miércoles, 16 de diciembre de 2020
sábado, 5 de diciembre de 2020
El desafío del renacer
“Philoteus Jordanus Brunus Nolanus, (…) profesor de la sabiduría más pura e inocente, conocido en las mejores academias de Europa, filósofo (…), despertador de los espíritus dormidos, adiestrador de la ignorancia presuntuosa y contumaz, que profesa un amor general a la humanidad en todas sus acciones (…). (“Giordano Bruno. Filósofo y hereje”. Ingrid D. Rowland). En esta carta Giordano Bruno describe su profundo sentir y da voz a muchas almas que anhelaban un cambio tanto en la estructura social como religiosa del momento. Su propia experiencia de la vida le llevó a tomar consciencia de que somos algo más que carne y hueso; somos energía-conciencia que desea volver a la unidad de la esencia de la que procedemos.
Tras las mentiras se
esconde la verdad. En los siglos XV y XVI hubo un renacer del saber acompañado
de Conocimiento. Ese proceso de búsqueda del saber fue lo que impulsó a
recuperar textos, mitos, símbolos milenarios para sacarlos de nuevo a la luz. El
renacimiento surgió en medio de un eclipse donde las sombras cubrieron a la luz,
pero su resplandor era tan fuerte que fue visto y sentido por seres humanos que
tomaron consciencia de que los sentimientos de amor proceden de esa verdad
escondida por lo que decidieron ser ellos mismos luminarias al servicio de la
humanidad, con el fin de que las sombras de la ignorancia y del fanatismo fueran
absorbidas por ese resplandor y así recuperar el olvido que tanto sufrimiento
produce. Estos hombres y mujeres lucharon hasta su último aliento para proteger
el fuego de la antorcha de la sabiduría.
El renacimiento no sólo
pertenece a una época; ha habido muchos renacimientos desde tiempos
inmemoriales; hay un renacer continuo en la vida para ayudar a regenerar al
planeta y a la humanidad tal y como establecen las leyes de la naturaleza y del
universo. Esos seres humanos universales hablaban el lenguaje del universo,
sabían que la esencia del alma vive en cada hombre, cuyo centro es un diamante
bruto que está protegido en la cripta de nuestro corazón. Ese diamante refleja,
a través de su resplandor, nuestra vida interior en el exterior manifestando
nuestras ideas, acciones y sentimientos. Se restableció la importancia de la relación
del ser humano con la naturaleza. El hombre universal sabía que: “el gran
desafío del renacer es llegar a la Unidad desde la consciencia en la materia. Como
dijo Hermes Trismegisto “Dios es una esfera infinita cuyo centro está en todas
partes y cuya circunferencia en
ninguna”. Al mismo tiempo que se
producía una elevación de conciencia, su opuesto aparecía creando caos,
fanatismo e ignorancia.
El conocimiento, la
relación de los opuestos, la geometría sagrada, la proporción divina siguen latiendo
con fuerza en nuestros días; el resplandor del sol renace cada día dejándonos
oír la música de las esferas sí sabemos escuchar el silencio. Todos los grandes
seres humanos son esencia de estrellas que habitan en la bóveda celeste,
protegidos por la diosa Nut y nos embriagan el alma con su dulce néctar de sabiduría,
“conócete y ámate a ti mismo para que el universo te ayude, pero antes debes
ayudarte a ti mismo a comprender cuál es la relación entre tú yo y el cosmos,
donde todo es”.
En nuestro siglo XXI
seguimos luchando por ese renacer -Unidad, Libertad, Plenitud-. Educar para
sacar de la ignorancia al ser humano, mirar el pasado y sanarlo para crear el
futuro son retos que la humanidad tiene como objetivo. Para experimentar la
vida tenemos que coger el cayado y echarnos a caminar que no a andar; habrán
caminos estrechos y afilados vigilados
por las sombras del caos e ignorancia,
pero la antorcha de la sabiduría sigue encendida y su resplandor llega a todas
partes para iluminar el camino que conduce al conocimiento que se encuentra
donde habita la esencia de las estrellas: la bóveda celeste, las piedras, los lienzos,
los pergaminos, los bosques y nos sigue enviando su mensaje: “aprende a
reflexionar por ti mismo, hay que ser creadores y no imitadores”; como decía
Pitágoras: “Sé tú mismo y sé el universo”.
