jueves, 28 de enero de 2021
sábado, 2 de enero de 2021
El camino de la libertad
Un punto de inflexión es la forma natural que tiene la vida de marcar el antes y el después de una experiencia y nos lleva a la línea de salida para otra nueva vivencia, dándonos la oportunidad de dejar atrás al antiguo yo y renacer al nuevo yo.
Toda nuestra vida es un sendero por el que debemos recorrer paso a paso; la libertad es el derecho que tenemos para transitar conforme a nuestras elecciones las cuales siembran nuestro camino. Nuestra actitud optimista o pesimista nos pone en un camino u otro, llevando en nuestra memoria celular la huella que nos ha dejado nuestra experiencia anterior a nivel físico y psíquico –cada emoción tiene una carga emotiva lo que provoca reacciones en el cuerpo biológico–; no podemos olvidar que la perseverancia y el esfuerzo son recompensados.
El camino de la libertad exige consciencia y responsabilidad. La libertad interior refleja nuestro mundo exterior del cual somos autor y actor. Antes de sentir la magnificencia de la libertad hay que comprenderla; mientras vivimos en el mundo del ego damos vueltas y vueltas en nuestro laberinto de pensamientos intransigentes, dogmáticos, etiquetando erróneamente cualquier creencia o diferencia que no comprendemos por ser diferente a la nuestra; con la incomprensión nace el juicio que nos encadena a ese dolor que proviene de nuestra elección. Hay que aprender a desaprender los conceptos impuestos, las medias verdades e ideas erróneas que nos han inculcado desde pequeños y mucho antes; solo así podemos empezar a ver para aprender a observar nuestro cuerpo biológico y nuestra psique que nos mandan señales de que algo no va bien, ayudándonos a comprender lo que nos pasa para corregir nuestros errores en lugar de iniciar una lucha interna y externa que solo hiere a todos.
El deseo es uno de los carburantes más poderosos que poseemos los seres humanos. La libertad implica un cambio en nuestra vida y cuando estamos en la línea de salida estamos preparados para trascender los velos que nos envuelven y ver lo que hay detrás de ellos, la Vida. Muchos anhelan dicho cambio, pero se sienten incapaces de hacerlo debido al miedo y prefieren seguir viviendo en su vulnerable protección, han olvidado que el antídoto al miedo es el coraje que existe dentro de ellos. Una vida sin entusiasmo es vivir en la indiferencia, en la monotonía del aburrimiento de nosotros mismos.
La vida de los seres humanos está definida por la polaridad, pero cuando unimos esas dos fuerzas opuestas encontramos el equilibrio que nos lleva a la unidad y no a la división, es decir, a vivir la vida con una mente abierta y no egocéntrica. Vivir es estar en la polaridad, crear o destruir; la libertad nos permite elegir, sabiendo que todo tiene su efecto y causa.
El camino de la libertad es el camino de la sabiduría cuyos puntos de inflexión, a través de nuestra experiencia, nos hacen sentir que somos capaces de elevar nuestra consciencia para engendrar el embrión de trascendencia que nos lleva a una vida mejor. La libertad nos proporciona coraje y nos muestra el objetivo que deseamos alcanzar cuando luchamos por un mayor bienestar tanto individual como social. Todos tocamos en positivo o en negativo la creación de nuestro mundo y nos acerca a las diferencias de los demás. Hay que abandonar el rechazo de reconocer al otro el derecho de pensar diferente, de respirar a su ritmo, de amar cuando su corazón vibra.
El camino de la libertad es nuestro sendero de vida y se alimenta con nuestras decisiones, si son optimistas construiremos pueblos de soñadores –restituyendo la memoria de los valores perdidos en la humanidad–, donde la utopía triunfa sobre la distopía; si son pesimistas seguiremos en nuestro mundo conflictivo, creando guerras y caos que solo nos trae sufrimiento y dolor porque los valores de la humanidad siguen perdidos.
