú ignoras; recuerda que el sonido de tus latidos es el sonido de la creación”,
dijo.
Sentí una fuerza
poderosa que impregnaba todas mis células, la fuerza de querer ser yo misma, de
aprender a mirar para ver mi vida, a tener confianza y compromiso conmigo misma
–el valor de lo que aprendemos radica en lo que queremos que sea nuestra vida–;
tuve la certeza de que tenía que dejar de pelear para volver a ser guerrera en
mi vida. Me levanté y bailé junto a la señora del fuego esa danza de las llamas
de los corazones vivos; cerré los ojos y sentí como las llamas me envolvían, me
había convertido en la mujer de fuego. “Hay que ser valientes, pero no
temerarios, dejar que muera lo que tiene que morir y que viva lo que tiene que
vivir, una cosa es aprender para no repetir el pasado y otra renegar de tus
raíces”, me dijo con su sempiterna sonrisa antes de desaparecer entre los
colores rubí y magenta.
Cuando regresé a la
cabaña, lo primero que hice fue mirarme en el espejo. Vi a una mujer bella,
llena de fuerza y deseos que reía y bailaba al son de su corazón de fuego,
donde las llamas son esencia de vida y amor.
Mi vida cambió para
siempre pues dejé a un lado las apariencias y me centré en mi alma; plasmé en
lienzos letras de fuego para que su chispa iluminara el universo y mantuviera
con vida la esencia del fuego en el corazón de todo aquel cuya añoranza la sintiera
en su piel.
jueves, 28 de enero de 2021
sábado, 2 de enero de 2021
El camino de la libertad
Un punto de inflexión es la forma natural que tiene la vida de marcar el antes y el después de una experiencia y nos lleva a la línea de salida para otra nueva vivencia, dándonos la oportunidad de dejar atrás al antiguo yo y renacer al nuevo yo.
Toda nuestra vida es un sendero por el que debemos recorrer paso a paso; la libertad es el derecho que tenemos para transitar conforme a nuestras elecciones las cuales siembran nuestro camino. Nuestra actitud optimista o pesimista nos pone en un camino u otro, llevando en nuestra memoria celular la huella que nos ha dejado nuestra experiencia anterior a nivel físico y psíquico –cada emoción tiene una carga emotiva lo que provoca reacciones en el cuerpo biológico–; no podemos olvidar que la perseverancia y el esfuerzo son recompensados.
El camino de la libertad exige consciencia y responsabilidad. La libertad interior refleja nuestro mundo exterior del cual somos autor y actor. Antes de sentir la magnificencia de la libertad hay que comprenderla; mientras vivimos en el mundo del ego damos vueltas y vueltas en nuestro laberinto de pensamientos intransigentes, dogmáticos, etiquetando erróneamente cualquier creencia o diferencia que no comprendemos por ser diferente a la nuestra; con la incomprensión nace el juicio que nos encadena a ese dolor que proviene de nuestra elección. Hay que aprender a desaprender los conceptos impuestos, las medias verdades e ideas erróneas que nos han inculcado desde pequeños y mucho antes; solo así podemos empezar a ver para aprender a observar nuestro cuerpo biológico y nuestra psique que nos mandan señales de que algo no va bien, ayudándonos a comprender lo que nos pasa para corregir nuestros errores en lugar de iniciar una lucha interna y externa que solo hiere a todos.
El deseo es uno de los carburantes más poderosos que poseemos los seres humanos. La libertad implica un cambio en nuestra vida y cuando estamos en la línea de salida estamos preparados para trascender los velos que nos envuelven y ver lo que hay detrás de ellos, la Vida. Muchos anhelan dicho cambio, pero se sienten incapaces de hacerlo debido al miedo y prefieren seguir viviendo en su vulnerable protección, han olvidado que el antídoto al miedo es el coraje que existe dentro de ellos. Una vida sin entusiasmo es vivir en la indiferencia, en la monotonía del aburrimiento de nosotros mismos.
La vida de los seres humanos está definida por la polaridad, pero cuando unimos esas dos fuerzas opuestas encontramos el equilibrio que nos lleva a la unidad y no a la división, es decir, a vivir la vida con una mente abierta y no egocéntrica. Vivir es estar en la polaridad, crear o destruir; la libertad nos permite elegir, sabiendo que todo tiene su efecto y causa.