Rubén Darío, escribió el maravilloso poema “Ama tu ritmo” que describe la esencia del
universo.
Ama tu ritmo y ritma tus acciones
bajo su ley, así como tus versos;
eres un universo de universos
y tu alma una fuente de canciones.
La celeste unidad que presupones
hará brotar en ti mundos diversos,
y al resonar tus números dispersos
pitagoriza en tus constelaciones.
Escucha la retórica divina
del pájaro, del aire y la nocturna
irradiación geométrica adivina;
mata la indiferencia taciturna
y engarza perla y perla cristalina
en donde la verdad vuelca su urna.
El hombre es cuadrado y tierra.
El hombre es círculo y
universo.
(Pixabay. Dibujo de Leonardo da Vinci. Vitruvio)
domingo, 8 de noviembre de 2020
El sabio olvidado
Este artículo es un reconocimiento a todos los sabios, incluidos nosotros mismos, cuya valía y amor han sido anulados y relegados al olvido, en especial a Yosef el carpintero –padre de Yeshúa bar Yosef, más conocido como Jesús de Nazaret–. Yosef, además de carpintero de profesión, era gran Maestro esenio, sanador del cuerpo y del alma, cuya misión fue preparar y acompañar a Yeshúa, física, emocional, mental y espiritualmente para que pudiera llevar a buen término la gran Obra de amor a la Humanidad.
Como padre Yosef amó a Yoshúa
incondicionalmente, como Maestro lo respetó y guio; siempre estuvo a su lado para
ayudarle a superar y a transformar las sombras de su corazón, como cualquier ser
humano tiene en su interior. Durante dos mil años, Yosef fue relegado al olvido
y las enseñanzas de Yeshúa fueron pisoteadas y
olvidadas por brutales choques de fanatismo, ignorancia, codicia… enterrándolas
en un pozo profundo, pero su semilla germinó creciendo a través de la oscuridad
y emergiendo después de un largo camino como un loto blanco en señal de fuerza
y belleza.
Aparte de Yosef, Yeshúa tuvo
otros muchos maestros –esenios, druidas,
hindúes, persas, egipcios, chamanes…– su formación fue un compendio de diversas
filosofías y saberes a través del planeta, pues la esencia del amor es
universal y cada filosofía basada en el amor contiene la esencia divina.
Durante su intensa formación, tanto sus Maestros como Yeshúa dejaron claro que
la fe es una experiencia propia que hay que vivirla y no una creencia a ciegas;
también hicieron hincapié en no crear dogmas, religiones ni construir espacios cerrados
donde fuera el único lugar aceptable para hablar con el Eterno; todo en el
planeta es espíritu transformado en diferentes manifestaciones y todo ha sido
creado por el Creador, por lo tanto, cualquier lugar es perfecto para el
contacto directo de corazón a corazón sin necesidad de intermediarios; esta
enseñanza también fue ocultada y
tergiversada por religiosos fanáticos y hombres de poder. Ningún fanatismo escribe bellas baladas.
A través de la Historia
muchos sabios como Akenatón, Hipatia, Pitágoras, Sócrates, Avicena, Isaac Luria…
y otros miles más, lucharon para integrar, en la vida cotidiana de las personas,
la máxima: “ámate y conócete a ti mismo para poder conocer el universo de tu
alma que todo contiene y todo puede realizar”. A pesar de los milenios
transcurridos seguimos viviendo en la sombra del sol –en las apariencias
engañosas del exterior, en imponer nuestros criterios, en poseer en lugar de
ser creando necesidades innecesarias, nos escudamos en nuestras máscaras para
hacernos creer que somos otras personas, lo que trae sufrimiento, resentimiento
y frustración, impidiéndonos bucear en
nuestro interior porque tenemos miedo de ver en qué nos hemos convertido–. El
camino hacia dentro genera luz en el corazón; cuanta más sombra se diluya en la
luz, más luz sembraremos en los áridos campos del olvido. Toda vivencia es necesaria, tanto exterior como
interior, para transformar y recordar que el objetivo del camino siempre es amarse
y conocerse a uno mismo.