Todo depende de nuestra elección porque somos libres de elegir, así es el ciclo natural de la vida.
miércoles, 23 de diciembre de 2020
Los latidos de Julián
Subí las escaleras deseando que esta vez me gustara el apartamento y, sobre todo, los compañeros. “¡Necesito alquilar una habitación ya!, pensaba, las clases empiezan en tres días”. Había visitado muchos pisos, pero siempre había alguna sombra revoloteando que me hacía huir del lugar. Nervioso y esperanzado, toqué el timbre, abrió la puerta un chico con ojos sonrientes. Entré en el salón y en el sofá estaban sentados los otros dos compañeros. Y mientras hablábamos mis ojos buscaban alguna sombra, pero no vi nada. La corriente fluyó enseguida entre nosotros; me comentaron sus reglas y por la tarde me había trasladado. El piso era espacioso y luminoso, una gran terraza, –perfecta para fiestas, pensé–, daba a un parque con un pequeño lago; a lo lejos se divisaba la cúpula de alguna iglesia.
Soy Julián y junto a Pablo éramos
los estudiantes de arquitectura; Gonzalo, el de música y Alejandro, el de
filosofía; todos con sueños y proyectos.
Reinaba un buen ambiente en el piso, a todos nos gustaba la fiesta y estudiar;
éramos conscientes de que si queríamos llegar a alguna parte, los esfuerzos
eran el transporte hacia la meta. Muchas tardes nos dedicábamos a parodiar
nuestros proyectos, era muy divertido ver y oír los diferentes puntos de vista,
incluso las ideas más descabelladas cobraban vida; nuestra convivencia era viva.
Pablo y yo soñábamos con
montar una empresa de arquitectura, cuyo objetivo era ayudar a la naturaleza y
a los países más desfavorecidos creando viviendas con materiales biodegradables
que aportaran bienestar, luminosidad y seguridad. Nos encantaba diseñar casas
de bambú y barro cocido que se perdieran entre el paisaje natural. Gonzalo
hablaba de su sueño, ser compositor y director de orquesta; tenía un don para
la música, componía una sinfonía con solo oír el canto de un pájaro. Alejandro disertaba
sobre la necesidad de crear y no imitar; “leer y comprender a los antiguos filósofos
nos ayuda a entender un poco mejor a nuestro mundo”, nos repetía.
Para celebrar el día de la
música decidimos preparar una gran fiesta; vinieron muchos de nuestros amigos, bailamos, cantamos, charlamos, jugamos a vídeo
juegos… y nos dieron las campanadas de las seis de la mañana. Nos despedimos de
nuestros amigos y nos acostamos, en particular yo me sentía muy contento, pero
algo cansado. El domingo todos estábamos resacosos y nos quedamos en casa, recogiendo la terraza.
Al anochecer seguía muy
cansado, me fui a dormir más temprano. Unos días después volé hacia la bóveda de
la diosa Nut. Mis compañeros estaban en shock. Yo los miraba desde las brumas celestes
y pude sentir su tristeza, en cambio yo
me sentía alegre, libre y mi corazón seguía latiendo al compás de la poesía de
la vida. Una tarde, mis padres vinieron a recoger mis cosas. Flotaba en el aire
una tristeza profunda al haberse roto un lado de ese sólido cuadrado que éramos
nosotros. Mi madre abrazó a cada uno de ellos y, antes de cerrar la puerta,
dijo: “Julián era muy especial, sabía que tenía una enfermedad incurable, pero
sus deseos de vivir eran más fuertes que su vulnerabilidad”. Mis amigos al
saber el secreto de mi enfermedad se quedaron como estatuas sal.
Dejé escrito que todos mis
órganos fueran entregados a aquellos que
los necesitaran. Mi corazón que latía con amor por la vida fue entregado a un
niño soñador. Cuando salió de la operación su madre lo miró con ojos llenos de amor,
esperanza y agradecimiento por seguir a su lado. Él le dijo que sentía los
latidos de Julián. Su madre extrañada le preguntó: ¿cómo sabes el nombre del donante?,
a lo que el niño contestó: durante la
operación Julián, me contó su historia, sus sueños y deseos.