El camino de la libertad es el camino de la sabiduría cuyos puntos de inflexión, a través de nuestra experiencia, nos hacen sentir que somos capaces de elevar nuestra consciencia para engendrar el embrión de trascendencia que nos lleva a una vida mejor. La libertad nos proporciona coraje y nos muestra el objetivo que deseamos alcanzar cuando luchamos por un mayor bienestar tanto individual como social. Todos tocamos en positivo o en negativo la creación de nuestro mundo y nos acerca a las diferencias de los demás. Hay que abandonar el rechazo de reconocer al otro el derecho de pensar diferente, de respirar a su ritmo, de amar cuando su corazón vibra.
El camino de la libertad es nuestro sendero de vida y se alimenta con nuestras decisiones, si son optimistas construiremos pueblos de soñadores –restituyendo la memoria de los valores perdidos en la humanidad–, donde la utopía triunfa sobre la distopía; si son pesimistas seguiremos en nuestro mundo conflictivo, creando guerras y caos que solo nos trae sufrimiento y dolor porque los valores de la humanidad siguen perdidos.
Todo depende de nuestra elección porque somos libres de elegir, así es el ciclo natural de la vida.
miércoles, 23 de diciembre de 2020
Los latidos de Julián
Subí las escaleras deseando que esta vez me gustara el apartamento y, sobre todo, los compañeros. “¡Necesito alquilar una habitación ya!, pensaba, las clases empiezan en tres días”. Había visitado muchos pisos, pero siempre había alguna sombra revoloteando que me hacía huir del lugar. Nervioso y esperanzado, toqué el timbre, abrió la puerta un chico con ojos sonrientes. Entré en el salón y en el sofá estaban sentados los otros dos compañeros. Y mientras hablábamos mis ojos buscaban alguna sombra, pero no vi nada. La corriente fluyó enseguida entre nosotros; me comentaron sus reglas y por la tarde me había trasladado. El piso era espacioso y luminoso, una gran terraza, –perfecta para fiestas, pensé–, daba a un parque con un pequeño lago; a lo lejos se divisaba la cúpula de alguna iglesia.
Soy Julián y junto a Pablo éramos
los estudiantes de arquitectura; Gonzalo, el de música y Alejandro, el de
filosofía; todos con sueños y proyectos.
Reinaba un buen ambiente en el piso, a todos nos gustaba la fiesta y estudiar;
éramos conscientes de que si queríamos llegar a alguna parte, los esfuerzos
eran el transporte hacia la meta. Muchas tardes nos dedicábamos a parodiar
nuestros proyectos, era muy divertido ver y oír los diferentes puntos de vista,
incluso las ideas más descabelladas cobraban vida; nuestra convivencia era viva.
Pablo y yo soñábamos con
montar una empresa de arquitectura, cuyo objetivo era ayudar a la naturaleza y
a los países más desfavorecidos creando viviendas con materiales biodegradables
que aportaran bienestar, luminosidad y seguridad. Nos encantaba diseñar casas
de bambú y barro cocido que se perdieran entre el paisaje natural. Gonzalo
hablaba de su sueño, ser compositor y director de orquesta; tenía un don para
la música, componía una sinfonía con solo oír el canto de un pájaro. Alejandro disertaba
sobre la necesidad de crear y no imitar; “leer y comprender a los antiguos filósofos
nos ayuda a entender un poco mejor a nuestro mundo”, nos repetía.
Para celebrar el día de la
música decidimos preparar una gran fiesta; vinieron muchos de nuestros amigos, bailamos, cantamos, charlamos, jugamos a vídeo
juegos… y nos dieron las campanadas de las seis de la mañana. Nos despedimos de
nuestros amigos y nos acostamos, en particular yo me sentía muy contento, pero
algo cansado. El domingo todos estábamos resacosos y nos quedamos en casa, recogiendo la terraza.