Al igual que Yeshúa estuvo
rodeado de maestros que le enseñaron a transformar sus bajos instintos como ser
humano para llegar a ser un ser espiritual, nosotros también tenemos maestros
que nos enseñan en nuestra vida cotidiana para aprender de nuestras
experiencias y descubrir nuestros más bajos instintos, solo así podemos aceptarlos
y transformarlos; como seres humanos
somos seres de luz y sombra, ambas necesarias para esculpir nuestro nuevo yo. También
existen seres invisibles que nos envían sus mensajes a través de intuiciones, sentimientos,
susurros para que la antorcha del recuerdo vivido vuelva a
iluminar el tesoro de nuestra alma. A medida que aprendemos a elevar nuestra
conciencia, podemos observar maravillados la trama de los acontecimientos de nuestra
vida; todo está entrelazado por hilos de energía dorada que abren la puerta del
alma invitándonos a ver la flor del corazón cuya semilla se alimenta de luz; en
cambio cuando ignoramos esos mensajes nuestra vida se vuelve árida por haber
perdido los nutrientes de la esencia del amor.
El hombre que no se
reconoce como su propio creador es porque tiene atada a su conciencia las
bridas de la ignorancia y del temor, al dejarse arrastrar por los ríos de las
leyes impuestas de la sociedad, contrarias al universo. Sócrates hablaba de la bondad, de la belleza, de la
sabiduría, del respeto, del valor, todo necesario para amarse y conocerse y así
vivir la vida que se merece. Decía: “la vida sin discernimiento, no merece la
pena ser vivida”. Los valientes bucean en el océano de la vida;
los débiles se dejan arrastrar por mareas de ríos que fluyen en dirección
contraria y viven a través de la máscara del olvido.
Las enseñanzas de los sabios
siguen brillando hoy en día; nos recuerdan que somos un ser espiritual con luz
propia encarnado en ser humano al que debemos respetar y honrar; depende de
cada uno de nosotros que encendamos o apaguemos la antorcha del recuerdo
vivido, esencia del alma, principio que todo es, fue y será.
(foto privada)
domingo, 20 de septiembre de 2020
La alquimia y el aire
La alquimia nos ayuda a tener conciencia del aprendizaje constante en la vida y nos lleva a abrir puertas que van más allá de lo visible y conducen a la felicidad. Vivimos en un mundo de diversas realidades, unas se construyen con la nobleza de espíritu, otras se destruyen con la miseria moral, opciones que nos da la vida.
El aire es una joya que
se encuentra fundida en nuestro corazón y da vida al cuerpo cuando hablamos y
entregamos nuestra alma a través de un beso de amor. La respiración, inspirar–espirar,
es el mecanismo natural que tiene el cuerpo para darnos energía y calma; lo
hacemos inconscientemente sin saber el milagro que se opera en nuestro cuerpo. A
través del aire, los dioses hablan a aquellos que quieren escucharlos. Los
caminantes que escuchan y sienten su vibración se transforman en guerreros de la vida que luchan
por levantarse cada vez que se caen: “sin combate, el guerrero de la vida no
existe”, decía el viento a su amigo.
El aire es la fuerza que
hace que las olas se levanten, que las hojas bailen, que las ideas vuelen, que
la paz emerja; que los susurros sean vivos, que las palabras sean oídas, que
las caricias sean sentidas; que los olores viajen a través del tiempo en forma
de recuerdos… El aire forma parte de todo y nos guía durante nuestra travesía a
través de la respiración, a veces entre caricias por la brisa cálida, a veces
entre la devastación que remueve el corazón.
El alquimista utiliza
las dos caras de las emociones y pensamientos para transformarlos en caras
sonrientes, sabe que la fuerza surge de la acción y la voluntad de la sonrisa.