“Cuando tenía cinco años me
diagnosticaron un aneurisma cerebral, sabía que en cualquier momento mi vida
podía pararse, pero en lugar de rendirme, una fuerza sobrenatural me envolvió y
me ayudó a vivir y a amar con más ganas la vida. Mi sueño desde pequeño era
construir viviendas para ayudar al planeta y a la humanidad. Mis padres conociendo
mis deseos me llevaron a visitar algunos países africanos y me quedé enamorado
de su gente. Ya con quince años había hecho un boceto de casas de bambú y barro
cocido y mi gran sueño era realizarlo. Cuando empecé a estudiar arquitectura quise
independizarme y mis padres lo aceptaron
con pena y alegría. Cuando me trasladé al piso, mis ganas de vivir aumentaron
al conocer a mis amigos y durante un corto periodo de tiempo compartimos
nuestras vidas entre alegrías y penas, secretos y sueños; nuestra amistad quedó
sellada para siempre.
Somos autor y actor de
nuestra vida, hay que construir los sueños con piedras sólidas para que la base
nunca se derrumbe. El futuro siempre está presente y los sueños se realizan
cuando crees, no lo olvides”.
Hoy mirando este hermoso
atardecer y viendo el juego de la danza de las golondrinas, me vienen unas
palabras: ”el tiempo de la vida es efímero, aprovéchalo para vivir y dejar tu
huella”, me dijo Julián antes de desaparecer en la bruma celeste que lo
envolvió y llenó de paz mi vida. Sé que somos lazos del universo que vamos y
venimos por un corto espacio de tiempo para enseñar y aprender que el viento
mezcla nuestros cantos con la fragancia de la vida, solo depende de nosotros el
perfume que le demos para que la flor propague su fragancia por dónde caminamos.
El gran desafío de la vida es vivir desde la consciencia y sentir los latidos
del corazón que baten al compás de nuestra canción, sabiendo que la vida es
poesía.
(foto de la web)
miércoles, 16 de diciembre de 2020
sábado, 5 de diciembre de 2020
El desafío del renacer
“Philoteus Jordanus Brunus Nolanus, (…) profesor de la sabiduría más pura e inocente, conocido en las mejores academias de Europa, filósofo (…), despertador de los espíritus dormidos, adiestrador de la ignorancia presuntuosa y contumaz, que profesa un amor general a la humanidad en todas sus acciones (…). (“Giordano Bruno. Filósofo y hereje”. Ingrid D. Rowland). En esta carta Giordano Bruno describe su profundo sentir y da voz a muchas almas que anhelaban un cambio tanto en la estructura social como religiosa del momento. Su propia experiencia de la vida le llevó a tomar consciencia de que somos algo más que carne y hueso; somos energía-conciencia que desea volver a la unidad de la esencia de la que procedemos.
Tras las mentiras se
esconde la verdad. En los siglos XV y XVI hubo un renacer del saber acompañado
de Conocimiento. Ese proceso de búsqueda del saber fue lo que impulsó a
recuperar textos, mitos, símbolos milenarios para sacarlos de nuevo a la luz. El
renacimiento surgió en medio de un eclipse donde las sombras cubrieron a la luz,
pero su resplandor era tan fuerte que fue visto y sentido por seres humanos que
tomaron consciencia de que los sentimientos de amor proceden de esa verdad
escondida por lo que decidieron ser ellos mismos luminarias al servicio de la
humanidad, con el fin de que las sombras de la ignorancia y del fanatismo fueran
absorbidas por ese resplandor y así recuperar el olvido que tanto sufrimiento
produce. Estos hombres y mujeres lucharon hasta su último aliento para proteger
el fuego de la antorcha de la sabiduría.
El renacimiento no sólo
pertenece a una época; ha habido muchos renacimientos desde tiempos
inmemoriales; hay un renacer continuo en la vida para ayudar a regenerar al
planeta y a la humanidad tal y como establecen las leyes de la naturaleza y del
universo. Esos seres humanos universales hablaban el lenguaje del universo,
sabían que la esencia del alma vive en cada hombre, cuyo centro es un diamante
bruto que está protegido en la cripta de nuestro corazón. Ese diamante refleja,
a través de su resplandor, nuestra vida interior en el exterior manifestando
nuestras ideas, acciones y sentimientos. Se restableció la importancia de la relación
del ser humano con la naturaleza. El hombre universal sabía que: “el gran
desafío del renacer es llegar a la Unidad desde la consciencia en la materia. Como
dijo Hermes Trismegisto “Dios es una esfera infinita cuyo centro está en todas
partes y cuya circunferencia en
ninguna”. Al mismo tiempo que se
producía una elevación de conciencia, su opuesto aparecía creando caos,
fanatismo e ignorancia.