Al anochecer seguía muy
cansado, me fui a dormir más temprano. Unos días después volé hacia la bóveda de
la diosa Nut. Mis compañeros estaban en shock. Yo los miraba desde las brumas celestes
y pude sentir su tristeza, en cambio yo
me sentía alegre, libre y mi corazón seguía latiendo al compás de la poesía de
la vida. Una tarde, mis padres vinieron a recoger mis cosas. Flotaba en el aire
una tristeza profunda al haberse roto un lado de ese sólido cuadrado que éramos
nosotros. Mi madre abrazó a cada uno de ellos y, antes de cerrar la puerta,
dijo: “Julián era muy especial, sabía que tenía una enfermedad incurable, pero
sus deseos de vivir eran más fuertes que su vulnerabilidad”. Mis amigos al
saber el secreto de mi enfermedad se quedaron como estatuas sal.
Dejé escrito que todos mis
órganos fueran entregados a aquellos que
los necesitaran. Mi corazón que latía con amor por la vida fue entregado a un
niño soñador. Cuando salió de la operación su madre lo miró con ojos llenos de amor,
esperanza y agradecimiento por seguir a su lado. Él le dijo que sentía los
latidos de Julián. Su madre extrañada le preguntó: ¿cómo sabes el nombre del donante?,
a lo que el niño contestó: durante la
operación Julián, me contó su historia, sus sueños y deseos.
“Cuando tenía cinco años me
diagnosticaron un aneurisma cerebral, sabía que en cualquier momento mi vida
podía pararse, pero en lugar de rendirme, una fuerza sobrenatural me envolvió y
me ayudó a vivir y a amar con más ganas la vida. Mi sueño desde pequeño era
construir viviendas para ayudar al planeta y a la humanidad. Mis padres conociendo
mis deseos me llevaron a visitar algunos países africanos y me quedé enamorado
de su gente. Ya con quince años había hecho un boceto de casas de bambú y barro
cocido y mi gran sueño era realizarlo. Cuando empecé a estudiar arquitectura quise
independizarme y mis padres lo aceptaron
con pena y alegría. Cuando me trasladé al piso, mis ganas de vivir aumentaron
al conocer a mis amigos y durante un corto periodo de tiempo compartimos
nuestras vidas entre alegrías y penas, secretos y sueños; nuestra amistad quedó
sellada para siempre.
Somos autor y actor de
nuestra vida, hay que construir los sueños con piedras sólidas para que la base
nunca se derrumbe. El futuro siempre está presente y los sueños se realizan
cuando crees, no lo olvides”.
Hoy mirando este hermoso
atardecer y viendo el juego de la danza de las golondrinas, me vienen unas
palabras: ”el tiempo de la vida es efímero, aprovéchalo para vivir y dejar tu
huella”, me dijo Julián antes de desaparecer en la bruma celeste que lo
envolvió y llenó de paz mi vida. Sé que somos lazos del universo que vamos y
venimos por un corto espacio de tiempo para enseñar y aprender que el viento
mezcla nuestros cantos con la fragancia de la vida, solo depende de nosotros el
perfume que le demos para que la flor propague su fragancia por dónde caminamos.
El gran desafío de la vida es vivir desde la consciencia y sentir los latidos
del corazón que baten al compás de nuestra canción, sabiendo que la vida es
poesía.
(foto de la web)
miércoles, 16 de diciembre de 2020
sábado, 5 de diciembre de 2020
El desafío del renacer
“Philoteus Jordanus Brunus Nolanus, (…) profesor de la sabiduría más pura e inocente, conocido en las mejores academias de Europa, filósofo (…), despertador de los espíritus dormidos, adiestrador de la ignorancia presuntuosa y contumaz, que profesa un amor general a la humanidad en todas sus acciones (…). (“Giordano Bruno. Filósofo y hereje”. Ingrid D. Rowland). En esta carta Giordano Bruno describe su profundo sentir y da voz a muchas almas que anhelaban un cambio tanto en la estructura social como religiosa del momento. Su propia experiencia de la vida le llevó a tomar consciencia de que somos algo más que carne y hueso; somos energía-conciencia que desea volver a la unidad de la esencia de la que procedemos.