Su objetivo es ennoblecer nuestra vida, la luz irradia y hace brillar lo que
está a su lado. Quedan muchos secretos de la vida y del universo por descubrir,
todos están inscritos en el libro del aire que viaja sin cesar por nuestro
planeta desde sus comienzos y, así será, hasta su final. El alquimista nos
susurra invitándonos a detenernos un momento para reflexionar y descubrir los
tesoros escondidos en el agua, en la arena, en los bosques, en las montañas y
principalmente en nuestra alma; la clave para la transformación es desaprender
lo aprendido, hay que experimentar en la lucha cotidiana el amor, esencia y fuerza
motriz de la vida que es, fue y será; su huella está integrada en el alma de
cada cosa y ser vivo, sin esa esencia nada podría existir porque todo está
hecho de ella. Esa esencia es lo que produce la
fuerza para que el viento baile con las olas, para que el abrazo de las
semillas con la tierra germine, para que la vida en todo ser vivo sea pacífica
y próspera; en esencia el cuerpo y el espíritu no están en guerra.
La alquimia nos pone en
contacto con nuestra otra mitad, el verdadero Yo. Esto produce un bienestar profundo
y descubrimos, paso a paso, que somos una parte entera y no necesitamos las
apariencias ni las comparaciones para existir. Rumi decía: “No te sientas solo,
el universo entero está en ti”. Cuando descubrimos
y aceptamos que nuestro Yo es nuestro compañero de vida, la vida que conocemos cambia y nos pone en el sendero del bienestar
que conduce a la felicidad, que aunque no es el objetivo, sí es sentir que
estamos en el buen camino y es, este
proceso, lo que nos llena de alegría con los pequeños milagros que la vida nos
regala cada día. El alquimista siempre está buscando y transformando, sale de
los límites y busca la trascendencia, conocerse a sí mismo es el principio de
la sabiduría, para ello necesita comprender los entresijos de su vida. Él sabe que
somos almas encarnadas en un traje físico y que debemos honrar nuestro cuerpo y
venerar nuestra alma.
Pasan los tiempos y
quedan las memorias que circulan en el aire, nada es estático todo es
movimiento, no hay fronteras ni límites. Einstein decía: “todo es energía, y es
todo lo que debemos comprender en la vida”. Energía que nos hace vibrar y nos
ayuda a recuperar el olvido para afrontar miedos y superar sufrimientos. Los
miedos y sufrimientos son un imán que atrae lo que más tememos mientras giramos
en la rueda de vida. La falta de dignidad es lo que marchita a la humanidad.
Misterios y secretos
del universo que esperan ser descubiertos en nuestro laboratorio de alquimia, entre
ellos recuperar a nuestro mejor amigo para que las alas vuelvan a nacer y emprender
de nuevo el vuelo hacia la libertad de ser y existir.
¡Que los vientos del
pasado y del presente se junten para ofrecernos un nuevo canto del alma custodiado
por los guardianes de las melodías de los dioses!
Foto del libro “la Sabiduría de las Palabras”
sábado, 29 de agosto de 2020
domingo, 23 de agosto de 2020
Maestros revolucionarios
Desde el principio de las fuentes históricas, ya sean en papiro o piedra, siempre el ser humano ha intentado responder a sus preguntas y, después de reflexionar, dejar su huella.
El libro más antiguo del mundo es el papiro
Prisse (1900 a.n.e.) y sus variantes. Entre varias enseñanzas, otras están de
Ptahhotep, de la V dinastía, que nos ha dejado normas de vida para una
coexistencia pacífica y para que cuando naveguemos hacia el occidente, la pluma
no pese.
Hoy en día ese manuscrito sigue estando en vigor, algunos ejemplos:
“Corrígete tú mismo y evita que otro te corrija”.
“El respetuoso prospera y el hombre recto es favorecido”.
“No seas ansioso hacia la carne en presencia de alguien codicioso. Toma cuando te dé y no lo rechaces, pues resulta que así se calmará”.