El conocimiento, la
relación de los opuestos, la geometría sagrada, la proporción divina siguen latiendo
con fuerza en nuestros días; el resplandor del sol renace cada día dejándonos
oír la música de las esferas sí sabemos escuchar el silencio. Todos los grandes
seres humanos son esencia de estrellas que habitan en la bóveda celeste,
protegidos por la diosa Nut y nos embriagan el alma con su dulce néctar de sabiduría,
“conócete y ámate a ti mismo para que el universo te ayude, pero antes debes
ayudarte a ti mismo a comprender cuál es la relación entre tú yo y el cosmos,
donde todo es”.
En nuestro siglo XXI
seguimos luchando por ese renacer -Unidad, Libertad, Plenitud-. Educar para
sacar de la ignorancia al ser humano, mirar el pasado y sanarlo para crear el
futuro son retos que la humanidad tiene como objetivo. Para experimentar la
vida tenemos que coger el cayado y echarnos a caminar que no a andar; habrán
caminos estrechos y afilados vigilados
por las sombras del caos e ignorancia,
pero la antorcha de la sabiduría sigue encendida y su resplandor llega a todas
partes para iluminar el camino que conduce al conocimiento que se encuentra
donde habita la esencia de las estrellas: la bóveda celeste, las piedras, los lienzos,
los pergaminos, los bosques y nos sigue enviando su mensaje: “aprende a
reflexionar por ti mismo, hay que ser creadores y no imitadores”; como decía
Pitágoras: “Sé tú mismo y sé el universo”.
Rubén Darío, escribió el maravilloso poema “Ama tu ritmo” que describe la esencia del
universo.
Ama tu ritmo y ritma tus acciones
bajo su ley, así como tus versos;
eres un universo de universos
y tu alma una fuente de canciones.
La celeste unidad que presupones
hará brotar en ti mundos diversos,
y al resonar tus números dispersos
pitagoriza en tus constelaciones.
Escucha la retórica divina
del pájaro, del aire y la nocturna
irradiación geométrica adivina;
mata la indiferencia taciturna
y engarza perla y perla cristalina
en donde la verdad vuelca su urna.
El hombre es cuadrado y tierra.
El hombre es círculo y
universo.
(Pixabay. Dibujo de Leonardo da Vinci. Vitruvio)
domingo, 8 de noviembre de 2020
El sabio olvidado
Este artículo es un reconocimiento a todos los sabios, incluidos nosotros mismos, cuya valía y amor han sido anulados y relegados al olvido, en especial a Yosef el carpintero –padre de Yeshúa bar Yosef, más conocido como Jesús de Nazaret–. Yosef, además de carpintero de profesión, era gran Maestro esenio, sanador del cuerpo y del alma, cuya misión fue preparar y acompañar a Yeshúa, física, emocional, mental y espiritualmente para que pudiera llevar a buen término la gran Obra de amor a la Humanidad.
Como padre Yosef amó a Yoshúa
incondicionalmente, como Maestro lo respetó y guio; siempre estuvo a su lado para
ayudarle a superar y a transformar las sombras de su corazón, como cualquier ser
humano tiene en su interior. Durante dos mil años, Yosef fue relegado al olvido
y las enseñanzas de Yeshúa fueron pisoteadas y
olvidadas por brutales choques de fanatismo, ignorancia, codicia… enterrándolas
en un pozo profundo, pero su semilla germinó creciendo a través de la oscuridad
y emergiendo después de un largo camino como un loto blanco en señal de fuerza
y belleza.
Aparte de Yosef, Yeshúa tuvo
otros muchos maestros –esenios, druidas,
hindúes, persas, egipcios, chamanes…– su formación fue un compendio de diversas
filosofías y saberes a través del planeta, pues la esencia del amor es
universal y cada filosofía basada en el amor contiene la esencia divina.