Tras las mentiras se
esconde la verdad. En los siglos XV y XVI hubo un renacer del saber acompañado
de Conocimiento. Ese proceso de búsqueda del saber fue lo que impulsó a
recuperar textos, mitos, símbolos milenarios para sacarlos de nuevo a la luz. El
renacimiento surgió en medio de un eclipse donde las sombras cubrieron a la luz,
pero su resplandor era tan fuerte que fue visto y sentido por seres humanos que
tomaron consciencia de que los sentimientos de amor proceden de esa verdad
escondida por lo que decidieron ser ellos mismos luminarias al servicio de la
humanidad, con el fin de que las sombras de la ignorancia y del fanatismo fueran
absorbidas por ese resplandor y así recuperar el olvido que tanto sufrimiento
produce. Estos hombres y mujeres lucharon hasta su último aliento para proteger
el fuego de la antorcha de la sabiduría.
El renacimiento no sólo
pertenece a una época; ha habido muchos renacimientos desde tiempos
inmemoriales; hay un renacer continuo en la vida para ayudar a regenerar al
planeta y a la humanidad tal y como establecen las leyes de la naturaleza y del
universo. Esos seres humanos universales hablaban el lenguaje del universo,
sabían que la esencia del alma vive en cada hombre, cuyo centro es un diamante
bruto que está protegido en la cripta de nuestro corazón. Ese diamante refleja,
a través de su resplandor, nuestra vida interior en el exterior manifestando
nuestras ideas, acciones y sentimientos. Se restableció la importancia de la relación
del ser humano con la naturaleza. El hombre universal sabía que: “el gran
desafío del renacer es llegar a la Unidad desde la consciencia en la materia. Como
dijo Hermes Trismegisto “Dios es una esfera infinita cuyo centro está en todas
partes y cuya circunferencia en
ninguna”. Al mismo tiempo que se
producía una elevación de conciencia, su opuesto aparecía creando caos,
fanatismo e ignorancia.
El conocimiento, la
relación de los opuestos, la geometría sagrada, la proporción divina siguen latiendo
con fuerza en nuestros días; el resplandor del sol renace cada día dejándonos
oír la música de las esferas sí sabemos escuchar el silencio. Todos los grandes
seres humanos son esencia de estrellas que habitan en la bóveda celeste,
protegidos por la diosa Nut y nos embriagan el alma con su dulce néctar de sabiduría,
“conócete y ámate a ti mismo para que el universo te ayude, pero antes debes
ayudarte a ti mismo a comprender cuál es la relación entre tú yo y el cosmos,
donde todo es”.
En nuestro siglo XXI
seguimos luchando por ese renacer -Unidad, Libertad, Plenitud-. Educar para
sacar de la ignorancia al ser humano, mirar el pasado y sanarlo para crear el
futuro son retos que la humanidad tiene como objetivo. Para experimentar la
vida tenemos que coger el cayado y echarnos a caminar que no a andar; habrán
caminos estrechos y afilados vigilados
por las sombras del caos e ignorancia,
pero la antorcha de la sabiduría sigue encendida y su resplandor llega a todas
partes para iluminar el camino que conduce al conocimiento que se encuentra
donde habita la esencia de las estrellas: la bóveda celeste, las piedras, los lienzos,
los pergaminos, los bosques y nos sigue enviando su mensaje: “aprende a
reflexionar por ti mismo, hay que ser creadores y no imitadores”; como decía
Pitágoras: “Sé tú mismo y sé el universo”.
Rubén Darío, escribió el maravilloso poema “Ama tu ritmo” que describe la esencia del
universo.
Ama tu ritmo y ritma tus acciones
bajo su ley, así como tus versos;
eres un universo de universos
y tu alma una fuente de canciones.
La celeste unidad que presupones
hará brotar en ti mundos diversos,
y al resonar tus números dispersos
pitagoriza en tus constelaciones.
Escucha la retórica divina
del pájaro, del aire y la nocturna
irradiación geométrica adivina;
mata la indiferencia taciturna
y engarza perla y perla cristalina
en donde la verdad vuelca su urna.
El hombre es cuadrado y tierra.
El hombre es círculo y
universo.
(Pixabay. Dibujo de Leonardo da Vinci. Vitruvio)