Por lo tanto, nuestra herencia no solo proviene de Grecia y Roma, sino de Egipto, la madre de las civilizaciones. Estas enseñanzas sapienciales fueron para la formación de futuros altos cargos de Egipto para que dirigieran al pueblo con respeto y sabiduría. Muchos sabios fueron a Egipto para recibir la iniciación —Ferécides, Pitágoras, Platón, Yeshua Ben Joseph…— y cuando regresaron a sus ciudades envolvieron esa sabiduría en un lenguaje popular para que la gente entendiera, pero siempre haciendo hincapié en que la virtud es fundamental en los gobernantes y ciudadanos.
La sabiduría egipcia ha sido y es una forma de vida y sus ecos resuenan en cada rincón del planeta a través de los susurros del aire, de la belleza de la naturaleza y de un corazón abierto. Esas voces de los sabios revolucionarios se siguen oyendo en la actualidad con mucha claridad y fuerza, voces que se alzan para decirnos que dejemos a un lado el conflicto para que la sabiduría pueda circular libremente por todos los horizontes.
Estos
sabios siempre han hablado de la sabiduría de la naturaleza – si la observamos
vemos que el universo se encuentra en el rocío de una rosa en primavera como en
la escarcha de una hoja en invierno—; hablaban del orden del mundo —del
equilibrio individual y social—; hablaban de filosofía y del origen de lo
creado; hablaban de la importancia de saber que somos libres y dueños para
realizar nuestro propio destino porque cada uno es el creador de su camino;
hablaban de que los seres humanos debemos buscar nuestro bienestar mediante el
respeto y el conocimiento. Pero lo más importante era hablar de la naturaleza
del alma, esencia de vida. Ellos escuchaban la voz incitante de su destino,
destino que cada uno había creado. Nada ha cambiado en nuestros días, seguimos
generando nuestra propia senda con nuestras decisiones.
Estos
seres han cambiado el mundo al abrir las puertas a otras realidades y lo han
conseguido a través de su propia conexión a la conciencia, liberando su
espíritu de la prisión de piedras y dogmas. Se enfrentaron al poder político y
religioso de su época, volaron por encima de las ideas preconcebidas y
estáticas y pagaron un alto precio.
Sus
enseñanzas son rayos de luz que ni se compran ni se venden y siguen vigentes en
nuestros días al traspasar las murallas levantadas por la ignorancia, el
fanatismo, la crueldad. La tibieza no es tolerada, pues trae desconfianza,
herramienta que cava surcos donde nace la maleza. Dependemos de nosotros mismos
y no de un ego amenazado que nos induce a agarrarnos al miedo.
¿De
qué sirve una vida si ignoramos el alma? El alma nos da alas para volar
—esperanza para crear una vida mejor y valores para evolucionar—. No se puede
delegar el poder del propio corazón en otras manos. La búsqueda de la sabiduría
no es un acto de voluntad, el que busca no lo puede evitar porque es su
destino, siempre va dando pasos, yendo hacia alguna parte sin llegar a ninguna.
Esa búsqueda nos conduce a nuestra alma una vez rasgado los velos que nos
impiden ver la luz que atraviesa las fisuras invisibles de las murallas de la
ignorancia que no saben de libertad al no saber volar.
Ellos
aprendieron del rumor de las hojas, de la belleza de los lagos y montañas, del
vuelo de las aves, de la fuerza del rayo. Sus enseñanzas siguen viajando a
través del aire y resuenan así: “ama a los demás como a ti mismo. Respeta tu
vida y trátate con delicadeza. Busca en el interior tu riqueza y compártela con
el exterior sin imponer nada. No hagas a los demás lo que no quieras que te
hagan. Venera tu esencia cósmica como ser divino. Cada uno debe encontrar el
camino hacia su propio poderío interior”.
Sus
enseñanzas no son ideas o palabras huecas, son formas de vida.
Buda
decía: “No creas nada, no importa donde lo has leído o quien lo dijo, no
importa si lo he dicho yo, a no ser que esté de acuerdo con tu propia razón y
sentido común”. Los intermediarios no son necesarios, solo el amor
incondicional puede llegar a la esencia del Creador.
Nadie
elude impunemente las citas que le depara su vida según las decisiones tomadas.