Durante su intensa formación, tanto sus Maestros como Yeshúa dejaron claro que
la fe es una experiencia propia que hay que vivirla y no una creencia a ciegas;
también hicieron hincapié en no crear dogmas, religiones ni construir espacios cerrados
donde fuera el único lugar aceptable para hablar con el Eterno; todo en el
planeta es espíritu transformado en diferentes manifestaciones y todo ha sido
creado por el Creador, por lo tanto, cualquier lugar es perfecto para el
contacto directo de corazón a corazón sin necesidad de intermediarios; esta
enseñanza también fue ocultada y
tergiversada por religiosos fanáticos y hombres de poder. Ningún fanatismo escribe bellas baladas.
A través de la Historia
muchos sabios como Akenatón, Hipatia, Pitágoras, Sócrates, Avicena, Isaac Luria…
y otros miles más, lucharon para integrar, en la vida cotidiana de las personas,
la máxima: “ámate y conócete a ti mismo para poder conocer el universo de tu
alma que todo contiene y todo puede realizar”. A pesar de los milenios
transcurridos seguimos viviendo en la sombra del sol –en las apariencias
engañosas del exterior, en imponer nuestros criterios, en poseer en lugar de
ser creando necesidades innecesarias, nos escudamos en nuestras máscaras para
hacernos creer que somos otras personas, lo que trae sufrimiento, resentimiento
y frustración, impidiéndonos bucear en
nuestro interior porque tenemos miedo de ver en qué nos hemos convertido–. El
camino hacia dentro genera luz en el corazón; cuanta más sombra se diluya en la
luz, más luz sembraremos en los áridos campos del olvido. Toda vivencia es necesaria, tanto exterior como
interior, para transformar y recordar que el objetivo del camino siempre es amarse
y conocerse a uno mismo.
Al igual que Yeshúa estuvo
rodeado de maestros que le enseñaron a transformar sus bajos instintos como ser
humano para llegar a ser un ser espiritual, nosotros también tenemos maestros
que nos enseñan en nuestra vida cotidiana para aprender de nuestras
experiencias y descubrir nuestros más bajos instintos, solo así podemos aceptarlos
y transformarlos; como seres humanos
somos seres de luz y sombra, ambas necesarias para esculpir nuestro nuevo yo. También
existen seres invisibles que nos envían sus mensajes a través de intuiciones, sentimientos,
susurros para que la antorcha del recuerdo vivido vuelva a
iluminar el tesoro de nuestra alma. A medida que aprendemos a elevar nuestra
conciencia, podemos observar maravillados la trama de los acontecimientos de nuestra
vida; todo está entrelazado por hilos de energía dorada que abren la puerta del
alma invitándonos a ver la flor del corazón cuya semilla se alimenta de luz; en
cambio cuando ignoramos esos mensajes nuestra vida se vuelve árida por haber
perdido los nutrientes de la esencia del amor.
El hombre que no se
reconoce como su propio creador es porque tiene atada a su conciencia las
bridas de la ignorancia y del temor, al dejarse arrastrar por los ríos de las
leyes impuestas de la sociedad, contrarias al universo. Sócrates hablaba de la bondad, de la belleza, de la
sabiduría, del respeto, del valor, todo necesario para amarse y conocerse y así
vivir la vida que se merece. Decía: “la vida sin discernimiento, no merece la
pena ser vivida”. Los valientes bucean en el océano de la vida;
los débiles se dejan arrastrar por mareas de ríos que fluyen en dirección
contraria y viven a través de la máscara del olvido.
Las enseñanzas de los sabios
siguen brillando hoy en día; nos recuerdan que somos un ser espiritual con luz
propia encarnado en ser humano al que debemos respetar y honrar; depende de
cada uno de nosotros que encendamos o apaguemos la antorcha del recuerdo
vivido, esencia del alma, principio que todo es, fue y será.
(foto privada)
domingo, 20 de septiembre de 2020
La alquimia y el aire
La alquimia nos ayuda a tener conciencia del aprendizaje constante en la vida y nos lleva a abrir puertas que van más allá de lo visible y conducen a la felicidad. Vivimos en un mundo de diversas realidades, unas se construyen con la nobleza de espíritu, otras se destruyen con la miseria moral, opciones que nos da la vida.
El aire es una joya que
se encuentra fundida en nuestro corazón y da vida al cuerpo cuando hablamos y
entregamos nuestra alma a través de un beso de amor. La respiración, inspirar–espirar,
es el mecanismo natural que tiene el cuerpo para darnos energía y calma; lo
hacemos inconscientemente sin saber el milagro que se opera en nuestro cuerpo. A
través del aire, los dioses hablan a aquellos que quieren escucharlos. Los
caminantes que escuchan y sienten su vibración se transforman en guerreros de la vida que luchan
por levantarse cada vez que se caen: “sin combate, el guerrero de la vida no
existe”, decía el viento a su amigo.
El aire es la fuerza que
hace que las olas se levanten, que las hojas bailen, que las ideas vuelen, que
la paz emerja; que los susurros sean vivos, que las palabras sean oídas, que
las caricias sean sentidas; que los olores viajen a través del tiempo en forma
de recuerdos… El aire forma parte de todo y nos guía durante nuestra travesía a
través de la respiración, a veces entre caricias por la brisa cálida, a veces
entre la devastación que remueve el corazón.
El alquimista utiliza
las dos caras de las emociones y pensamientos para transformarlos en caras
sonrientes, sabe que la fuerza surge de la acción y la voluntad de la sonrisa.
Su objetivo es ennoblecer nuestra vida, la luz irradia y hace brillar lo que
está a su lado. Quedan muchos secretos de la vida y del universo por descubrir,
todos están inscritos en el libro del aire que viaja sin cesar por nuestro
planeta desde sus comienzos y, así será, hasta su final. El alquimista nos
susurra invitándonos a detenernos un momento para reflexionar y descubrir los
tesoros escondidos en el agua, en la arena, en los bosques, en las montañas y
principalmente en nuestra alma; la clave para la transformación es desaprender
lo aprendido, hay que experimentar en la lucha cotidiana el amor, esencia y fuerza
motriz de la vida que es, fue y será; su huella está integrada en el alma de
cada cosa y ser vivo, sin esa esencia nada podría existir porque todo está
hecho de ella. Esa esencia es lo que produce la
fuerza para que el viento baile con las olas, para que el abrazo de las
semillas con la tierra germine, para que la vida en todo ser vivo sea pacífica
y próspera; en esencia el cuerpo y el espíritu no están en guerra.
La alquimia nos pone en
contacto con nuestra otra mitad, el verdadero Yo. Esto produce un bienestar profundo
y descubrimos, paso a paso, que somos una parte entera y no necesitamos las
apariencias ni las comparaciones para existir. Rumi decía: “No te sientas solo,
el universo entero está en ti”. Cuando descubrimos
y aceptamos que nuestro Yo es nuestro compañero de vida, la vida que conocemos cambia y nos pone en el sendero del bienestar
que conduce a la felicidad, que aunque no es el objetivo, sí es sentir que
estamos en el buen camino y es, este
proceso, lo que nos llena de alegría con los pequeños milagros que la vida nos
regala cada día. El alquimista siempre está buscando y transformando, sale de
los límites y busca la trascendencia, conocerse a sí mismo es el principio de
la sabiduría, para ello necesita comprender los entresijos de su vida. Él sabe que
somos almas encarnadas en un traje físico y que debemos honrar nuestro cuerpo y
venerar nuestra alma.
Pasan los tiempos y
quedan las memorias que circulan en el aire, nada es estático todo es
movimiento, no hay fronteras ni límites. Einstein decía: “todo es energía, y es
todo lo que debemos comprender en la vida”. Energía que nos hace vibrar y nos
ayuda a recuperar el olvido para afrontar miedos y superar sufrimientos. Los
miedos y sufrimientos son un imán que atrae lo que más tememos mientras giramos
en la rueda de vida. La falta de dignidad es lo que marchita a la humanidad.
Misterios y secretos
del universo que esperan ser descubiertos en nuestro laboratorio de alquimia, entre
ellos recuperar a nuestro mejor amigo para que las alas vuelvan a nacer y emprender
de nuevo el vuelo hacia la libertad de ser y existir.
¡Que los vientos del
pasado y del presente se junten para ofrecernos un nuevo canto del alma custodiado
por los guardianes de las melodías de los dioses!
Foto del libro “la Sabiduría de las Palabras”